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¿Presidentes en guerra?

Nuestro sistema político necesita desarrollar y fortalecer un modelo de liderazgo compartido. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

El activismo político de los expresidentes Vicente Fox y Felipe Calderón no tiene precedente. Si bien es cierto que al inicio de cada sexenio el país vivía una especie de “ajuste de cuentas” entre el nuevo presidente y su antecesor, la confrontación en este nivel tiene características muy diferentes en la lucha por el poder.

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Lejos quedaron las reglas escritas y no escritas del viejo sistema. Los expresidentes ya no tienen protección, asesores, ni seguros de vida o gastos médicos pagados por el Estado. Tampoco cuentan con la pensión vitalicia. Algunas circunstancias llevaron al presidente Andrés Manuel López Obrador a establecer un par de excepciones en el tema de la seguridad.

Por otra parte, desde la pasada década de los noventa, los expresidentes dejaron de guardar el silencio que esas reglas le imponían. Quienes decidieron no hablar lo hicieron por voluntad propia, no porque nada ni nadie se los haya impuesto. Pero eso no es todo. El regreso al activismo político de los expresidentes panistas se ha convertido en un punto de inflexión que debe analizarse a fondo.

El fenómeno no es motivo de preocupación para el presidente López Obrador, al menos por ahora. "Sin comentarios", fue lo único que expresó cuando se le cuestionó sobre el regreso de Vicente Fox al PAN y del llamado que hizo para formar una alianza política y ciudadana en contra de la Cuarta Transformación y “darle en la madre”.

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En el mismo sentido y con la misma actitud, tampoco se ha “enganchado” con las declaraciones ni las actividades que está realizando Felipe Calderón para que México Libre se convierta en partido político. El primer mandatario sabe que su popularidad y la confianza de la gente se mantiene en niveles altos, que domina la agenda mediática y que todavía no han surgido nuevos liderazgos con la capacidad para enfrentarlo con eficacia en las elecciones de 2021.

Lo anterior no significa que los proyectos políticos de los expresidentes estén condenados al fracaso. Lo que sí queda claro es que nuestro sistema de partidos no se ha podido recuperar del fuerte golpe que recibió el año pasado y que uno de sus efectos principales fue que se agudizó la crisis de liderazgos que el país ha tenido en la última década.

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Para algunos, lo que están haciendo los expresidentes son intentos desesperados para recuperar los pesos y contrapesos del sistema político. Para otros, solo son acciones que tratan de dar cauce a ciertos intereses de grupos que están inconformes con el modelo económico y político del presidente López Obrador. En cualquiera de los casos, existe la duda de que puedan lograr su cometido, a sabiendas del desgaste que tienen en su imagen como exmandatarios.

El expresidente Felipe Calderón dijo que México necesita “liderazgos frescos y nuevos”. Tiene razón. Ningún partido nuevo ni viejo puede insertarse en procesos reales de transformación si no cuenta con líderes capaces de responder a las complejas demandas de la sociedad. Tampoco si no comprende las características y procesos que requiere el actual espacio público, pero sobre todo el nuevo ecosistema de comunicación.

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En el escenario político actual, el líder tiene que redefinirse y legitimarse ante la opinión pública constantemente. Para lograrlo, su presencia mediática debe ser constante y llegar al mayor número de audiencias. Un discurso coherente, bien articulado, conciso, directo y sincero es fundamental, además de las habilidades que requiere para persuadir con su imagen y su narrativa, así como para negociar, crear y resolver situaciones de conflicto y crisis.

En el corto plazo es poco probable que veamos liderazgos fuertes con impacto a nivel nacional e internacional, como los que lograron en el año 2000 Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador en 2018. El futuro de los partidos no puede descansar en personajes con el perfil de imagen y arrastre social que pudieron mostrar durante sus campañas. La clave está en el liderazgo compartido, a partir de plataformas y narrativas capaces de convencer a una sociedad cada vez más crítica, informada y exigente.

Por si quieres saber más: Darío Rodríguez. El liderazgo y las nuevas formas políticas: Balance teórico y lente conceptual. Instituto de Iberoamérica, Universidad de Salamanca, 2014.

Sin embargo, los liderazgos así no se dan por generación espontánea. Necesitan capacitación, actualización y entrenamiento constante para responder a los desafíos de los nuevos modelos políticos, normativos y del espacio público mediatizado y digitalizado. La formación de los líderes transformadores que hoy hacen falta obliga a adaptar los programas académicos en las universidades e instituciones de educación superior y a modernizar las escuelas de cuadros de los partidos políticos.

Por razones que no se entienden, los partidos han dejado en segundo término los proyectos para formar —con auténtico sentido profesional— a los líderes visionarios, inspiradores, éticos, rupturistas, creativos, creadores y confiables que demanda la sociedad. El proceso requiere inversión de tiempo y dinero.

Ningún partido puede aducir hoy que le hacen falta los recursos económicos y materiales para cumplir una misión como ésta. Y si lo que quieren es recuperar el poder perdido y un reacomodo de fuerzas significativo en el 2021, es evidente que el tiempo es lo único que se les está agotando. Para todo lo demás, no debería haber excusas ni pretextos.

Recomendación editorial: Archie Brown. El mito del líder fuerte. Liderazgo político en la Edad Moderna. Editorial Círculo de Tiza, 2014.