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Revictimizar a las víctimas

Las palabras de Dafne.

Por
Escrito en OPINIÓN el

“Si, meses después intente seguir con mi vida, a los ojos de los demás muchos podrán decir que ‘estaba bien’, pero ¿quiénes estaban conmigo en las noches? Cuando lloraba hasta quedarme dormida, cuando me deprimía, cuando destrocé mi cuarto varias veces por enojo e impotencia. ¿Dónde estaban todos aquellos que el día de hoy se atreven a juzgarme?”: Carta de Dafne.

           

 

Atraviesan el ruido ensordecedor y los silencios, las palabras de Dafne.  Atraviesan el miedo. Decididas y  (por el momento) tan frágiles. Como escritas desde un barquito de papel obligado a hacer frente a una tormenta. Los hechos de los que fue víctima nos indignan. Nos hieren: “Me siento muy sola”. “A la mayoría de las personas que me apoyaron no las conozco”. “Algunos que creí que eran mis amigos”. Una adolescente víctima de violación tumultuaria decidió denunciar cuando tuvo la fuerza. Cuando supo que sus agresores –además- la difamaban. 

 

¿Sería posible imaginar un país en donde las víctimas como Dafne no estén obligadas a convertirse –para sobrevivir y para que se haga justicia- en pequeñas guerreras atacadas desde cantidades de flancos, a golpes de palabras y de actos infames? Un país en el que no sean las víctimas quienes callan y se esconden, mientras los agresores se placean. Una adolescente salió a divertirse con sus amigas. Hay quien esté dispuesto a cuestionar este derecho. A atacarlo. A negárselo. A ella y a todas las demás niñas, adolescentes y mujeres para quienes una salida a la escuela, a un paseo, a un lugar de fiestas, puede convertirse en el punto de quiebre de una vida. La violencia estalla. Sucede en México todos los días. Sucede de maneras muy específicas en el caso de las mujeres.

           

La violencia irrumpió en la vida de Dafne. Corte de tajo. Rompedura. La que le infligieron sus agresores esa noche. La de los rumores que hicieron correr contra ella, los agresores y sus familias. La de su palabra puesta en duda. La impunidad. Los ataques en las redes sociales (desde las cuales también recibió centenares de mensajes de solidaridad). La carta firmada por sus agresores en la cual además de negar la agresión acusan-con una bajeza inimaginable- al padre de Dafne de solicitarles dinero para una “fundación”.

 

Pero, ¿por qué escribo “inimaginable”? Ellos son los que son. Los mismos que la atacaron. Eran cuatro. Los mismos que pidieron disculpas balbuceantes para salir del “aprieto” y las olvidaron unas horas después. Hay una siniestra coherencia en sus acciones. En esa impunidad que los envalentona, en esa indiferencia ante el dolor que infligieron.  En esa certeza de que el dinero y los vínculos de poder compran conciencias entre quienes están obligados a ejercer la justicia. En esa certeza de que el dinero los hace superiores.

 

A las víctimas, “más les valía callarse”, una consigna social murmurada y evidente, porque son ellas –decían/dicen- quienes “tienen todo que perder”. ¿Ustedes disculpen? Son ellas  y sus familias quienes corren el riesgo de ser exhibidas y acosadas, caer bajo sospecha de “inmoralidad”. Leemos preguntas recurrentes, frases lapidarias escritas desde yo no sé qué “buenas consciencias” de imaginarias e inexplicables perfecciones. Nada más cruel que la  “buena consciencia” a priori. Nada más cruel que esa falta de empatía que desvincula a un ser humano de la realidad.

 

“¿Qué hacía de noche en la calle?”. “¿Cómo la educaron en su casa?”. “¿Cómo estaba vestida?”. “Es culpa del padre y de la madre”. “Los provocó”. “Por algo le habrá pasado”. Ese pánico ante la violencia que elige el peor de los caminos para defenderse: los prejuicios y la descalificación de la víctima. “Le pasó a ella porque andaba en malos pasos, por lo tanto, a mí no puede pasarme”. ¿De veras? Y aún cuando semejante seguridad sin falla existiera,  ¿qué nos humaniza cuando extirpamos la empatía de nuestras vidas, como si justo la herramienta que construye sociedades civilizadas se convirtiera en un tumor indeseable?

 

El abogado de los agresores solicitó un estudio socioeconómico de la familia de Dafne, según declara su padre. ¿Probar que los ingresos de un lado y del otro son desiguales, nos probaría algo? Desde ese mundo (el de ellos) en el que todo tiene un precio –sólo se trata de poder pagarlo- lanzan contra el padre de Dafne la más sórdida de las acusaciones: sólo intenta vender la dignidad de su hija, la suya, la de su familia. Aquellos  agresores que pedían perdón aterrados en el video, regresaron con la certidumbre de su impunidad y su narcisismo patológico en pleno.

