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Suchiate o de la despersonalización del dolor

La migración es un fenómeno humano que implica la movilidad de personas de un país a otro, por razones muy diversas.

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Escrito en OPINIÓN el

Si bien es cierto que desde siempre las personas han cruzado fronteras en busca de mejores condiciones de vida, en las últimas décadas las causas y circunstancias generadoras del desplazamiento transfronterizo han convertido a la migración en un problema humanitario.

 

La región del soconusco (de donde se dice que Miguel de Cervantes Saavedra quiso ser gobernador) se encuentra ubicada en la parte más austral de la República mexicana, en el Estado de Chiapas. Es escenario de un fenómeno social, cultural e histórico que trasciende las políticas del Estado en materia migratoria y que va más allá de la actuación gubernamental.

 

No hace falta más que pararse en la ribera del Río Suchiate para darse cuenta que la norma y el estado de derecho, aquél que precisa un documento de identidad y permiso migratorio, no son más que una falacia. La gente de ambos lados de la frontera, cruza el río en balsas construidas con cámaras de llanta, sin el menor reparo a las instituciones de gobierno. La tarifa es simple, veinte pesos o diez quetzales para cruzar la frontera.

 

Mucha de la gente que cruza el río, lo hace simplemente para trabajar del lado mexicano por un día para regresar por la noche a Guatemala. Jornaleros, empleadas domésticas o cargadores, cruzan el río fronterizo como quien atraviesa una avenida para llegar a su lugar de trabajo. Todo esto a unos cuantos metros de la estación migratoria Suchiate 1.

 

 

Una frontera como esta, entre México y Guatemala, es un constructo artificial del Estado moderno. La gente en esta región ha cruzado el río desde tiempos pre coloniales, e incluso una vez anexado el estado de Chiapas a la República mexicana, lo hacían por ser parte de su cotidianeidad. Para la gente que allí habita, no es una frontera, simplemente es un accidente natural para llegar del otro lado a visitar familiares, trabajar o hacer alguna compra.

 

Los guatemaltecos también cruzan el río para llevar mercancías que encuentran más baratas del lado mexicano, como artículos domésticos o materiales para la construcción. En cambio, el lado mexicano recibe materias primas como frutas y verduras. Todo ello, es parte de la economía de escala de la frontera.

 

Sin embargo, ese río-frontera es también el inicio de un viaje para dejar atrás circunstancias de vida, miserables y violentas; buscar mejores oportunidades o simplemente sobrevivir. Las condiciones de vida en los barrios marginados en Honduras, El Salvador y Guatemala, hacen que miles de personas huyan de sus hogares, con la única finalidad de preservar su vida y dignidad.

 

Miles de personas cruzan a diario la frontera en busca de una mejor vida, porque su sociedad, por una u otra razón, los ha obligado salir de ella. Si desde una óptica humanitaria eso ya debe ser considerado una tragedia, lo es más cuando el migrante es un niño sin compañía de un adulto. Ya sea porque el niño escapa de su familia por violencia o porque los padres lo envían con un coyote para llegar a Estados Unidos.

 

El Albergue Municipal de Niñas y Niños Migrantes en Tapachula, abierto en mayo de este año, ha recibido a un total de 338 niños migrantes de Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras y Ecuador. De los cuales 284 fueron niñas y 32 niños; 24 mamás y 7 en gestación. Estos niños son detenidos por agentes migratorios que, en lugar de ser trasladados a la estación migratoria, son enviados a este albergue del DIF municipal, en espera de su repatriación a su país de origen.

 

Un funcionario del Albergue refirió que en las entrevistas con sicólogos, las niñas cuentan sus tragedias; las violaciones físicas y humanas a las que fueron sometidas antes de ser detenidas. Como es, que cuando se les acaba el dinero, la letra de cambio es el cuerpo y ellas lo asumen como parte normal de la travesía por México. Incluso toman pastillas anticonceptivas, previendo las violaciones de coyotes, policías y delincuentes, para no quedar embarazadas en el recorrido. Niñas de 14 ó 15 años.

 

Y mientras relatan su historia, las niñas lo hacen como si se tratara de una tercera persona. Como si ellas no hubieran sido las víctimas de la humanidad atroz, cual si esos ultrajes fueran realizados al colectivo de mujeres que cruzan la frontera; mujeres y niñas sin rostro ni identidad; el crimen no individualizado. Es la despersonalización del dolor y el sufrimiento. Darle la espalda a la memoria y asumirlo como una consecuencia normal del paso por el territorio mexicano. A todas les sucede, por lo tanto, la violación es a todas y no sólo a la persona que lo sufre. Una manera de sobrellevar la pena y el dolor.

 

El microcosmos del Río Suchiate es uno de los muchos puntos de inicio de los migrantes centroamericanos que buscan dignidad y sobrevivencia. Pero es también, el lugar en donde la personalidad se desvanece, en donde miles de migrantes, niños y niñas, pierden el nombre y se difuminan en el colectivo para sufrir en conjunto, porque una violación a una de ellas, es una violación a todas. Por eso, al contar sus historias, lo hacen en tercera persona.

 

@gstagle