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Partido de Narcisos

A nuestra crisis política le sobran fantoches.

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Escrito en OPINIÓN el

Los llamados a una organización de independientes llevan atado al cuello una rueda de molino del tamaño de una catedral.

 

Para que una organización de independientes prospere sería necesario que todos sus miembros coincidieran en ideario y programas, lo cual se ve harto difícil porque en lo único que congenian es en su antipartidismo y una proclamada guerra a la corrupción y a la impunidad. Los concita el rencor, de suyos entendibles por los comportamientos de nuestra clase política, pero éstos, así como sus proclamas anticorrupción y por la punibilidad distan de ser planteamiento de gobierno.

 

Montarse sobre el odio ciudadano a partidos y política, y sacar raja del reclamo generalizado contra la corrupción y la impunidad puede que sea mercadológicamente redituable y mediáticamente eficaz, pero en el momento en que tengan que bajar a la realidad y coincidir en economía, justicia, salud, derechos, obligaciones, cargas y demás temas de gobernanza, la independencia sobre la que dicen sustentarse habrá de prevalecer, mostrando que carecen de contenidos, incentivos y métodos para construir un colectivo.

 

Dos cosas más comparten entre sí los independientes: desmesura y narcisismo. Sobreconfianza en sus personas y encandilamiento a su reflejo. ¿Se imagina usted un partido de puros Trumps y Narcisos?

 

Narciso desprecia a la ninfa Eco y Némesis, la Diosa de la venganza, hace que se enamore de su reflejo en la fuente, al grado de ser incapaz de apartarse de la contemplación de su imagen, terminando por arrojarse al agua y perderse en el fondo de su reflejo.

 

Narciso no tenía ojos más que para su imagen. ¿Cómo pedirle a un enjambre de Narcisos que los tengan para la solidaridad necesaria en todo colectivo? ¿Y cuál sería el cemento que concitase dicha solidaridad? ¿Cuál el interés en torno al cual concordar?

 

Interés, ya lo hemos consignado en estas páginas, es lo que “está entre”, de inter, ‘entre’ y esse, ‘estar’. ¿Qué hay entre los independientes además de su ira antipartidaria y sus egos desbocados? ¿Cómo puede el interés colectivo existir entre quienes sólo tienen ojos para su interés individual?

 

A mayor abundamiento, ¿qué papel juega el ciudadano en este aquelarre de egocentrismos? No lo sabemos, conocemos de sus odios a partidos y de sus mutuos reclamos y recelos, pero el ciudadano no aparece en sus planteamientos, salvo para utilizarlo de bandera en su cruzada personal.

 

Lo único que nos dicen es que ellos son mejores que los personeros de los partidos porque no forman parte de estos ni de la política. Muy bien, ¿pero cómo nos lo aseguran; qué, además de su egocentrismo e impostado patriotismo, nos ofrecen; cómo piensan abordar y resolver nuestros problemas?

 

Analicemos ahora lo absurdo de su argumento. Si estuviera usted en una emergencia cardiaca y tuviera que escoger entre un médico de carrera y una persona ajena a la medicina y a los quirófanos, ¿a quién escogería? Si su coche requiere compostura, ¿lo confiaría a alguien que se anuncia como neófito en mecánica y ajeno dicho circuito de conocimientos? En un estacionamiento, ¿entregaría su auto a quien le garantiza jamás haber manejado?

 

¿No debiéramos empezar por exigirles a los independientes nos explicitaran qué, además de su afiebrada independencia, nos ofrecen para hacer frente a unas de las épocas más difíciles que se hayan vivido sobre estas tierras?

 

A nuestra crisis política le sobran fantoches. Nada nos asegura que la vertiente de independientes, de suyo inserta en ella, no nos los obsequie en racimo y copeteados.

 

Antes de seguir el juego de los independientes, su pureza, sus derechos de admisión y sus clubes, miremos a Nuevo León y preguntemos a los neoleoneses su despertar de la borrachera llamada Bronco. Jaime Rodríguez, cual Narciso, se enamoró de su personaje; al hacerlo se olvido que no se gobierna con el espejo. No tuvo ojos más que para su imagen, pero una imagen no es más que una representación, no una realidad.

 

Hoy que requiere del concierto de los otros para hacer política, se descubre solo con su personaje de opereta barata, su caballo y su tequila, ambos, caballo y tequila, parte de la imagen que lo tiene apresado.

 

Castañeda, desde su Valhalla, dice que sólo puede haber un independiente y exige a los demás plegarse a este su parecer. El resto de los independientes, cada uno desde su respectivo Valhalla, podrá exigir lo que a su consideración le venga en gana, que para ello son independientes entre sí. Lo que habrá que hacerles ver es que su independencia no les alcanza para imponer a nadie más su personal criterio. Fanático, decía Voltaire, es aquel que cree que su verdad es su derecho, pero también obligación de los demás.

 

Concluyo, si Castañeda persiste en su fanatismo independiente, que convoque a un partido de independientes, sabedor que las tribus del PRD serán una pastilla de clorato frente a los egos desbocados de la antipartidocracia narcisista.

 

@LUISFARIASM

@OpinionLSR