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¿Qué hacer con nuestro voto?

La abstención no es opción, convalida lo que hacen los partidos, les extiende un cheque en blanco para seguirlo haciendo y niega la calidad ciudadana y la razón de ser de la democracia.

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Escrito en OPINIÓN el

Algunos amables lectores me han pedido opinión sobre qué hacer con su voto.

 

Para dar respuesta debo primero confesar tres prejuicios que forman, horman y norman mi parecer.

 

Mi primer prejuicio es la pérdida de todo romanticismo democrático. Por lo que hace al voto pasivo (ser votado), no hay deber ser, proyecto de nación, interés general o bien común que valga; todo es la lucha del poder por el poder mismo. Por lo que corresponde al voto activo (votar), no hay elector que vote con una racionalidad racional, valga la redundancia.

 

La política, sostiene Sartori, es esclava de la video-visibilidad: No se relaciona con “acontecimientos genuinos”, sino con acontecimientos seleccionados, agrandados o distorsionados por la cámara. La video-política, sostiene el académico, nos lleva a la “emotivización de la política, es decir, una política dirigida y reducida a episodios emocionales”, donde, al decir de Baudrillad, “la información, en lugar de transformar la masa en energía, produce todavía más masa”, y al parecer de Sartori, “destruye más saber y más entendimiento del que transmite”.

 

El elector, pues, es video-manipulado y la sociedad y sus elecciones teledirigidas. Incluso el voto de las franjas más ilustradas de la sociedad son video-dependientes.

 

Otro de mis prejuicios es el abuso y perversión que se hace de la representación proporcional. El hecho es que el voto ciudadano sobre las listas de representación proporcional nos ha sido robado y los partidos se lo adjudican con el voto de mayoría.

 

Mi tercer prejuicio es que nuestros partidos no cumplen su tarea primigenia de ser correas de transmisión entre el pueblo y el poder. Desprendidos del pueblo y parasitarios del dinero (público y privado), se han convertido en mafias, autismo y negocio.

 

Paso ahora a expresar mi respuesta sobre ¿qué hacer con nuestro voto?

 

Lo primero es que la pregunta es errónea, no es “voto”, sino “votos”. En 16 entidades se votará por diputados federales, locales y ayuntamientos; de entre ellas, en nueve, se votará, además, por gobernador; en el Distrito Federal por diputados federales, asambleistas y delegados y en los restantes 15 estados sólo se votará por diputados federales. En total están en juego 2,159 cargos de elección popular.

 

Lo importante es que tenemos demasiadas opciones de voto para meterlas todas en un mismo saco. Mi primera respuesta sería valorar cada voto en su mérito. Puede que el candidato a diputado federal no sea de su agrado, pero sí al que corre para alcalde o para gobernador. Así que diferencie casuísticamente sus decisiones.

 

En estas elecciones, además, correrán por primera vez candidatos independientes ajenos a los partidos, lo que enriquece, así sea marginalmente, las opciones de voto.

 

Mi segunda respuesta: No vote por color, tampoco por simpatía, popularidad o fobia, sino pensando qué candidato es el más indicado para desempeñar el cargo al que se postula. La experiencia nos muestra que el candidato más popular o simpático no es necesariamente el mejor gobernante.

 

La tercera es tener en consideración que a nuestro voto por el candidato de mayoría (diputado federal) conlleva la imposición de los partidos de sus impresentables listas de representación proporcional, así que antes de votar por el candidato que da la cara, cerciórese de la runfla de rufianes que carga sobre sus espaldas y a escondidas. Las listas se ocultan al reverso de la boleta, léalas antes de votar. Se recomienda tener a mano Tafil y Melox en cantidades abundantes.

 

Ahora bien, la decisión primigenia, sin embargo, parecería ser votar o no votar.

 

Se dice que el abstencionismo favorece al PRI. Ya José Antonio Crespo ha demostrado que no es fatalmente cierto. Lo que sí lo es, es que la abstención es un vacío y la nada sólo produce nada. La disyuntiva, a mi juicio, no debe ser votar y no votar, sino votar o anular el voto. Crespo demuestra que si en 2009 los abstencionistas hubiesen acudido a anular su voto, los votos nulos hubiesen pasado del 5% al 23%, es decir, de una media histórica de errores al momento de votar, a un mensaje irrefutable en contra las circunstancias que prevalecen en nuestra democracia.

 

Concluyo: Conviene acudir a las urnas, votar cada elección en sus méritos y sin filias y fobias, o, en su caso, anular el voto. El hecho es que si una cuarta parte de la votación total es de votos anulados, el mensaje a la partidocracia será contundente y quizás, lograremos que se vea en el espejo del desmoronamiento de los partidos tradicionales en ciertas partes de Europa y Latinoamérica.

 

La abstención no es opción, convalida lo que hacen los partidos, les extiende un cheque en blanco para seguirlo haciendo y niega la calidad ciudadana y la razón de ser de la democracia.

 

@LUISFARIASM