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¿Palabras disfrazadas?

El eufemismo es un recurso tóxico del discurso político. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

Había una vez un lobo feroz que se disfrazó de viejecita para comerse a Caperucita Roja. Pero a la hermosa niña, no la engañó con su disfraz pues sus brazos, piernas, orejas, ojos y dientes eran tan grandes que lo delataron y no pudo cumplir con su malévolo cometido.

En los medios de comunicación y redes sociales vemos historias parecidas todos los días. Al igual que los personajes de ficción, las palabras se disfrazan. En algunas ocasiones, logran su cometido de encubrir, minimizar su impacto. En otras, terminan haciendo daño o manipulando nuestra percepción de la realidad.

La teoría identifica a este tipo de expresiones como eufemismos. Y los define como manifestaciones suaves o decorosas de conceptos o ideas que podrían ser consideradas de mal gusto, groseras o inconvenientes si son dichas con absoluta franqueza. Son concebidos, además, como mecanismos para ejercer un control ideológico sobre las audiencias.

Te puede interesar: Henrique Mariño. "¿Cómo los políticos usan los eufemismos para manipular a la gente y edulcorar la realidad?" España, Público, 17 Enero 2021.

Los personajes políticos recurren con frecuencia a los eufemismos. La práctica se ha normalizado y muchos piensan que a la gente se le puede engañar con facilidad. Sin embargo, no siempre es así y en ocasiones hasta puede resultar contraproducente. ¿Quién puede creer que la tragedia ocurrida el pasado 3 de mayo en la Línea 12 fue solo un “incidente”?

El eufemismo en política es algunas veces efectivo. Tal vez esto explique su uso intensivo y la fascinación que ejerce en los personajes públicos. Pero —como asegura la comunicadora Silvia Fesquet— se trata de un recurso tóxico. Desafortunadamente, periodistas y líderes de opinión lo utilizan a diario. En consecuencia, no solo faltan a la sinceridad sino que afectan los principios de objetividad, equilibrio y transparencia que deben cumplir los medios.

Los ejemplos sobran. ¿Qué reacciones se provocan en la población cuando a un terremoto se le califica como un sismo? ¿Y cómo se perciben los mensajes cuando para referirse a las mujeres asesinadas se les califica, simplemente, como “las muertas”, encubriendo con el eufemismo los atroces homicidios? 

Lee también: José Antonio Aguilar Rivera. "La política del eufemismo". Revista Nexos, 1 Noviembre 2001.

Al informar de los muertos por covid-19 se antepone el concepto de “lamentables fallecimientos”. Si bien el término es correcto, se quiere dejar la impresión de que la culpa es del virus o de la gente que no se cuida, evadiendo con las palabras la responsabilidad que podrían tener las autoridades o el sistema de salud. Y si la responsabilidad de las enfermedades o muertes se trasladan en la percepción a la gente, “mucho mejor”.

A las personas que matan en los enfrentamientos entre grupos de criminales se les dice víctimas inocentes o, lo que es peor, daños colaterales. En los temas económicos también son “muy creativos”. Las devaluaciones del peso son deslizamientos. A los aumentos de precios se les dicen ajustes. En los portafolios de inversión de los bancos nunca se habla de pérdidas, sino de minusvalías.

Te recomendamos: Silvia Fesquet. "Los eufemismos de la política". Opinión Clarín, 7 Junio 2020.

En la CDMX, a las inundaciones se les dicen encharcamientos. A los socavones, baches. A la contaminación, contingencia ambiental. Los accidentes son percances. Ah, y eso sí. Los jefes y jefas, y el jefe de jefes, nunca se equivocan. Los culpables son los que gobernaban antes. Los líderes y lideresas del momento son próceres, sin que hayan pasado por el análisis de la historia. Y representan lo mejor que puede desear una sociedad, aunque las encuestas tengan otros datos.

Acabar con la toxicidad de los eufemismos no es tarea fácil. El problema es que están arraigados en las conversaciones de todos los grupos de la sociedad, que muchas veces no se dan cuenta que el lenguaje también corrompe y se corrompe. Por eso, muchas veces la cortesía se convierte en hipocresía. Los publicistas, publirrelacionistas y comunicadores políticos lo saben bien. Luego de los personajes políticos, son los mejores expertos.

Consulta: Félix Rodríguez González. Eufemismo y propaganda política, Universidad de Alicante.

En el lenguaje cotidiano, las “mentiras piadosas” se justifican con relativa facilidad. En nuestro país, además, somos hábiles en el uso de diminutivos cuando se trata de matizar y quitarle fuerza a una cantidad enorme de frases, palabras y conceptos: “Dame un minutito”, “Le voy a dar un “piquetito”, “Pobrecito, está enfermito”.

Para evadir responsabilidades o justificar errores, le echamos la culpa al destino... o a Dios. Ambos son recursos muy útiles para encubrir diversas situaciones incómodas en la que se evaden compromisos, responsabilidades y obligaciones: “Que sea lo que Dios quiera”, “Que Dios te acompañe”, “Dios así lo quiso”, “Fue cosa del destino”.

Lee más: Anabel Camarena Lobo. "¿Entiende la ciudadanía los eufemismos políticos?" UCM, Generación Dos Punto Cero, 20 Enero 2015.

No obstante, son demasiados los profesionales que lo olvidan cuando tienen que gestionar una crisis, en donde hablar con la verdad es absolutamente necesario. No hacerlo va en contra del Derecho a la Información, en ocasiones del respeto a los derechos humanos y siempre en contra de la democracia. Algunos no han aprendido todavía que ocultar una crisis o un conflicto no los resuelve.

Al no aceptar la realidad, los procesos de toma de decisiones se vuelven más complicados y riesgosos. En el mismo sentido, la asertividad, la claridad y el apego a la verdad deberían ser los pilares de una profunda transformación política. Pero esto es imposible. Lo que sí se podría lograr es reducir su uso, establecer códigos éticos y algunas normas regulatorias para que la gente ejerza de mejor manera su derecho a estar informada. Por supuesto que la comunicación asertiva también resulta conveniente.

Recomendación editorial: Guy Durandin. La información, la desinformación y la realidad. Barcelona, España, Editorial Paidós, 1995.