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¿Quién será Kapuscinski?

A 20 años de la invasión de EU a Afganistán, ojalá venga otro ‘Kapuscinski’ que intente, cuando menos, interpretar qué pasó desde adentro de ese país. | Carlos Gastélum

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Escrito en OPINIÓN el

Hace ya varias mañanas, mi madre me llevaba en coche rumbo a la universidad para llegar a clase de siete. A pocos metros antes del descenso, transmitió la radio una noticia que generaba la confusión propia de mezclar asombro con incredulidad: las Torres Gemelas habían sido atacadas.

En las aulas instalamos un televisor, y vimos las incesantes repeticiones de los aviones y los edificios. En aquel entonces, ese era el medio más eficaz para informarse, y los teléfonos en lugar de tener internet apenas aspiraban al juego de la culebrita. Si bien no sabíamos lo que vendría después, era claro que estábamos frente a un episodio que partiría al siglo XXI.

Meses después, Estados Unidos y otros países invadieron Afganistán. El reduccionismo del entonces gobierno de George W. Bush era binario: estás con nosotros o estás con el mal (o como los llamaba el presidente, con los evil-doers). De repente, todo lo occidental se convirtió en faro de civilización; y todo lo de oriente medio y musulmán fue terrorista. La promesa de la ocupación: ‘exportar’ la democracia para que esta generara la gran transformación afgana. 

Poca atención se prestó al contexto del país invadido, y las referencias se reducían al régimen Talibán. Se decía, con justa razón, que sus prácticas eran de un salvajismo incompatible con la emancipación humana. Grupos oprimidos, terroristas financiados y ejecuciones televisadas retrataban el porqué era una buena idea –o al menos justificaba– salvar a los afganos de ellos mismos. Los talibanes fueron derrotados, o eso parecía, y se instaló un régimen al amparo estadounidense.

Veinte años más tarde, ese régimen y esa promesa de transformación fallaron. Como al inicio, las explicaciones del fracaso buscan la salida fácil. Que si ya había sido demasiado el dinero y las vidas perdidas. Que si se subestimó la capacidad guerrillera de los talibanes. Que si Afganistán no tiene condiciones culturales para la democracia. Que si ni ellos mismos se defienden, menos los demás…

Sorprende que, al igual que hace dos décadas, las conversaciones del debate internacional atraviesen por todos los lugares menos por entender a la sociedad invadida. A los afganos o se les retrata como extremistas, o se les señala como víctimas. No se habla, por ejemplo, de qué significa nacer y alcanzar la mayoría de edad en un lugar sitiado por un país ajeno. O qué heridas abrió la ocupación que transformaría el sentido de pertenencia e identidad nacional.   

En 1982, Ryszard Kapuscinski, hizo una de las narraciones más poderosas sobre la revolución de Irán que desembocó en el derrocamiento del Sha, el triunfo de los Ayatolas y la instauración de la república islámica. En su libro “El Sha, o la desmesura del poder”, Kapuscinski identificó las coordenadas que hacen convulsionar a una sociedad y llevarla por rumbos insospechados.

Cierto: ni los talibanes son ayatolas, ni los afganos se levantan en contra de un régimen caracterizado por la corrupción y el saqueo (¿o sí?). Pero resulta inevitable buscar paralelismos que, cuando menos, nos ayuden a entender mejor qué pasó en Afganistán de 2001 a 2021.

Preguntas como: ¿qué sentían los afganos tras veinte años de invasión estadounidense? ¿Qué significó para los invadidos el estigma terrorista en la construcción de su identidad? ¿Qué otros países metieron sus narices y cómo se colaron en las dinámicas afganas? Kapuscinski murió en 2007. Ojalá venga otro e intente, cuando menos, interpretar qué pasó desde adentro en Afganistán.