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Perder ganando: la crisis de los partidos en México

Las personas fueron a las urnas a votar no por el mejor sino por el menos malo, y ser el menos malo no es motivo de orgullo para nadie. | Fausta Gantús*

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Escrito en OPINIÓN el

Mi reconocimiento y gratitud para quienes compartieron conmigo su experiencia de votación y su opinión.

El 6 de junio pasado (2021) la ciudadanía salió a votar en una clara manifestación de respaldo al Instituto Nacional Electoral (INE), como una forma evidente y contundente de mostrar su confianza en las autoridades encargadas de llevar a efecto el proceso comicial, en franca solidaridad con esa otra parte de la ciudadanía que también avaló al INE y a las elecciones con su presencia como responsables de casillas. Pero, sobre todo, las votaciones fueron un signo de afirmación de la creencia, y de demanda, en respeto a las instituciones del Estado mexicano cuya construcción ha costado tanto esfuerzo colectivo, y que tan atacadas y vilipendiadas han sido en los últimos tres años.

Entiéndase bien, la expresión ciudadana no es un espaldarazo a Lorenzo Córdova –quien ha dado algunos traspiés importantes conocidos públicamente y que no viene a cuento enumerar aquí–, sino a su investidura; lo que como ciudadanía respaldamos es la figura institucional y las funciones que cumple esa figura y el Instituto que encabeza.

Los resultados electorales no provocaron ánimos celebratorios prácticamente en ningún lado, no hubo festejos porque la verdad es que pocos motivos hay para alegrarnos. Vimos sólo algunos intentos de parecer triunfadores, como los mostrados por Mario Delgado y algún otro dirigente de partido, que resultan tan patéticos y forzados que ni vale la pena detenerse en ellos. Y lo cierto es que no hay motivos para celebrar porque el 6 de junio perdieron los partidos políticos y con ellos la vida pública. Era una muerte anunciada, es cierto, pero no deja de sorprender. En este proceso electoral, como en pocos, lo que escuchamos y leímos fue: “no hay a quién irle”; “ningún partido me representa”; “no hay propuestas sólo circo”... La gente vivió el proceso con desánimo. Lo que atestiguamos y de lo que participamos fue de una crisis severa de credibilidad en la organización partidista, en sus dirigentes y en las personas postuladas, tanto como en el funcionariado emanado de esos partidos que hoy están al frente de municipios, estados y del gobierno nacional y cuyas actuaciones han decepcionado, desilusionado, cuando no francamente vulnerado y agredido a la ciudadanía a la que deberían cuidar, servir y proteger –al pueblo si lo prefieren, como gustan decir ciertos personajes–.

En efecto, el 6 de junio perdieron los partidos políticos, todos los partidos políticos. Ninguno es ganador aunque hayan obtenido la mayoría y con ello el cargo de representación por el que contendían. Perdieron todos porque si acusan recibo, si se detienen a escuchar y ver a su electorado tendrían que reconocer que muy poca gente votó por convicción o convencimiento, casi nadie lo hizo con entusiasmo. Las personas fueron a las urnas a votar no por el mejor sino por el menos malo, y ser el menos malo no es motivo de orgullo para nadie, o no debería serlo ni aquí ni ahora, ni en ningún lugar, ni nunca.

El escenario es desolador, porque las dirigencias partidistas parecen carecer de capacidad autocrítica y de sensibilidad empática, porque la soberbia los pierde y prefieren culpar a la ciudadanía, señalarla con epítetos varios, desde ignorante hasta ambiciosa, desde equivocada hasta vendida antes que reconocer que algo están haciendo mal o están dejando de hacer.

Algo más hay que decir, perdieron los partidos pero también perdimos como sociedad política pues si bien la ciudadanía salió a expresarse en las urnas y los resultados de la votación están garantizados por el INE, y podemos tener confianza en ellos –al menos yo la tengo–, lo cierto es que sabemos que aún hay prácticas fraudulentas –desde donativos y apoyos entregados a la gente en los recorridos durante las campañas, hasta compra de votos realizada de manera previa al momento del sufragio– y que la manipulación sigue siendo una estrategia, como lo es también la intimidación.

Fraude, manipulación e intimidación, constatamos con desaliento, siguen siendo recursos de todos los partidos y ciertas autoridades gubernamentales. Pero, más peligroso todavía, lo que vimos con claridad en estas elecciones fue la asociación evidente y la intervención casi descarada de la delincuencia organizada y el narco en algunas estructuras partidistas. Quizá están en todos los partidos y sus estructuras pero en algunos es más obvia, díganlo sino sus candidatos, sí en masculino porque en sus figuras es donde se concentran las acusaciones, con señalamientos, denuncias periodísticas y judiciales por delitos que van desde malversación hasta pedofilia, desde asociación criminal hasta violaciones y que “han sido electos” y tomarán posesión de sus cargos en los próximos meses. Elección que, me atrevo a afirmar, no hizo la ciudadanía, no se logró en el voto sino que se fraguó en otros lugares, entre otros actores antes de la votación y que se tradujo en tácticas para impedir, desalentar o boicotear las votaciones.

Es necesario repensar nuestros sistema de partidos, es necesario repensarnos como sociedad política… Otra forma de vivir en el espacio público debe de ser posible. El reto es encontrar las alternativas.