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PRD: requiem por una izquierda que no pudo ser

El escenario y la narrativa de la 4T sería muy distinto si se tuviera una izquierda moderna y vigorosa. l Teresa Incháustegui

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Escrito en OPINIÓN el

La pasada semana se disolvió la fracción parlamentaria del PRD en el Senado, al no alcanzar el número reglamentario de integrantes (5) que se requieren según esa norma, para existir. Había logrado constituirse por un Acuerdo de la presidencia de ese órgano en 2019, que dio a Miguel Mancera la posibilidad de dirigir una fracción de tres senadores, incluido él mismo. Pero cambiaron las condiciones políticas e intervino el criterio de una presidencia distinta. Por lo pronto se acabó el oxígeno que se le dio y con ello, el partido del Sol azteca cae varios escalones abajo en esa caída libre que ha marcado su trayectoria desde 2006. 

Es triste esta noticia para gente como quien esto escribe pues pertenezco a la generación pos-sesenta y ocho cuya trayectoria de vida está marcada por el proceso de democratización que experimentó el país con posterioridad al movimiento popular estudiantil, particularmente al proceso de formación e integración de una fuerza de izquierda en la vida política e institucional del país. 

El título que precede estas reflexiones es por un lado injusto y por otro no. Propio de las cosas de la vida real que no son negro y blanco. Es injusto porque debemos a las fuerzas, organizaciones y movimientos que dieron forma al PRD en 1989, buena parte de los cambios políticos, electorales, institucionales y hasta programáticos o de agenda pública que logramos en México en la etapa productiva de la transición democrática, de 1989 al 2000. 

El PRD se integra, no está de más recordarlo ahora, con la fuente política de la izquierda comunista y popular unificada entre 1981 a 1987 en el PSUM, con los movimientos revolucionarios de la guerrilla y los liderazgos de los movimientos sociales crecidos desde los años setenta (campesinos) y ochentas (movimiento urbano popular). También agregó los liderazgos de universitarios, intelectuales destacados, e integrantes de partidos crecidos como parte del reformismo echeverrista (PPS y PST) así como los derivados de la ruptura del priísmo nacional revolucionario con los neoliberales que tomaron al partido tricolor en 1986. 

La izquierda ahí conjuntada que optó por asumir los riesgos, exigencias y oportunidades de la vía electoral, que de entrada daba timbres de legitimidad al proceso de constitución del poder en el México todavía dominado por el autoritarismo tricolor, pasó de representar 8.43% del electorado en 1982 a 36 % en 2006, año de su mayor votación, llegando a constituir la segunda fuerza política en el país. Gracias a esta fuerza de izquierda el proyecto reformista neoliberal no pudo cerrar la pinza con un bipartidismo (PRI-PAN) cómodo que fuera el sueño perseguido a más sangre que fuego por el salinismo. 

El triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en la capital del país de 1997 –primer año de verdaderas elecciones y órganos electorales ciudadanos– marcó definitivamente un nuevo escenario porque a partir de ahí, en su carácter de gobierno la izquierda, podía contrapesar y competir en decisiones políticas constantes y sonantes, contra el autoritarismo tricolor y el panismo conservador. 

Los gobiernos del sol azteca en la Ciudad de México transformaron en buena parte la política social, crearon y consolidaron derechos ciudadanos, reconocieron derechos a indígenas, a pueblos originarios, personas con discapacidad, personas con diferente orientación o identidad sexual; derechos históricamente negados a las mujeres como la interrupción legal del embarazo, para citar solo los más emblemáticos. La cadena de victorias electorales en la capital del país hasta 2012 cuando obtiene el 65% de los votos da cuenta del soporte que logró como gobierno en la Ciudad. 

En suma durante esos quince años gloriosos de la izquierda, con todos los asegunes y pesares, se puede acreditar un proceso de maduración en programa, agenda, temas, iniciativas; consolidación de cuadros parlamentarios, funcionariado, etc., formado y habilitado con experiencia ejecutiva. 

