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¿Qué celebramos el pasado 1 de julio?

¿Qué motivos tenemos para estar contentos? El aniquilamiento, por asfixia lenta o machetazo radical, de las instituciones que sí funcionaban en este país. | Fausta Gantús

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Escrito en OPINIÓN el

Gran fiesta, gran celebración convocada por la más alta autoridad del país para auto-agasajarse, para conmemorar su victoria, para regodearse de su triunfo. Acto para mostrar a los enemigos y a los francamente opositores –esos que nunca creyeron en él–, pero también a los inconformes, a los disconformes, así como a los desilusionados y los decepcionados –esos que sí le tuvieron fe y apostaron por él–, que el presidente va sólo, que ni ve ni oye –como dijera un expresidente, con cuya política tiene mucho parecido la que se hace hoy a pesar de lo que se diga– ni se entera que existe un México que no está contento, que no siente que haya algo que festejar. Y que ese México también es, en buena parte, el “pueblo” que votó por él y que es, lo hayan elegido o no, el pueblo para el que también tiene el deber y la obligación de gobernar. Pero el presidente dirá que los que se quejan, que los que no lo aplauden son los “fifís”, los “corruptos”, que son aquellos que no quieren “hacer sacrificios”, y dará así carpetazo al asunto, desacreditando cualquier voz crítica a su gobierno, descalificando cualquier expresión o actitud discrepante.

Gran celebración, a pesar de la lluvia. Despilfarro en tiempos de austeridad, pero la auto-celebración lo justifica (aunque probablemente nos dirán que nadie cobró por su participación y que el equipo utilizado fue una donación). Qué época es ésta para festejar cuando crece el descontento por las más variadas afectaciones y razones: aumenta el número de pobres porque no sólo no se generan nuevos empleos sino que se multiplican los desempleados en varios miles, al tiempo que se afectan las prestaciones de trabajadores en activo y jubilados en diversas áreas, o se anuncia con bombos y platillos el incremento de catorce pesos al salario mínimo. La violencia se magnifica, el crimen organizado se apodera de las calles, la Ciudad de México retrocede más de 20 años en el tema de seguridad; la política migratoria de sello humanitario es sustituida al primer embate, a la primera amenaza de su poderoso vecino, por una que criminaliza al inmigrante y se vale de la fuerza armada para contener su flujo “amenazante” hacia los Estados Unidos.

¿Qué festejamos el pasado 1 de julio en el zócalo?

Que con Estados Unidos se muestre prudencia y con los mexicanos austeridad, severidad e intransigencia… ¿Moderación con los vecinos, radicalismo con los de casa? Un Estado de mano dura con los débiles y débil frente a los poderosos. En la política interna no se ha tocado a los grandes capitales, no se ha buscado –simplemente se ha dejado para después–, regular a las empresas abusivas (incluidos los bancos), ni se ha enfrentado el crimen organizado (desde el narcotráfico hasta la trata de personas) más que de palabra. Ni siquiera se pudo con el huachicoleo, cuyas espectaculares acciones para enfrentarlo y frenarlo parece que sólo fueron llamarada de petate, aunque diga el presidente que se abatió el robo de combustible, sin presentar esos “otros datos”, porque en su palabra tenemos que confiar todos.

Gran celebración

Un gesto simbólico más de la 4T (cuarta transformación), un gesto para reafirmar su poder, como una buena parte de los 78 de los 100 “compromisos cumplidos”. Un importante número de esos compromisos cumplidos son “becas” y “apoyos”, raquíticos subsidios que no combaten la pobreza pero aseguran votos. O las “100 universidades públicas, con carreras acordes a cada región” –que no se sabe bien a bien cuáles son, y dónde están–, y cuya existencia probablemente costará la vida a las otras universidades públicas, con muchos años de haberse fundado pero cuyo pecado es ser heredadas del “antiguo régimen”, amén de que limitan de entrada las posibilidades profesionales de los habitantes por cuestiones geográficas. Compromisos, varios de ellos cumplidos a medias, como el de esas universidades cuyo número queda en la imprecisión.

¿Qué motivos tenemos para estar contentos? El aniquilamiento, por asfixia lenta o machetazo radical, de las instituciones que sí funcionaban en este país, les guste o no a AMLO y a sus seguidores. Porque desde el INE hasta el INCAN, pasando por el CONACYT (por mencionar sólo algunas de forma rápida) han permitido que este país funcione y avance. Porque no todo lo que se hizo antes estuvo mal hecho o huele a corrupción. ¿Qué celebramos? Que hoy tenemos un presidente que se dedica a atizar el fuego de los resentimientos entre mexicanos, porque entiende muy bien la utilidad de aplicar la premisa de “divide y vencerás” en lugar de asumir su papel de representante de todos los mexicanos. El recrudecimiento de la amenaza a la libertad de expresión y de prensa, como lo han denunciado algunos periodistas. En contra parte, la supresión de las trabas que impedían a las iglesias la participación en política (echando por la borda una larga historia de separación entre poderes que había imperado en México desde los lejanos tiempos de un personaje llamado Benito Juárez), apertura discutida con mucha discreción, por decirlo de alguna forma, para no causar escándalo y provocar las reacciones críticas.

¿Qué festejamos? ¿La autocomplacencia en el discurso oficial? Lo cierto es que poco tenemos hoy que celebrar señor presidente. Solo para estar claros: yo soy apartidista (lo siento, no creo en ningún partido político), pero no soy apolítica. Considero que mi obligación ciudadana es ser siempre crítica de toda autoridad y de cualquier gobierno. No tengo nada personal contra AMLO, su gobierno y su partido, pero estoy convencida que esta administración actúa a capricho, sin contar con estudios de fondo que permitan diagnósticos acertados y sin la planificación de soluciones de largo y profundo aliento. La dimensión de estadista no se alcanza atizando fuegos sino logrando equilibrios.

*Fausta Gantús. Investigadora del Instituto Mora (CONACYT). Especialista en historia política y en historia de la prensa. De 2011 a 2016 coordinó el proyecto “Hacia una historia de las prácticas electorales en México”. Es autora del libro Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la ciudad de México, 1876-1888; ha coordinado los libros Elecciones en el México del siglo XIX. Las fuentes y Elecciones en el México del siglo XIX. Las prácticas.