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¿Qué se requiere para que una “ciudad inteligente” sea identificada como tal?

Una ciudad inteligente debe basarse en una amalgama de nuevos principios que la definan como una ciudad feminista, eficiente, resiliente y digital. | Leonardo Martínez

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Escrito en OPINIÓN el

Hace un par de semanas se llevó a cabo el Smart City Expo Latam Congress en Mérida, Yucatán, una exitosa y concurrida iniciativa internacional para reunir a representantes de la academia, de organizaciones sociales, de la iniciativa privada y de diferentes órdenes de gobierno interesados en el futuro de las ciudades, y de manera más específica, en la aplicación de las nuevas tecnologías digitales al servicio de la ciudad. De allí el nombre del congreso, que hace referencia al concepto de smart city (ciudad inteligente) que se ha vuelto moneda común para referirse a las ciudades que aplican esas tecnologías. Pero si bien el término es inmensamente popular, sucede que no todas o todos los interesados en el tema estamos entendiendo lo mismo.  

Por ello aproveché mi participación en el congreso para presentar una actualización del concepto de ciudad inteligente que ayuda a aclarar algunas confusiones y que incluye aspectos que no solían tomarse en cuenta. Entre otros, uno de mis objetivos era aclarar que una ciudad gadget no es una ciudad inteligente, porque en el fondo esa es la interpretación que ha ido tomando más fuerza en los últimos años.

En efecto, se ha ido consolidando la idea de que cuando se instalan semáforos inteligentes, se usan vehículos autónomos, se cuenta con sensores que monitorean a distancia y en tiempo real fugas de agua, se reciben paquetes o mensajería por medio de drones, cuando la mayoría de los conductores de vehículos usan aplicaciones digitales para monitorear el tráfico y cuando el gobierno local digitaliza los procesos de atención al público, por mencionar algunos ejemplos, es que se vive en una ciudad inteligente. Pero eso no es necesariamente cierto, una ciudad gadget puede ser tecnológicamente avanzada, estar hiperconectada mediante redes de telecomunicaciones y sin embargo estar replicando al mismo tiempo los sesgos estructurales que la hacen ineficiente, inequitativa, de baja resiliencia, injusta, insegura, contaminante, improductiva, poco competitiva y socialmente discriminadora. Y, hoy en día, eso no abona para definirla como inteligente.

Por ello si el propósito sigue siendo crear ciudades que mejoren de manera significativa y duradera el bienestar de todos sus habitantes, sin dejar fuera a ninguno de los grupos vulnerables que han sido históricamente castigados con la planeación urbana tradicional, empezando por todas las mujeres, entonces una ciudad inteligente debería ser considerada como tal sí y sólo sí ha iniciado un proceso transformador que modifique de raíz los sesgos estructurales que nos han llevado a tener las ciudades que tenemos. 

Ese proceso transformador que nos lleve a ciudades inteligentes debe basarse en una amalgama de nuevos principios que definan, ecosistémicamente, los pilares de una ciudad feminista, de una ciudad eficiente, de una ciudad resiliente y de una ciudad digital. El punto es que estos temas se han trabajado de manera independiente, muchas veces mutuamente excluyente, que fragmentan los esfuerzos para crear mejores ciudades. Por ello la ciudad inteligente deberá integrarlos a todos, o no será.

(Para consultar más sobre este tema ir a: https://centroi.org/ciudad-inteligente-principal/)