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Río 2016: Bem-vindo ao inferno

El espíritu olímpico parece que se ha tornado en contra para el país anfitrión.

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Los Juegos Olímpicos se representan como el máximo evento mundial para promover la unidad entre los pueblos mediante el deporte y la disciplina, y desde sus comienzos en 1894 cada vez más naciones se fueron sumando a este espíritu de competencia deportiva.

 

Pero este evento no es gratuito ni resulta barato sostenerlo. Otorgar la organización a un país para recibir las Olimpiadas exige una serie de condiciones y evaluaciones antes de considerarlo apto. Entre ellos debe tener una economía fuerte y la infraestructura necesaria.

 

Desde hace más de una década se ha suscitado un cambio en la participación de los candidatos a albergar los Juegos, ya que solían ser los países desarrollados quienes más contendían, pero ahora debido a las secuelas que han dejado las crisis financieras mundiales, sus ciudadanos se levantan en contra al considerarlo como un gasto innecesario, por lo que mejor se retiran.

 

Por supuesto, las naciones en vías de desarrollo lo ven como una apuesta para mostrarse al mundo y atraer inversiones posteriores, por las expectativas de negocio que trae consigo este evento y el flujo de efectivo que representa.

 

Sin embargo, el endeudamiento generado para el desarrollo de las Olimpiadas es preocupante, transitando cada vez más a los extremos, como lo fue Sochi 2014, donde el gobierno ruso desembolsó 50,000 millones de dólares, siendo los Juegos Olímpicos más caros de la historia.

 

En este caso, el espíritu olímpico parece que se ha tornado en contra para el país anfitrión, quien se jugó todo por la oportunidad de figurar como el ejemplo de la economía latinoamericana más dinámica.

 

Cuando Brasil fue elegido en 2009 por el Comité Olímpico Internacional, el país iba en camino a ser una de las cinco potencias económicas del mundo, a tal grado que se comprometió también con la Copa Mundial.

 

Desafortunadamente, en menos de una década enfrenta una de sus peores crisis financieras. Al borde del colapso y se intenta solventar sus compromisos internacionales además de sus obligaciones con el pueblo brasileño.

 

La premura por albergar la Copa Mundial en el 2014 les costó movilizaciones violentas y masivas en las calles, después de gastar 13 mil 300 millones de dólares e ir en picada en términos de crecimiento y desarrollo.

 

Hoy, los Juegos Olímpicos Río de Janeiro 2016, registran un exceso por más de 70 millones de dólares, y su gente está en peores condiciones. Es la primera vez que las Olimpiadas se celebran en Sudamérica y la segunda a nivel de América Latina, después de México en el 68. http://bit.ly/2bhsjIc

 

Al analizar el escenario que vivimos en nuestro país entonces y el de ahora, los Juegos Olímpicos marcan un hito histórico y no precisamente por las competencias deportivas, sino porque evidenciaron problemáticas sociales, económicas y políticas de los gobiernos anfitriones del evento.

 

Aún se recuerda cómo México todavía confrontaba la problemática generada con los hechos de Tlatelolco, hoy Brasil atraviesa una figura presidencial ausente por destitución, escándalos de corrupción en la esfera pública y privada, militares y policías en protesta por la reducción de sus sueldos, abusos contra los habitantes para desplazarlos fuera de las áreas deportivas, una pandemia llamada Zika y una crisis ecológica incapaces de enfrentar.

 

El país carioca ha sido duramente criticado por medios de comunicación internacional al exhibir las deficiencias que presentan las sedes deportivas y la Villa Olímpica, al grado que varias delegaciones nacionales se han visto forzados a abandonar las habitaciones por las condiciones deplorables en que se encuentran.

 

Los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro 2016 presentan grandes deficiencias, a tal grado que integrantes del Comité Olímpico Internacional señalaron a la organización del evento como uno de los peores que se hayan visto. http://bit.ly/2ayLFsu

 

Los medalleros siguen sumando el oro, plata y bronce, pero hasta hoy para nuestro país no hay una victoria real o tangible, en lugar de ser los juegos para promover el cambio y la paz, hoy sólo deja un sabor amargo a sus organizadores, un descontento entre la gente, y una derrota en escalada para los brasileños, por lo que este tema deberá ser revisado para que no sea un generador de crisis.

 

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