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Sordera presidencial

Hay sordera presidencial. López Obrador no quiere escuchar a nadie. Ha dejado en manos del subsecretario de Salud el manejo de la crisis. | José Luis Castillejos

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Escrito en OPINIÓN el

A estas alturas y frente a la sordera presidencial ya no se sabe qué es peor si el remedio o la enfermedad. Es fácil, desde el poder, exigir a los mexicanos: “¡Quédate en casa!”.

Para quien tiene un sueldo, una despensa, una piscina –donde matar el aburrimiento–, cervezas o vinos y carnes en el refrigerador eso no es problema, pero para los jodidos, los que andan a pie, los ambulantes, la medida es una pesada baldosa, difícil de cargar.

¿Cómo pedirle a un pueblo empobrecido que deje de trabajar, que se cierren las fábricas, los restaurantes, los hoteles, las zonas turísticas, las oficinas públicas, el campo y otras tareas consideradas por el gobierno como no esenciales?

Estamos ante un dilema: o morimos por el coronavirus o morimos de hambre. No hay de otra y los mexicanos siempre buscarán cómo darle la vuelta el asunto o a que, en ello, se les vaya la vida.

Guardarse o no, es el problema. Para un padre, de clase media a baja, que tiene niños que alimentar o ancianos de quienes cuidar no le queda de otra que “recursearse” y buscar en la calle algo que le permita sustento en un país donde los pobres son mayoría.

Y es que estamos bien amolados. Los hospitales están en una situación de enfermo con cáncer terminal. Los recursos que debieron ser destinados, en el pasado, a potenciarlos sirvió para enriquecer a una gavilla de saqueadores que hoy no son procesados penalmente por esa extracción de dinero.

El gobierno de Andrés Manuel López Obrador se queja de que lo que se vive en los hospitales, donde hace falta medicamentos, médicos y enfermeras y más camas, es producto de la corrupción, pero no hace nada por combatirlo.

Y es aquí donde surge la duda sobre si el actual presidente pactó con el ex mandatario Enrique Peña Nieto para que a este no lo tocara ni con el pétalo de una rosa, sino de qué forma se entiende que ande campante por el mundo sin que se vaya preso por mala administración.

¿Qué pactó AMLO? ¿Recibió dinero para su campaña a cambio de no meter ruido ni a la cárcel a funcionarios del anterior gobierno? ¿Porqué ha empoderado al ex gobernador de Chiapas, Manuel Velasco Coello, de quien se sospecha que habría esfumado dinero de las arcas estatales?

Son miles de preguntas sin respuestas. Al presidente no le da la gana responderlas y descalifica a quien las fórmulas y en esa línea no hay nada qué hacer mientras haya apañamiento por parte del Ejecutivo a favor de quienes depredaron México.

Así que los lloriqueos mañaneros no tienen cabida. Debe preocupar sí cómo se alimentarán millones de personas que hoy no la pasan bien en un país donde todo queda lejos: la seguridad, la salud, la alimentación, el gobierno, las comunicaciones.

Nuevamente pregunto: ¿Qué hacemos? Nos quedamos en casa, morimos de hambre o nos sujetamos a los dictados del gobierno?

Patear el tablero no es la receta y hay que aguantar, estirar la liga lo más que se pueda.

A estas alturas del partido, el sector productivo ya no sabe qué hacer. Hay que pagar salarios, electricidad, rentas, insumos, y una serie de productos para que el aparato opere. El gobierno no tiene pensado, ni remotamente, aplazar los cobros de energía eléctrica.

En un escenario de esa magnitud no queda de otra que echar mano de los fondos que cada uno tenga. Hay microempresas que han decidido cerrar a la espera de mejores tiempos y, con ello, miles de personas despedidas.

Hay sordera presidencial. López Obrador no quiere escuchar a nadie. Ha dejado en manos del subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell Ramírez el manejo de la crisis y, este, ya siente sobre su rostro los aires presidenciables.

Don Hugo ha referido que la sociedad, empresas y gobierno tienen la posibilidad de reducir el contagio del covid-19 y ha instado a aprovechar esta última oportunidad y, por tanto, posponer las actividades de la vida diaria que no son urgentes.

#QuédateEnCasa durante todo un mes, ha recomendado. Pero ¿cómo decirle eso al vendedor de aguas frescas, al aseador de calzado, al expendedor de cachitos de lotería o vendedores de bisutería china?

No hay dinero para aceptar al ciento por ciento las recomendaciones del gobierno.

Quisiéramos verlos desde este lado: desempleados, sin un ingreso de funcionario, trabajando en algún crucero limpiando parabrisas, vendiendo tamales y tacos o echando machete en el campo para decirle “Quédate en casa!”.