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Reconstrucción y cambio

Como en los grandes momentos de nuestra historia, la esperanza no está en las estructuras decrépitas sino en aquellas que sean capaces de renovarse

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Escrito en OPINIÓN el

Han pasado dos semanas del terremoto del 19 de septiembre, ocurrido cuando aún no terminábamos de cuantificar los daños del sismo del 7 de septiembre con graves afectaciones en Chiapas y Oaxaca. Las pérdidas humanas y los daños materiales, particularmente en la Ciudad de México y en Morelos, han dejado una huella de dolor y de temor muy profunda y un enorme reto de reconstrucción física, emocional y espiritual que sobrepasa con mucho todas las previsiones y certezas previas al devastador desastre natural.

La respuesta más inmediata y auténtica ha sido la de los voluntarios y brigadistas, en especial la de los jóvenes, que por miles se pusieron en movimiento para ir en auxilio de las víctimas llevando víveres, removiendo escombros en busca de vidas y cuerpos, portando con su vigorosa actitud un mensaje de consuelo, esperanza y determinación de servicio; jóvenes que hasta hace poco parecían indiferentes y miembros de una generación perdida, quienes inflamados de valores, de idealismo y generosidad y por encima de cualquier riesgo o cálculo, nos devolvieron la esperanza en ellos y en las mejores causas del país y de la humanidad.

A las autoridades, medios de comunicación y en especial a los políticos que no mostraron ninguna sensibilidad o que se aproximaron al desastre con fines distintos al de ayudar a las víctimas, les repudiaron su actitud y les exigieron que se retiraran al grito de “déjennos trabajar”.

La actitud de estos jóvenes, de miles de hombres y mujeres de bien han dejado en claro que en medio de los escombros, la tragedia y el dolor, ha brotado un manantial de esperanza y una exigencia ciudadana que ha cimbrado, con mayor fuerza que los 7.1 grados de intensidad, las estructuras sociales y políticas hasta el punto que nada será igual después del sismo.

Como en todos estos casos, no ha estado ausente la miseria humana, encarnada en quienes han buscado lucrar con el dolor humano tanto en la dimensión personal como social de la tragedia.

Las instituciones del Estado mexicano, salvada la actuación heroica de soldados y marinos, cuerpos de rescate y algunas autoridades, no han estado exentas de la tentación del inmovilismo  o  las respuestas meramente reactivas e ineficaces. Aunque se reconoce que a diferencia del pasmo que mostraron las autoridades en el sismo de 1985, hoy en buena medida han estado más activas.

Las fuerzas políticas han sido tocadas por el sismo y hoy compiten por demostrar su cercanía a la sociedad a través de sendos pronunciamientos en torno al financiamiento público, la devolución de prerrogativas de ley y sonados programas de austeridad.

En ese contexto, llama poderosamente la atención el protagonismo del PRI a través de su presidente nacional y de algunos de sus líderes parlamentarios quienes, buscando sacar raja política – electoral, parecen más interesados en exhibir y dividir a la oposición con propuestas populistas e irrealizables, que en ayudar a las víctimas.

Más allá de estos juegos de artificios, lo verdaderamente importante es reconocer que hay un país en movimiento dispuesto a construir el México que merecemos. Todo indica que los ciudadanos que se movilizaron para solidarizarse con los damnificados, también están dispuestos y determinados a participar en el cambio del sistema político agotado por la corrupción, la desigualdad social y la impunidad. 

A primera vista también se están removiendo las estructuras políticas y más vale que sea así. Muy pronto habrá de quedar claro qué instituciones pasan la prueba ciudadana de la congruencia y la trasparencia en las medidas de solidaridad y rectificación de los excesos ante la tragedia del sismo y la degradación política

En adelante hay todo un país por reconstruir literalmente desde los cimientos. Habrá que esperar que la respuesta inicial se mantenga y deje con un palmo de narices y exhibidos a quienes le apuestan al desgaste y al desaliento, a quienes desde la comodidad del sistema afirman que en México suceden tantas cosas que no sucede nada y cuando sucede, no pasa nada. 

Como en los grandes momentos de nuestra historia, la esperanza no está en las estructuras decrépitas sino en aquellas que sean capaces de renovarse y de responder a una sociedad dispuesta a remover escombros y, sin duda, a remover a quienes se opongan al cambio del sistema social y político en aras del bien común.

@MarcoAdame @OpinionLSR | @lasillarota