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Periodistas: Ni ángeles ni demonios

Los periodistas no deben ser tratados con ningún privilegio, por encima del resto de los ciudadanos.

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Escrito en OPINIÓN el

Resulta molesto, arrogante y hasta ofensivo para el ciudadano de a pie, el trato de privilegio que, en la mayoría de los casos, los medios de comunicación le dan a los suyos: A los periodistas.

 

Si un periodista es víctima de un secuestro, robo, asalto o -en el extremo- un crimen, el reflector mediático suele dar una mayor atención que si ese secuestro, robo, asalto o crimen; se comete contra un ciudadano común.

 

Pareciera, frente a esa realidad, que los periodistas tienen (tenemos) una suerte de patente de impunidad, atención privilegiada o favor especial, por sobre los derechos, libertades y obligaciones del ciudadano común.

 

Ahora bien, también es cierto, que en toda democracia que se respete “el oficio” periodístico o “la profesión” de periodista tiene una importancia capital, especialmente porque suele ser la voz y los oídos del corazón de la democracia: Los ciudadanos.

 

Dicho de otro modo, que la actividad periodística y su desempeño a plenitud juega las veces de termómetro de la calidad democrática de un pueblo. Por eso algunos suponen que el periodista merece, requiere, o exige privilegios y trato especial del resto de la sociedad.

 

Sin embargo, en rigor, los periodistas no deben ser tratados con ningún privilegio, por encima del resto de los ciudadanos. ¿Por qué? Porque también en estricto, los periodistas son (somos) ciudadanos comunes.

 

Y también en este caso se deben hacer precisiones, existen casos de periodistas que a causa de la fama, la popularidad, o la visibilidad de su desempeño pierden el piso y creen merecer privilegios y trato especial.

 

Viene a cuento el tema por el asesinato de Rubén Espinosa, cuyo crimen de inmediato fue vinculado como producto de su actividad periodística.

 

Como saben Rubén Espinosa había sido amenazado por personeros del gobierno de Javier Duarte, gobernador de Veracruz. Más aún Rubén Espinosa y la activista Nadia Vera, responsabilizaron a Javier Duarte de un potencial atentado.

 

En rigor, hasta la tarde del martes 4 de agosto nadie conocía, a ciencia cierta, la verdad histórica sobre el quíntuple homicidio de la colonia Narvarte. Por eso resulta irresponsable, por donde se quiera ver, que cierta prensa y ciertos periodistas hayan acudido a sus “milagrosas bolas de cristal” para concluir que Espinosa fue víctima de los matarifes de Javier Duarte.

 

Aquí no sabemos que pasó; no sabemos si Duarte mandó matar a Rubén Espinosa, pero tampoco sabemos si Espinosa estaba en el lugar y el momento equivocados.

 

No sabemos si se había vinculado con grupos o personas relacionadas con alguna actividad criminal; no sabemos si él mismo participaba en ese tipo de actividades.

 

Tampoco sabemos, por el tipo de homicidio y la saña con la que fue cometido si se trató de un asalto común o si, como parece, el quíntuple crimen fue producto de una venganza del crimen organizado.

 

En todo caso, el oficio periodístico de Espinosa, no lo convierte en un ángel; en un ciudadano ajeno a las tentaciones sociales que alcanzan a los ciudadanos comunes, pero tampoco es un demonio al que se pueda crucificar sin tener pruebas.

 

Está claro, por eso, que cualquier crimen, cometido contra un ciudadano común debe ser atendido con la prontitud y la solvencia que uno cometido contra un periodista.

 

Y es que, en rigor, los periodistas son (somos) ciudadanos comunes.

 

Al tiempo.