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Polémica de Sangre

Son extensos los territorios bajo control del crimen y múltiples las actividades sociales y económicas amenazadas. | Marco Adame

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Escrito en OPINIÓN el

El asesinato de los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora y del trabajador del turismo Pedro Palma, han cimbrado a nuestro país; el dolor por estas sentidas pérdidas humanas a manos de la delincuencia se ha convertido en un clamor de repudio y exigencia de justicia en México y a nivel internacional, del que parece no enterarse ni interesarse el gobierno.

Por elemental humanidad, obligación ética y legal, bien harían las autoridades en revisar su actuación, en lugar de reducir su actuación a un protagonismo estéril y a polarizar a la sociedad promoviendo una polémica de sangre. De nada sirve echar culpas al pasado, criticar a las víctimas o buscar distractores para evadir la propia responsabilidad.

Lo que la sociedad exige es que se investigue y se haga justicia en este y en cada uno de los 122 mil asesinatos registrados en las cifras oficiales; “respetuosamente le pedimos, señor presidente, que revise su proyecto de seguridad, porque no vamos bien” dijo el padre Javier Ávila, durante su homilía en la misa de cuerpo presente, celebrada en la comunidad de Cerocahui.

Como era de esperarse, la respuesta del gobierno fue la negación y la polarización: “No es cierto” declaró el presidente en su conferencia mañanera, para luego recurrir al pasado, recordando las muertes en otros sexenios e intentar confrontar a la Iglesia en México con el Papa Francisco: “Todo eso se les olvida, incluso hasta a los religiosos, con todo respeto, que no siguen el ejemplo del papa Francisco, porque están muy apergollados por la oligarquía mexicana”.

Tan solo un poco de contexto, o de “ubicación del lugar”, como enseñan los jesuitas, ayudaría a nuestro país a ver la realidad sin prejuicios y a buscar juntos, sociedad y gobierno, la solución a la crisis de seguridad y violencia y a hacer posible la paz que tanto necesitamos.

Este horrendo crimen alcanzó a una comunidad religiosa muy querida y extendida a nivel internacional, con más de 100 años ininterrumpidos de trabajo pastoral en la Sierra Tarahumara. Los jesuitas están presentes en 69 países, cuentan con 231 universidades y cientos de escuelas de distintos niveles educativos, con 1250 parroquias atendidas al rededor del mundo y con fuerte presencia en ámbitos académicos, sociales, intelectuales y en medios de comunicación y, por si fuera poco, hoy, el Papa Francisco, es un jesuita latinoamericano perfectamente informado de lo qué pasa en nuestro país, así lo refleja su sentido mensaje de condolencias: “cuántos asesinatos en México”.

Fieles a su misión sacerdotal y a su fe cristiana, los sacerdotes jesuitas dieron la vida por una persona indefensa que huía de los delincuentes que, por años, han asolado a la región ante la indiferencia de las autoridades. En ese sentido, bien puede decirse, en medio de la tragedia, que estos “mártires” han escrito una página gloriosa de amor y de congruencia con una misión de evangelización centenaria, que los jesuitas han sostenido al servicio de las comunidades rarámuris, un pueblo pobre, dotado de una gran riqueza cultural y espiritual.

El crimen de la Tarahumara no es un hecho aislado, tampoco es la sangre derramada en un enfrentamiento entre bandas de criminarles, como suele argumentarse en la narrativa oficial para tratar de diluir la realidad, esconder la tragedia o evadir la responsabilidad del Estado.

La violencia y la impunidad que lastima al país está desbordada, ante esto, no podemos callar ni dejar de exigir y colaborar con las autoridades para acabar con la delincuencia organizada y del fuero común que está destruyendo al país; es impresionante el crecimiento de las cifras de delitos de alto impacto, cometidos a plena luz del día con gran violencia y prepotencia ante la pasividad y la humillación de nuestras fuerzas armadas y cuerpos policiales. Son extensos los territorios bajo control del crimen y son múltiples las actividades sociales y económicas amenazadas o bajo su dominio.

Ante este panorama desolador de tanta violencia e impunidad, nos sumamos a lo que bien se ha dicho desde la parroquia de Cerocohui, y que hoy es el clamor popular: “los abrazos ya no nos alcanzan para cubrir los balazos”.