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Retrato de un estadista

'Hay lobos con piel de estadistas y borregos que los acompañan'. | Adolfo Gómez Vives

Por
Escrito en OPINIÓN el

Estadista es aquella persona que tiene la capacidad de visualizar un futuro boyante para su patria y posee el talento y el tesón para cimentar el camino hacia su destino promisorio. Se rodea de los mejores y no de quienes son señalados por su pasado ominoso o su sospechosa prosperidad. Sabe leer los signos de la realidad social y sus matices; comprende que el poder es medio y no fin y que su ejercicio no está exento de riesgos y desventuras.

La persona estadista sabe administrar el presupuesto público con sensibilidad, inteligencia y apego a las normas jurídicas que lo rigen; vela siempre por el beneficio tangible de los más desprotegidos.

No cae en la trampa facilona de los programas populistas, pues sabe que jamás tendrán impacto positivo en la economía, en la educación, ni en la salud de quienes los reciben. Sabe que son placebos, “medicinas” carentes de sustancia activa que logre mitigar las condiciones de pobreza o ignorancia.

La persona estadista encuentra siempre el escenario correcto para cumplir con sus obligaciones constitucionales. Sabe diseñar indicadores de eficiencia y eficacia, que le permiten corregir desviaciones cuando son detectadas. Humano como es, reconoce sus errores y no se escuda en la posesión de “otros datos”, que sólo existen en el imaginario de personas rústicas y cobardes.

No culpa de sus fracasos a los gobernantes del pasado; no habla de “herencias”, sino de retos que deben superarse a la brevedad. No corre a refugiarse bajo las enaguas del Ejército, ni los convierte en empresarios, porque tiene claro que ese no es el rol que deben jugar las fuerzas armadas en una nación democrática, amén de que las propias leyes lo prohíben.

Puntualmente rinde cuentas sin elogios ni alharacas. Exige a sus subordinados la sumisión a las leyes y es el primero en sancionar cualquier asomo de conducta delictiva.

No presume lemas “transformadores”, porque sabe que son reflejo de lo que se carece. Sus logros hablan por sí mismos; sabe que la propaganda está de más y que el uso de los medios públicos de comunicación debe enfocarse en la difusión de campañas destinadas a la atención de los derechos de los gobernados.

Es transparente en el ejercicio del gasto, porque tiene claro que el dinero público no le pertenece. Invariablemente pone a disposición de los ciudadanos la documentación comprobatoria de su gestión, sin necesidad de artilugios burocráticos.

Respeta la Ley y la hace respetar, porque sabe que en ello radica la fortaleza del Estado, al que representa. Sabe que las instituciones trascienden a las personas y por ello las respeta y las robustece, particularmente aquellas que fungen como garantes de la democracia y la transparencia.

No se siente “moralmente superior”, porque sabe que cada persona tiene la suya y en esa diversidad nadie tiene por qué exhibir a los adversarios como “derrotados”. Tiende puentes de diálogo con la oposición; trabaja con ella bajo la lupa del escrutinio público.

Piensa siempre en la mejora de los servicios que ofrece el Estado, particularmente los relativos a la protección de los derechos humanos así reconocidos por la Constitución; sabe que las ideologías son —parafraseando al novelista español Pío Baroja— “el uniforme vistoso que se les pone a los sentimientos y a los instintos”.

Los estadistas cuidan las formas y el fondo. De sus dichos no se desprende que defiendan, ni por asomo, a organizaciones de la delincuencia organizada. Quien actúa en contrario no es un estadista, sino un vulgar ambicioso que pretende para sí todo el poder más allá de los límites constitucionales.