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Posverdad, emociones, mentiras

El privilegio y el uso de las emociones en las últimas décadas son una realidad y deben comprenderse como tal. | Leonardo Bastida

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Escrito en OPINIÓN el

En dos semanas se llevará a cabo una edición más de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, ampliamente seguidas en múltiples partes del mundo debido a su trascendencia política, al dictar ciertos patrones en la agenda internacional, y su impacto directo en las economías y finanzas de muchas naciones como consecuencia de su amplia dependencia comercial con la nación norteamericana.

La más reciente experiencia, de 2016, derivó en la elección de Donald Trump, quien en esta ocasión, pretende una reelección después de cuatro años de una administración polémica motivada por la gran cantidad de afirmaciones sin sustento sobre múltiples temas como los flujos migratorios, las políticas internas del país, la inserción en la vida política interior de otras naciones, la desigualdad racial y el racismo, y la pandemia de covid-19, entre muchos otros.

Aquel proceso electoral desteñido pudo haber sido considerado uno de los más opacos en la historia estadounidense contemporánea sino es porque ha sido clasificado como parteaguas en la emergencia de un fenómeno que a lo largo de los últimos meses, como consecuencia de la crisis sanitaria motivada por el coronavirus Sars–Cov- 02, ha sido calificado como grave: la desinformación. 

Varias mediciones han mostrado que la campaña electoral de Donald Trump, y después su período administrativo, estuvo sustentada en información imprecisa, de contenido dudoso, e incluso falsa, pero con una alta carga de emotividad. 

En su más reciente libro “Estados nerviosos” (Sexto Piso, 2019), el sociólogo inglés William Davies retoma el pasaje del día en el que el magnate norteamericano asumió la investidura presidencial y su equipo de comunicación afirmó que más de millón y medio de personas habían acudido a dicha ceremonia, a pesar de que la evidencia mostraba una cantidad menor de asistentes. 

La descalificación a la prensa fue inmediata, acusándole de minimizar el apoyo que daba la población al mandatario cuya campaña estuvo enarbolada por la idea de “volver a hacer a América grandiosa” y construir más kilómetros del muro fronterizo entre Estados Unidos y México con el dinero del gobierno mexicano, y que hacia el final de su período presidencial se encargó de descalificar la existencia del nuevo coronavirus. Lo cual implicó un cuatrienio repleto de mensajes erróneos pero que detonaban reacciones sociales con distintos matices.

Para Davies, estos últimos años se han caracterizado por la disponibilidad de una gran cantidad de información provocadora de reacciones cada vez más rápidas, “en tiempo real”, azuzadas por la rapidez permitida por los medios de comunicación y los ambientes virtuales alojadores de las redes sociales, impidiendo a la persona contar con la información suficiente y necesaria para ejercer una reflexión y tomar una postura, sino que forma su criterio con base en las sensaciones provocadas por la situación en específico y la información disponible al momento, pudiendo ser muy volátil

De esta manera, la opinión del experto, de aquella figura surgida desde finales del siglo XVII, caracterizada por su sapiencia sobre determinado tema y sustentada en evidencia, se diluye, e incluso, se evapora, quedándose su lugar vacío o sustituido por opiniones sin evidencia, más fácticas, menos respaldadas en la veracidad, apelando a una posverdad.  

El catedrático de la Universidad Goldsmiths de Londres plantea que en nuestra contemporaneidad se han diluido dos binomios, antes claramente divididos: cuerpo-mente y guerra-paz. En el caso de la mente y el cuerpo, tomando cada vez más en cuenta a las emociones y la fisiología en la toma de decisiones. En el de la guerra y la paz, ocurriendo múltiples actos de violencia en los que el estado no está en contrapunto con otros estados sino con otro tipo de agrupaciones y a través de otros medios diluyéndose el límite entre actividades de control y de intervención militar.

En medio de este contexto, surgen los estados nerviosos, donde tanto individuos como gobiernos viven en constante estado de alerta y sus decisiones y sus acciones están más apoyados en los sentimientos que en la realidad en sí.

Sin embargo, como plantea Davies, el privilegio y el uso de las emociones en las últimas décadas son una realidad y deben comprenderse como tal, sobre todo, por lo acontecido en los últimos años, donde el miedo, el dolor, la incertidumbre, son parte de las explicaciones de las realidades y no deben menospreciarse ni subestimarse. 

Por el contrario, se deben valorar, comprender, entender su inserción en las democracias y sus efectos en los sistemas sociales, políticos y económicos, pues en caso contrario, se les pueden utilizar con fines de manipulación, provocando extrapolaciones, segregaciones, e intolerancia, mermando los diálogos y los consensos, tratando de imponer posturas únicas sustentadas en parcialidades, o peor aún, en mentiras.