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¿Percepción o realidad?

En las campañas electorales, lo que se percibe es muchas veces más importante que la realidad. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

La construcción del relato político es uno de los ejes más importantes en la estrategia de una campaña electoral. En el nuevo ecosistema de comunicación, es sumamente complejo argumentar en forma convincente para una sociedad más atenta, receptiva, crítica y participativa, sobre todo en el modelo de hipersegmentación que se ha conformado desde hace más de diez años. 

Los especialistas en comunicación política estábamos convencidos que la esencia de una campaña era prometer, y la de los gobiernos difundir avances y resultados. Sin embargo, con el incremento y endurecimiento de la guerra sucia y las campañas negativas, las tácticas se han tenido que adaptar profundamente, porque hoy la promesa retórica ya no alcanza para convencer a la mayoría, y el ataque a la reputación de los adversarios ha adquirido un nivel sin precedente.

Uno de los cambios más significativos está relacionado con el énfasis que se tiene que poner en el encuadre o framing, no necesariamente en lo que tiene que ver con la verdad de lo que se difunde a través de los medios de comunicación convencionales o digitales. En otras palabras, el posicionamiento de las apariencias (basadas en hechos prefabricados, significados, signos, símbolos o valores que se entrelazan entre los medios y la sociedad) tiene un enorme peso dentro de las estrategias porque hoy, más que nunca, “lo que parece, es”.

Te puede interesar: Aquiles Chihu Amparán. "La teoría del framing: un paradigma interdisciplinario". México, Revista Acta Sociológica, UNAM, Número 59, 2012.

En el marco de la velocidad, fugacidad, dispersión, heterogeneidad y saturación que caracteriza a la información pública es muy fácil que los hechos reales a veces nos engañen. Y que “la verdad” surja de un artificio que logra convertirse en “lo cierto”, porque un alto porcentaje de la población lo acepta sin ningún cuestionamiento y no deja espacio para la duda.

Es cierto que las acciones de comunicación basadas en hechos o argumentos falsos siempre han existido. Pero también lo es que la manipulación que hoy se puede hacer de la agenda pública facilita la inoculación de la mentira, a partir de la tergiversación de hechos o dichos y en detrimento de los argumentos sólidos y las evidencias de lo que en realidad sucede. 

Aunque la retórica y la persuasión no están dominadas en forma obligatoria por un discurso apegado a la verdad, es necesario tener presente que los límites deben quedar establecidos por principios y valores éticos.

Consulta: Eduardo Soto Pineda y José Antonio Cárdenas. Ética en las organizaciones. México, McGraw Hill, 2007.

Por otra parte, es indispensable reconocer que las narrativas de confrontación han aumentado debido al énfasis que se pone en este tipo de mensajes, parcialmente ciertos o parcialmente falsos. Esta situación explica en parte por qué se judicializa la actividad política con mayor facilidad que antes; por qué la guerra sucia intensifica su presencia en todos los medios; por qué se politiza una pandemia o un proceso de vacunación; y por qué los ataques a las y los adversarios se imponen a los mensajes positivos o a las propuestas que hacen las y los candidatos.

Si en la actividad política moderna “lo que parece, es”, entonces la lucha por el poder tiene como uno de sus objetivos principales el dominio de las percepciones. Percibir que se vive seguro. Percibir que la economía va mejorando. Percibir que se está acabando con la corrupción. Percibir que un partido o una coalición son un peligro para el país. Percibir que algún político o funcionario es deshonesto. Percibir que la pandemia está bajo control o que va muy bien el proceso de vacunación. Percibir que unos son los buenos y otros los malos. Aunque nada sea totalmente cierto.

Lee más: Julio César Zapata Cruz. "¿Judicialización de la política o politización de la justicia?". Hechos y derechos. Revista del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, Número 41, septiembre-octubre de 2017.

Inocular percepciones es algo normal e inevitable en la actividad política. Lo que no se puede aceptar es que las narrativas y mensajes terminen siendo exhibidas tarde o temprano por la realidad, porque ésta es implacable y siempre termina pasando factura a la confianza y credibilidad de los líderes y lideresas. 

Tampoco es conveniente destruir la reputación de los adversarios a costa de lo que sea, sin importar los límites que marca la legislación vigente, tanto en la vida íntima como en los derechos individuales que tienen las y los personajes que aspiran a un cargo público. 

Te recomendamos: Rafael Rubio Núñez. "Los efectos de la posverdad en la democracia". Madrid, España, Revista de Derecho Político, Universidad de Educación a Distancia (UNED), Número 103, marzo-abril 2018.

Se dice que las sociedades no tienen memoria histórica. La forma en que ha votado la ciudadanía desde 1988 demuestra que no es así. El voto diferenciado y de castigo ha terminado sancionando a partidos y personajes que se les percibe como deshonestos, mentirosos, ineficientes, abusivos, omisos, contradictorios o que no cumplieron con lo prometido en campaña. La sanción ha sido —sin duda— para quienes perdieron la batalla de las percepciones. 

La mentira en la propaganda se ha visto como una herramienta propia, necesaria y justificada de la política. Pero como la lucha por el poder es una actividad sumamente compleja —en la que se vinculan y articulan una gran diversidad de intereses, misiones, visiones y acciones— resulta imposible llegar a un consenso sobre lo que es verdad y lo que no lo es. Por eso, la verdad termina siendo algo subjetivo en las contiendas electorales y también, casi siempre, en las actividades cotidianas de quienes representan al Estado.

Lee más: El voto de castigo también es democracia: Lorenzo Córdova. Forbes, 23 Diciembre 2019.

Aún más. El debate público es otra de las expresiones donde importa más la percepción que la realidad. De ahí que en este formato de confrontación y deliberación importa más el vencer que el convencer. Pesa más la elocuencia y la imagen que las habilidades reales a la hora de gobernar. Impacta en mayor medida la descalificación o destrucción de la reputación que la contundencia del diagnóstico o las propuestas.

A pesar de todo, la batalla de las percepciones no ha representado hasta ahora una amenaza seria para la democracia. La razón es simple, pero contundente. No se puede engañar a todo un pueblo todo el tiempo. Y la comunicación política no puede ni debe seguir abusando del engaño, la manipulación o el artificio. Por fortuna, existen otras opciones comunicacionales para acceder al poder o mantenerse en el poder. Es una ruta un poco más difícil, pero ciertamente es la mejor.

Recomendación editorial: F. Xavier Ruiz Collantes. La construcción del relato político. Crear historias para ganar votos. Barcelona, España, Universitat Autònoma de Barcelona, coeditado por la Universidad Jaume I, la Universidad Pompeu Fabra y la Universidad de Valencia, 2019.