Pero ahí viene la segundita: el PRD incubó huevos de serpiente en su interior que fueron incrementando sus tensiones interinas y también sus pulsiones centrífugas. La enorme riqueza de sus fuentes constitutivas, con diversidad de orígenes, trayectoria, cultura política, intereses, que era su enorme capital y pudo haber sido una veta enorme de riqueza, se tornó rápidamente ingobernable. No pudieron encontrar más regla que el caudillismo para su gobierno. Los primeros en salir fueron los intelectuales, echados afuera por un culto al caudillo para ellos improcesable. Y esta regla se multiplicó por cien y mil. Cada capillita tenía su santo, sus párrocos, diáconos, monaguillos y feligresía. 

Con los puestos de poder como principal incentivo, los vínculos con movimientos sociales y ciudadanos se hicieron clientelares y las decisiones internas se hicieron más competitivas que cooperativas. La lealtad se acumulaba en los capos de las tribus y con el desgaste de arreglos iteractivos en cada elección interna o en cada reparto de oportunidades electorales, los juegos entre tribus producían nuevas rupturas y desgarramientos internos. Con el tiempo los liderazgos de las tribus empezaron a echar mano de nexos más fuertes que el vínculo político, echando mano de parientes, hijos, hermanos, primos, compadres, esposas, amantes, en la distribución de cargos, puestos etc., en lo interno. Se relajó la formación de cuadros, se relajaron méritos y capacidades de sus integrantes en la competencia interna, se privilegiaban los nexos con capos de tribus. Se abrió paso a la corrupción, se pervirtió el espíritu y el alma del partido. La presencia de fraudes en las elecciones internas para constituir dirigencia fue el indicador más palmario de esa condición. 

Sin duda la derrota electoral de 2006 fue el momento de quiebre del partido. La tensión de la derrota y de la secuela del multicriticado cuanto incomprendido sentido del plantón en Reforma desgarró lo que quedaba de tejido conectivo. El hecho de que haya sido una decisión del TRIFE la que permitió integrar la dirigencia en 2005, es clara muestra de que las condiciones de la negociación interna se habían agotado. Conscientes algunos liderazgos de esta crisis, plantearon desde entonces la vía de la refundación para evitar la ruptura. Pero esta refundación nunca llegó. Fue aplazada una y otra vez hasta que se intentó fallidamente con un dirigente venido de fuera de sus filas, el colosista Agustín Basave que encabezó al Sol azteca de 2015 a 2016.

Quizá entre las decisiones más cuestionadas –incluso internamente– del PRD fueron sus alianzas con el PAN, partido opuesto entre los que mas al ideario de izquierda moderna, en elecciones de entidades donde apoyó triunfos de cuadros del blanquiazul sin garantizar agenda o injerencia efectiva en las decisiones de los gobiernos emanados de esas victorias. Para 2018 todos sus expresidentes habían dejado al partido y su alianza con Ricardo Anaya acabó de sepultar cualquier apego que un electorado de izquierda pudiera haberle guardado; de ahí que cosechara la votación más exigua de su historia. Una votación de 5.3% equivalente a la que recibiera la izquierda marginada que recién llegaba a las lides electorales en 1982. 

El PRD se desvinculó como el resto de los partidos de la demanda ciudadana y se trucó como el resto, en cuadrillas de interesados en saltar de un cargo a otro; en moneda corriente o moneda cambiante que truca de un color a otro como muchos otros. Legisló por muchos años a favor de derechos para mayorías y minorías que se tradujeron en leyes y normas, comisiones, programas o instituciones, a veces más formales que reales, pero perdió color, vocación, pasión y rumbo, a grado que hoy su incierto futuro es convertirse en un partido X, ni de izquierda ni de derecha sino todo lo contrario, bajo una sigla cuya único horizonte definido es 2022. 

Para todos los que vivimos los quince años gloriosos de la izquierda mexicana no deja de ser triste y trágico no contar con una fuerza de izquierda definida, vigorosa, clara. No deja de ser paradójico y seguramente aleccionador que el sistema de partidos forjado en los años de la transición productiva (1989-2000) cruja por la debilidad o casi extinción de su polo izquierdo. Sin duda el costado más difícilmente procesable para las instituciones generadas en dicha transición desde que el desafuero de 2005 nos mostrara que al establecimiento democrático mexicano le costaba dar vuelta a la izquierda.

Seguramente el escenario y la narrativa de la 4T sería muy distinto si en lugar de tener de frente al consenso neoliberal prianista tuviera a una izquierda moderna y vigorosa. Para tristeza nuestra esa izquierda no pudo ser.