A nadie debe sorprender la práctica harto cuestionable de saltar de un partido político a otro. En realidad eso ocurre en todo el mundo y en todos los partidos políticos del planeta.
Lo grave, en el caso mexicano, es que “las maromas” de los políticos se producen a partir de los extremos ideológicos.
Y el mejor ejemplo –por burdo y aberrante–, es el de la senadora Gabriela Cuevas, quien saltó del PAN a Morena; paso de ser una de las más severas críticas de Obrador, a una de sus más rabiosas aplaudidoras.
¿Qué significa?
¿Cómo entender a una mujer dedicada a la política que ayer cuestionaba toda la basura que hoy se come a puños? La respuesta la conocen todos los mexicanos y todos los potenciales electores.
Nos referimos al oportunismo vulgar y al clientelismo procaz. Es decir, que esos políticos a los que repudia la sociedad en general, no entienden que el repudio seguirá presente a pesar de que cambien de partido; a pesar de que salten de un trampolín a otro.
Y las alianzas...
Pero hay un ejemplo aún más cuestionable y de mayor trascendencia, además de que retrata de mejor manera la claudicación ideológica. Nos referimos a la alianza entre el PAN y el PRD; entre la derecha y la izquierda, entre los dos extremos de la geometría política.
Por eso podemos concluir que si el PAN y el PRD son capaces de una candidatura común; si la izquierda mexicana es capaz de llamar a votar por un candidato de derecha, y si la derecha promueve la Ciudad de México a una candidata de izquierda, entonces debemos esperar cualquier cosa de los partidos y de los políticos.
Dicho de otro modo, los ciudadanos mexicanos y los potenciales electores tenemos a la basura de políticos que nos merecemos.
¿O no?
Al tiempo.