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Rejas e incentivos

En la ruta de llenar de púas y rejas los espacios, hemos perdido buenas áreas que deberían estar abiertas a la ciudadanía, día y noche. | Roberto Remes

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Escrito en OPINIÓN el

El espacio público nunca debe estar enrejado. Esto debería grabarse con letras doradas en el Congreso de la Ciudad de México y de hecho en cada espacio público. La verdad, los incentivos están trazados para que cada vez haya más elementos cercados y nunca un plan para liberar de protecciones a los parques, las fuentes, los callejones y, a veces, hasta los cajones de estacionamiento.

Luego del sismo de 2017, la Escuela Secundaria Técnica #17, en Coyoacán, tuvo que ser reconstruida. El día de la inauguración ya tenía alambre de púas encima de su barda. No es propiamente espacio público pero en la práctica es el mismo fenómeno, y se parece mucho a la “Tragedia de los Comunes”, concepto creado por Garrett Hardin: decisiones que arrojan una privatización de los beneficios y una socialización de las pérdidas.

El presupuesto participativo, esa herramienta que la ciudadanía cuenta para proponer mejoras a su colonia pero siempre con una escasa participación, ha incluido el ejercicio de recursos para enrejar áreas de juego, fuentes y parques completos.

Hay, por ejemplo, un caso en Polanco, el Parque Machado. Primero se benefició del Fondo Metropolitano, a través de la rehabilitación de la Avenida Masaryk; luego contó con otros recursos locales para mejorar el interior del parque; posteriormente usaron los recursos del presupuesto participativo para colocar juegos, pero en la última votación decidieron enrejar el espacio. La aplicación de recursos del Fondo Metropolitano supone un interés de toda la metrópoli por esos espacios, la decisión local de cercar entra en contradicción con ese interés mayor.

Otro caso que parece no tener solución es el enrejado de cajones de estacionamiento, en las unidades habitacionales de Culhuacán y otras zonas de la ciudad, lo cual incluso ha ocurrido en cajones no escriturados, es decir, en el espacio público. El dilema no tiene salida, puesto que la única opción sería ofrecer a los vecinos un estacionamiento vertical o subterráneo, a cambio de terminar con las rejas, lo que costaría una fortuna. Enrejar autos, deteriora el entorno y justo refuerza la sensación de inseguridad. 

Por años he escuchado argumentaciones vecinales respecto a por qué enrejar parques o calles. La inseguridad es un problema recurrente. Todos aseguran que haber enrejado generó más seguridad, disminuyeron o desaparecieron los asaltos, y los espacios se conservan mejor. De alguna manera me recuerda a una persona de mi familia que siempre tenía su sala cubierta de telas para que no se maltratara.

Es imposible enrejar el 100% de los parques o de las calles, pero también parece que es imposible quitar una sola verja sin que eso genere una alta resistencia vecinal. Las autoridades locales carecen de incentivos para hacer lo correcto: socializar todo el espacio público y romper con el desbalance social que implica cercar espacios públicos.

A esto se suma que los parques enrejados suelen ser estrictos en reglas contrarias al espíritu de esos espacios: no patinar, no mascotas, no etcétera. 

De alguna manera existe un solo mecanismo para romper con este incentivo perverso a privatizar los beneficios de aislar un espacio público y socializar sus costos. Esto tendría que llevarse a cabo por mandato de ley y mediante algún mecanismo colectivo como la consulta pública: los ciudadanos votando a favor de eliminar, sin miramientos, toda reja en el espacio público, y combatir la “puisación” de éstos, es decir, junto con las rejas declararle la guerra al alambre de púas con que se protegen instalaciones públicas y privadas, incluso en lugares catalogados.

Lo que propongo es romper con el incentivo local a hacer sólo lo que los vecinos de la colonia o la calle dicen, y tratar de construir decisiones basadas en los derechos de las personas, en concreto, el derecho al espacio público que consagra la Constitución Política de la Ciudad de México.

De cualquier manera, no es algo sencillo. Insisto, los incentivos están trazados de forma equivocada. Las decisiones no se toman ya con base en el deber ser, sino en el voto y en la ruta de llenar de púas y rejas los espacios, hemos perdido buenas áreas que deberían estar abiertas a la ciudadanía, día y noche.