 

A aquel padre de uno de los agresores a quien le temblaba la voz disculpándose, ya dejó –por el momento- de temblarle la voz: “Nosotros vamos a tratar de tener la mano dura … Lo que usted dijo se va a hacer (grabar disculpas para Dafne)… le pido mil disculpas, entiendo su dolor y entiendo su coraje”. El padre de Dafne lo interrumpe: “No, no lo entiende, se lo puede imaginar, pero no lo entiende”. “Vamos a tratar de tener la mano dura”. Van a “tratar”.  Pero rapidito decidieron que “la mano dura” había que aplicársela a Dafne. En un momento quien interroga a uno de los agresores le dice: “A ver, hijo de la chingada, ¿por qué lo hiciste?”. Una mano se interpone entre la cámara y el rostro del agresor y escuchamos una voz, ¿el padre de Dafne? Así lo creo, dice: “No, así, no”. Tan distintas calidades de personas.

 

El padre del agresor con la misma voz temblorosa, agradece, es muy difícil, explica, esa reflexión (la que atribuye al padre de Dafne), es difícil entender que “ante un daño es mejor no hacer otro daño”. Con “otro daño”, se refería a una demanda penal contra los agresores. No se llama “daño”, se llama hacer una denuncia que inicia el proceso penal que lleva al castigo de los delitos cometidos. El padre de Dafne quiso evitarle a su hija un dolor peor. No sabía –todavía- con quienes estaba tratando. La carta firmada por los agresores afirma que nunca violaron a Dafne, que su padre los “difama”.  ¿De qué pedían perdón de esa manera aterrada y tan falsamente humilde, ellos y el padre de uno de ellos? Afirman que Dafne les propuso “seguir la fiesta”.

 

Bien sabe, quien haya redactado la carta, con qué fantasmas arma su “juego” sucio. Suponen que basta desatar los fantasmas de los sectores más misóginos de la sociedad, para ganarla. Aún en aquellos casos en los que una mujer decidiera decir: “sigamos la fiesta”, ¿alguien con un milímetro de salud mental y con un milímetro de respeto por las personas, podría siquiera imaginar esta frase como un llamado para ser víctima de una violación tumultuaria? ¿si un hombre dijera: “sigamos la fiesta”, implicaría que está consintiendo a ser violado? Mientras sostengamos esos abismos del doble rasero, y los justifiquemos, estamos sosteniendo la violencia misógina.

 

El padre de Dafne no quiso exponer a su hija -en un estado de extrema vulnerabilidad- a todo lo que implica una denuncia penal. Ella así se lo pidió. Creyó en la palabra de los padres de los agresores: cumplirían las tres condiciones pactadas. Después se vio obligado a  denunciar y a escribir esa carta que dio a conocer los delitos de los que Dafne fue víctima. Son las palabras de un hombre devastado, desesperado, y con una profunda desilusión a cuestas: lo engañaron. Creyó que su hija y su familia podían caminar hacia una sanación –lejana, pero quizá posible- “trabajando el perdón”, como explica en una entrevista. La respuesta a su anhelo de confiar y salvaguardar a su hija, (a la manera en la que ambos consideraron indispensable en ese momento) ha sido brutal.

           

“Peor aún podríamos estar preparados para que después de todo lo que hemos presentado como testimoniales, señalamientos directos las periciales, los videos, todo lo que hay que es contundente, ¿cómo podría yo estar preparado si me dicen que son inocentes? Y al final como lo han pretendido hacer dicen que les pedí dinero, no, no, no estoy preparado, sería absurdo. ¡¡¡Sería el colmo!!! No, no puede pasar eso, ¡No debe pasar eso!”, el padre de Dafne en entrevista con Sandra Segura, Notiver.

 

Sandra Segura le pregunta: “El Fiscal dijo que el conocimiento mediático del caso no le apresura: ¿Qué opina?”. El señor Fernández Torres responde: “A él no, pero a mí sí me preocupa, yo no quiero violencia, no quiero que lastimen a sus familias, he visto cosas horribles y al final eso está fuera de mi control por todo lo que ha estado en redes sociales… ese video de Anonymous, cuando lo vi me aterroricé y pensé ¿qué va a pasar? Lo único que quiero es que los cuatro individuos involucrados vayan a la cárcel y paguen su condena.  Yo no quiero que linchen a sus familias… soy enemigo de la violencia, sólo quiero que estos cuatro delincuentes paguen por lo que hicieron”. Tan distintas calidades de personas.

 

“¿Para qué denunciar si nadie me va a creer?”. “Va a ser peor, me van a humillar”.  Las mujeres se callaban, se callan. Nos urge darle la vuelta a ese absurdo y cruel orden del mundo en el que la víctima prefiere callarse, porque si no, tiene que probar su inocencia. Cada denuncia por violencia ejercida contra una niña, una adolescente, una mujer, es una batalla contra el silencio y la impunidad. Contra las más oscuras complicidades. Una batalla para que se haga justicia cada vez, y un paso fundamental en la construcción de una sociedad en la que la diferencia sexual no genere desigualdades abismales. No llame a la violencia.

 

Dafne escribe –por el momento- desde un muy frágil barquito de papel. Sólo por el momento. Exigimos que se le haga justicia a una adolescente (una, más otra, más otra), obligada en México a convertirse en una pequeña guerrera.

 

 

@Marteresapriego 

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