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Sobre el andar hacia el autocrático

López Obrador ya nos había mostrado su veta autoritaria. | Leonardo Martínez Flores

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Escrito en OPINIÓN el

No, por supuesto que no hemos llegado a un régimen autocrático en el que todas las pequeñas y grandes decisiones dependen de la voluntad única e incuestionable de un solo hombre, pero ese es sin duda el camino que en su realidad alterna hace el andar cotidiano de López Obrador.

Ese es el México que ve en su imaginario y al que quisiera llegar apoyándose en esa estrategia insustancial y abiertamente retrógrada que bautizó pomposamente como la cuarta transformación.

Queda claro que desde el primer día de su gobierno López Obrador tomó el poder presidencial para disfrutarlo a sus anchas y ejercerlo de manera personalísima, con la intención de no respetar límite alguno que no sea el que le imponen sus propios caprichos, sus delirios y sus ilusiones.

Aunque la vía para llegar a sus metas no ha estado completamente libre, sí ha podido andar un buen tramo gracias a la colaboración y el apoyo que ha recibido de todos lo poderes. Del ejecutivo, la sumisión irrestricta, el servilismo y la mansedumbre de su equipo florero le ha permitido realizar todos sus caprichos sin recato. Del legislativo, gracias a la ominosa relación de vasallaje que mantiene con los líderes de su partido y de ambas cámaras, ha conseguido las modificaciones y reformas legales que les ha solicitado. Del judicial, una vergonzosa capitulación de la Suprema Corte cuando le pidió el apoyo para poder validar un truculento mecanismo que justifique el juicio a los presidentes pasados. Y de los reguladores, específicamente los del sector energético, ha conseguido que cumplan sus órdenes a cabalidad, demostrándole subordinación y pleitesía.

López Obrador ya nos había mostrado su veta autoritaria cuando estuvo al frente del gobierno del entonces Distrito Federal, entidad que gobernó caprichosamente ocultando información, imponiendo a su antojo obras y proyectos, salvando el pellejo de colaboradores corruptos que recibían fajos de dinero como capos y jugaban con recursos públicos en los casinos de Las Vegas, y entreteniendo a su público en conferencias mañaneras en las que se divertía contestando las preguntas con un gesto burlón acompañado de la frase “lo que diga mi dedito”.

Pasaron los años, las administraciones presidenciales se encargaron de ahondar las injusticias y las desigualdades históricas y acabaron por ponerle a López Obrador la presidencia en bandeja de plata.

Apenas lleva dos años del sexenio y ya son numerosísimos los textos, los análisis y las opiniones que han deshilado la personalidad, los valores, los traumas, los rencores y los resentimientos de un personaje que Elena Poniatowska, siendo muy cercana y apreciada por él, ha definido de manera sorprendentemente simple: “es terco como una mula”. Pero los estudios de personalidad y los diagnósticos psicológicos per se no sirven de mucho para detener los avances y los logros de su maquiavélica estrategia de gobierno.

La cimentación del retroceso, esa machincuepa al pasado setentero en el que padecimos los delirios imperiales del echeverrismo, es uno de los medios para afianzar el poder autoritario y alcanzar los sueños hegemónicos que vive intensamente en su realidad alterna. La destrucción de las instituciones democráticas y el uso asistencial y electorero de los recursos públicos son instrumentos que le han sido muy útiles para avanzar en sus propósitos.

López Obrador seguramente tratará de utilizar el cambio de gobierno en los Estados Unidos, no para beneficiar al país, sino para beneficiarse a sí mismo. Eso sí le cae como anillo al dedo porque podrá utilizar una de las recomendaciones de manual de la izquierda dogmática latinoamericana y acusar a las solicitudes de Biden de puñaladas del imperialismo yanqui.

Pues sí, resulta que esos “infundios” de Biden serán antinomias de las acciones de Trump, el admirado y querido amigo de López Obrador que deja la Casa Blanca con la cola entre las patas y el reconocimiento de haber sido el peor presidente de los Estados Unidos.

Sin embargo, la esperanza que muchos tenemos es que las políticas de Biden, al menos en materias como la de inmigración, cambio climático, T-MEC y justicia, que chocarán frontalmente con los acuerdos formales e informales López-Trump, sirvan para frenar un poco el retroceso.

Pero aún si eso sucede la responsabilidad última de ese freno es de los ciudadanos mexicanos. Y en eso no hemos aprendido mucho. La iniciativa para formar un frente único de oposición a Morena y sus aliados tiene muchos puntos débiles, empezando por la falta de autocrítica y por mostrar una profunda ceguera estratégica.

Dos botones de muestra: critican el discurso polarizante y divisorio de López Obrador, pero se esmeran en hacer lo mismo desde el otro extremo para tratar de ganar adeptos. En este caso el antídoto no es usar el mismo veneno, sino dejar de inocularlo para sanar de raíz el problema. Y segundo: reciclan a los políticos de siempre para las nuevas candidaturas, cuando lo que se necesita es sangre nueva, diversa y con una visión más fresca, igualitaria y moderna del Estado que necesitamos para cambiar el rumbo y empezar a erradicar el cúmulo de injusticias y desigualdades históricas que hemos padecido.

Si los partidos de oposición se siguen empeñando en no aprender nada de la historia, el andar hacia un Estado autocrático seguirá haciendo camino.