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¿Puede AMLO aprender del pasado?

El presidente puede estar trazando una ruta en la que cada vez más personas que le apoyaron terminen guardando silencio en sus fallas. | María Fernanda Salazar

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Escrito en OPINIÓN el

Las últimas semanas no han sido nada sencillas para el gobierno del presidente López Obrador -tampoco lo han sido para el país-. Los índices de violencia aumentan y su rudeza también. ¿Para qué votamos por ustedes? Se preguntaba hace unos días Gael García, a propósito de la masacre de la familia LeBarón.

Creo que nadie en su sano juicio creyó, aún cuando el entonces candidato López Obrador así lo haya prometido, que la violencia y la inseguridad que vivimos en el país se iban a detener sólo con su llegada al poder. Sin embargo, el presidente, su gobierno y sus bases, pueden estar cometiendo errores que llevaron a sus antecesores a fracasos gubernamentales, electorales y políticos. En este artículo enlistaré cuatro que me parecen reiterados:

1. No es la comunicación. La obsesión por culpar a la comunicación cuando lo demás se hace mal y sale mal, fue una de las constantes del sexenio anterior. Frente a grandes escándalos de corrupción; conflictos de interés; indiferencias imperdonables; casos de funcionarias y funcionarios que en ciertos casos eran incompetentes y en otros impresentables, grupos de simpatizantes, aliados e incluso medios de comunicación señalaban a la comunicación como la causante real del deterioro de la imagen del presidente y su gobierno sin detenerse a mirar lo que pasaba hasta que era simplemente irreparable. En el sexenio anterior, el presidente sólo dio entrevistas acordadas y se limitó a unas cuantas conferencias de prensa. En este gobierno, el presidente habla, confronta y posiciona su agenda, pero no necesariamente reacciona, ajusta o da respuestas comprobables ante los señalamientos que pudieran en el mediano plazo desgastar a su gobierno. Todo lo que hoy diga y no haga podrá ser usado en su contra más pronto que tarde. Esto tiene más que ver con el ejercicio de gobernar que con la comunicación de gobierno.

2. Reformitis. Las dos legislaturas correspondientes al sexenio anterior fueron las que más reformas constitucionales y legales aprobaron en la historia del país. Al ritmo que va López Obrador, quien por cierto prometió no tocar la constitución en la primera parte de su gobierno, esos números probablemente serán superados. México, desafortunadamente, es el país del “acátese pero no se cumpla”, el mayor reto no tiene que ver con las reformas legales sino con saber qué de lo mucho que se ha aprobado en las últimas décadas sirve si se aplica. Teníamos una reforma al sistema de justicia penal vinculada también a otras reformas relacionadas con los derechos humanos, que tenía como plazo para su implementación casi 10 años y, sin embargo, hasta hoy no ha sido correctamente adoptada en el país. Hoy, va de reversa.  Seguir creyendo que, en un país con la debilidad de nuestro Estado de Derecho, el camino sigue siendo el de las reformas en todos los sectores, es un error de cálculo que también refleja cierta incompetencia de nuestros ejecutivos federales para gobernar ejecutando, en vez de legislando.

3. Malos gabinetes. El sexenio anterior era conocido como el gabinete Montesori, como una metáfora de que cada quién hacía lo que quería, el presidente lo permitía y nunca nadie asumía responsabilidades políticas, administrativas ni mucho menos penales. Este sexenio podría pensarse todo lo contrario: nadie se mueve si no lo dice el presidente, porque es quien domina y determina, en menosprecio del conocimiento especializado, lo que debe suceder. En este gabinete, hasta ahora, tampoco ha habido responsabilidades (salvo la renuncia digna de una secretaria que se equivocó al pedir que un avión se retrasara para no perder el vuelo) y el presidente parece estar dispuesto a asumir el costo de todos los cuestionamientos, señalamientos y acusaciones -incluso sustentadas- que se hacen contra su equipo. Frente a indicadores adversos en distintos sectores, fallas evidentes en la implementación de diversas políticas, el presidente pone la cara pero no los cambios; ni de personas, ni de enfoques. De seguir así, el destino será el mismo. Conducirán a un fracaso gubernamental que, a diferencia del anterior, sería muy doloroso para las expectativas que hay en este gobierno.

4. Volverse indefendible. Ver los trending topics de apoyo y rechazo al actual gobierno es sólo la continuidad de ansias del pasado por posicionar tendencias huecas que poco corresponden a la realidad. Hoy el presidente tiene mucha gente que lo quiere y le apoya, pero también muchos otros que se suman a la pregunta de hacia dónde va este gobierno y a rechazar claramente ciertas posiciones y políticas implementadas. A sólo un año de ganar con 30 millones de votos, que sus simpatizantes deban recurrir a crear tendencias que lastiman el debate público y posicionan a sus adversarios, es gastar un capital político que nadie ha tenido en el pasado, con el riesgo de terminar dependiendo de esas prácticas para defender sus acciones. Cuando insiste una y otra vez en sólo hablarle a un segmento de población, ignorar al partido-movimiento que él mismo creó, insistir en vías que a todas luces no son correctas, el presidente puede estar trazando una ruta en la que cada vez más personas que le apoyaron terminen guardando silencio en sus fallas.

“Ya sé que no aplauden” dijo una vez Enrique Peña Nieto a la prensa. Nada podría hacerle más daño a un presidente que llegó con el cariño y el apoyo popular, que seguir escuchando únicamente a quienes le adulan. El pueblo lo quiere, pero puede, muy pronto, no querer igual al gobierno que encabeza.