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¿Participación sin asociación?

La política no se da en el individuo estrella, siempre efímero, ni en el hombre masa; se da entre hombres comunes y corrientes que se agrupan.

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Escrito en OPINIÓN el

Ya lo dijo Woldenberg, las candidaturas independientes surgieron como un reclamo de derechos ciudadanos, pero por algún misterioso conjuro transmutaron en movimientos antipartidos.

 

No hay manera de defender a los partidos, pero sí de no tirar con el agua sucia de sus haberes la política por la coladera; política entendida como el espacio para agrupar, relacionar y separar a los hombres, que, al igual que la mesa “localizada entre los que se sientan alrededor (…), une y separa a los hombres al mismo tiempo” (Arendt).

 

A quienes deslumbra el independientismo hay que recordarles las condiciones que hicieron posible los totalitarismos del siglo pasado: desafecto a gobierno, partidos, política y representación política; ruptura de estratificación social; quiebre de los Estados-Nación; surgimiento de masas superfluas y desechables; atomización social e individualización extremas; desarraigo social y espiritual; aislamiento y exclusión; rompimiento de lazos familiares y societales; desprecio por la vida humana.

 

El hombre masa es un individuo aislado, incrédulo, excluido, superfluo y hostil; un desarraigado sin referente social que lo contenga, identifique y represente; un sujeto sin nada que otorgue significado a su vida en un mundo que considera injusto y sin opciones, a cuyo alrededor la vida humana ha dejado de tener valor y donde las muertes, sea por la razón que sea, se suceden. Un hombre aislado en una multitud en la que, compartiendo problemática, no alcanza a construir nada común, salvo, en esta época, consumir frenéticamente.

 

Una sociedad adversa y apática hacia lo público, desestructurada por desencuentros e injusticias, en la que toda organización y norma se presumen malignas y despreciables, donde todo haber político previo es estigma y desconfianza y en la que surge el engaño genesíaco de inventar por primera vez la verdadera política bajo un movimiento ciudadano adánico e inmaculado colocado por encima de cualquier referente (clase, partido y gobierno). Una especie de soberanía originaria, pura, santa y salvadora. Una ciudadanía sin dolor, pero sin ciudadanos, solo masa.

 

A todo esto acompaña, sin duda, un Estado que en su faceta más visible, el gobierno, ha dejado de contar con lustre y aceptación social, al ser percibido por las mayorías como una carga más que una solución, como un aparato obeso, ineficaz y corrupto, avocado a los intereses de la minoría gobernante y sus socios, generalmente ocultos y sin representación social.

 

No podría sonar más actual y ello explica el surgimiento de personajes como Trump, para no hablar de los de casa.

 

La verdad es que no hay nada nuevo bajo el sol. La política no se da en el individuo estrella, siempre efímero, ni en el hombre masa; se da entre hombres comunes y corrientes que se agrupan, comunican y confrontan intereses.

 

El embrujo de los independientes puede hacer perder a muchos el sentido de lo político. El verdadero poder no es la imposición de una voluntad sobre otra, cuanto la formación de una voluntad común, y la simple agregación de voluntades no conforma una voluntad compartida. Toda comunidad de voluntades se basa en una comunicación humana orientada al entendimiento (comunidad). “El poder, para Arendt, surge allí donde las personas se juntan y actúan concertadamente”.

 

El hombre en singular es a-político, por más popular que pueda llegar a ser. “La política, nuevamente Arendt, nace Entre-los-hombres (…) y se establece como relación (concierto)”.

 

Cuando este elemental entendimiento se pierde, quien corre riesgo no es el individuo, sino lo político, es decir, los hombres comunicados, relacionados y actuando de común acuerdo.

 

El independientismo, por el camino que ha tomado, pierde su esencia al abdicar de su papel instrumental como expectativa adicional de participación política ciudadana y extravía su propósito verdadero y positivo para abrazar una causa que en el fondo es contraria a dicha participación.

 

Las “solidaridades negativas” están condenadas a corta vida, toda vez que agotan su razón de ser al acabar con el objeto de su animadversión. Muerto el perro se acabó la rabia y los esfuerzos sociales aplicados para ello, se pierden por igual.

 

En el caso concreto de los independientes como antipartido, si su finalidad es acabar con las organizaciones hasta hoy idóneas (por más desvirtuadas y desprestigiadas que estén) para la participación ciudadana en el ámbito político; de lograrlo habrán agotado su cometido y la razón política de su existencia, desapareciendo junto con sus odiados enemigos.

 

Ahora bien, al ver la moda de los independientes solo a partidos y no a sus funciones políticas (agrupación de intereses, participación ciudadana, integración de representación política, acceso ciudadano al poder público y correas de transmisión entre ciudadanos y poder), se corre el riesgo de acabar aquellas junto con los partidos.

 

De darse esto, la verdadera y originaria razón de los candidatos independientes fenecería, toda vez que ya no habría posibilidades efectivas de participación ciudadana que pudiera encausarse al desaparecer los instrumentos sociales de asociación que la hacen posible. La atomización genera rebaños no esfera pública. No hay mesa que une y separe al mismo tiempo.

 

Los candidatos independientes son agentes subsidiarios y de excepción para la participación ciudadana, importantes y bienvenidos, sin duda, pero no instrumentos idóneos para la asociación ciudadana que, por su naturaleza son colectivos que deben persistir en el tiempo.

 

Finalmente, los independientes al convertir su desiderátum en el desmantelamiento de los principales vehículos de participación ciudadana serruchan el piso bajo sus pies.

 

Las preguntas son si es posible democracia sin partidos y ciudadanía participativa sin asociación política.

 

@LUISFARIASM