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¿Por qué tanto odio?

El discurso de odio no se puede justificar ni amparar en la libertad de expresión. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

La incitación al odio es uno de los recursos más perversos, reprobables y deleznables que utilizan los grupos de poder. Los efectos que ocasionan en las sociedades pueden llegar no solo a las manifestaciones más violentas, sino a conductas cotidianas como el racismo, discriminación, misoginia, homofobia, xenofobia, machismo o, incluso, la creación de “chivos expiatorios”.

El odio es motivo permanente de conflicto, pero debido a la intensa carga emocional que le caracteriza casi siempre deriva en confrontación, agresión o violencia. Muchos de los personajes y líderes que lo promueven lo saben. A pesar de ello, asumen los riesgos porque en ciertas circunstancias y contextos les otorga importantes ventajas para mantenerse en el poder o ganar la simpatía de algunos grupos de la sociedad.

Te recomendamos: Carlos Colina. Las paradojas del odio. Revista Razón y Palabra, Número 71.

Los regímenes democráticos deberían ser los menos propensos a aceptar o avalar estas conductas negativas. Los mecanismos de defensa de los derechos humanos son el mejor instrumento para contrarrestarlas o disminuirlas. Sin embargo, en los últimos años ha habido manifestaciones y mensajes que han sobrepasado los límites marcados por la ley y la ética.

El discurso de odio está retomando fuerza. La masacre que ocurrió el sábado pasado en un centro comercial de El Paso, Texas, es uno de los eventos más trágicos, impactantes y lamentables de las últimas décadas. También es un claro ejemplo de los efectos que una retórica torcida y maniquea puede generar en una sociedad. Por eso la indignación nos tiene que llevar a la acción no solo para que esto no vuelva a suceder, sino para seguir adelante con una cultura de paz, equidad, igualdad, tolerancia, inclusión y respeto.

Por si no lo leíste: Masacre en Walmart: el ambiente tóxico que enluta a El Paso y Juárez.

Los desacuerdos e intereses contrapuestos son normales en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana. La diferencia con el discurso del odio está en que acentúa la polarización, la disparidad, el conflicto, la exclusión, el abuso, el sometimiento y la diferencia, llevando las posturas personales, políticas o ideológicas a extremos en los que la mentira, la difamación o la diatriba enardecen las pasiones hasta nublar la razón.

El discurso de odio es el campo fértil de la violencia. Al estar basado en prejuicios, estereotipos y argumentos falsos atacan, amenazan, provocan, se burlan, descalifican o insultan con gran facilidad. Ante agresiones de este tipo, casi ninguna persona puede permanecer indiferente y el conflicto escala con gran facilidad. Por eso, bajo ninguna circunstancia, el discurso de odio se puede amparar en la libertad de expresión, porque va en contra de sus principios fundamentales como la igualdad y el respeto al honor, la reputación y la dignidad.

Lee más: Sami Naïr. ¿Qué hay detrás del discurso del odio? El País, 9 Diciembre 2018.

En el nuevo ecosistema de comunicación el discurso de odio también marca una tendencia creciente. El anonimato, la proliferación de bots y las conversaciones manipuladas por ciertos grupos de poder han hecho de Internet uno de los canales donde se propagan los mensajes violentos con cierta facilidad. Y las consecuencias pueden ser tan trágicas o devastadoras que están contribuyendo, directa o indirectamente, a la instigación de las masacres, genocidios y terrorismo.

Recomendación editorial: Robert J. Stenberg y Karla Stenberg. La naturaleza del odio, Paidós Contextos, 2010.

El discurso de odio y el autoritarismo también van juntos. Así, cuando los dirigentes rechazan o ponen límites al pluralismo político, cuando quieren desconocer la multietnicidad o el multiculturalismo de una sociedad, o cuando se excluye o critica a cualquier grupo por su condición atentan contra los principios básicos de los derechos humanos. Para lograr su cometido, algunos llegan a utilizar todos los foros de comunicación que tienen disponibles y las herramientas de comunicación política más avanzadas que les ofrecen los medios digitales.

En un mundo dominado que pretende ser dominado por la violencia y la inseguridad, gobiernos y sociedades no pueden permanecer indiferentes ante esta nueva realidad. Para poner un límite, es necesario revisar el marco legislativo y las sanciones a los promotores públicos del odio. Pero lo más importante es impulsar, con las herramientas diversas que tenemos a nuestro alcance, un profundo cambio cultural en favor de la equidad, la tolerancia y el respeto. También puedes leer: Joel Hernández Santiago. Discurso de odio: allá... y acá, Opinión La Silla Rota, 7 Agosto 2019