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Oscar Wong, literato fecundo

Oscar Wong fue un operador nato de la lengua que transforma la fantasía en algo real, de estilo inquieto que se aleja del vocabulario corriente. | José Luis Castillejos

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Escrito en OPINIÓN el

Óscar Wong falleció el último domingo y con él muere una etapa de la literatura chiapaneca. Murió de un paro cardio respiratorio, según me confirmó su hija Giomar.

A veces tenía la garganta herida y se curaba con un sorbo de café frente a la montaña devastada. En otras ocasiones era tránsfuga de sí mismo y se descubría contemplando la luz que camina sobre el agua.

Óscar Wong, originario de Tonalá, Chiapas, fue una gran voz que se expresó con enigmas y misterios, los misterios del manglar, la jungla, el calor endemoniado, los frutos prohibidos.

Fue un literato fecundo y a veces incomprendido por algunos despistados que en alguna ocasión pusieron en duda lo importante de su obra. No entienden esos jactanciosos que para leer a Wong hay que tener conexión espiritual.

Nacido un 26 de agosto de 1948, este poeta, narrador y ensayista que estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la FFyL de la UNAM a veces lagrimeaba con el ojo derecho y con el izquierdo sonreía. Lo deslumbraba el sol, se ríe, se tiende en el regazo del verano.

Para leer a Wong hay que echar andar la imaginación y colocarse bajo un cocotero, frente al mar porque la magia de sus palabras y el aura de estas aturde a algunos, subyuga a otros mientras el viento sopla el horizonte.

Pero en estos tiempos de pandemia, el poeta sufrió de abandono. Quienes debieran difundir su obra en Chiapas y pagarle constantemente por el Premio Chiapas se hicieron los locos.

Y mientras eso sucedía, en la capital mexicana, el poeta se reencontraba en el aire y se instalaba en el fondo de sí mismo porque es árbol incendiado de amarillo como el horizonte de luz que va moviéndose con rapidez ante el azoro de la noche.

He vuelto a mí, me digo.

He vuelto como desgarradura, puñado de hojas secas,

rama tronchada, escribe el poeta, aferrando sus raíces a la roca mientras sus manos golpean los restos del estío.

Es certero en sus palabras, caudal candente y gruñido cimbrando las paredes del espanto. A veces, desde lejos, husmea el aire de Chiapas que trepida ante el acecho.

Con sus amigos hace un recuento del viaje por la vida: las canas, muescas que el otoño puso en los cabellos de todos. Los vientres abultados, hijos que se desparraman por la vida con el sello indeleble de nos-otros. Aquel pasea su bonanza y alegría. El de allá su desventura. Otros cabalgan en pos de un espejismo.

Los que callan regurgitan su dolor: un hijo extraviado en los márgenes del alba; una mujer flotando en el sollozo, transformando en cenizas las espumas del día.Pero todos son cada vez más en lo menos de lo que  pervive.

Strawinsky escribió: No hay nada que nos obligue a buscar la satisfacción únicamente en el reposo. Wong lo supo. Y a diario hurgaba, buscaba, y hallaba. Era independiente en su poesía aunque escribía que no tiene amor, ni una mujer que aguarde ansiosa su regreso.

Pero él se levantaba con la aurora a continuar su extravío porque era un fragmento de sí, un tajo agónico, un muñón tembloroso que salta al golpe de machete, un estertor inútil.

Es un puñado de sal restregando la herida, el zumo de un limón cayendo en el ojo del mundo.

Para leer a Wong hay que tener la conciencia libre y el alma independiente.

Pero hay cierta gloria en no ser comprendido. Wong como Benn lo sabe que escribir poesía es elevar las cosas decisivas al lenguaje de lo incomprensible, consagrarse a algo que merece que no se intente convencer de ello a nadie.

Saint-Jonh Perse interpela al poeta y le lanza una centella: Hombre bilingüe entre cosas de dos filos, encarnación del combate en medio de todo cuanto entre sí se opone, que hablas en términos de múltiple sentido como alguien que al azar se lanzara al combate entre alas y espinas.

Digo que soy, pero no soy.

Ni siquiera un graznido, paloma surcando

la ribera, gaviota posada en el mástil del navío.

Una brizna de luz, gota de sal enardecida.

Digo que soy. Tal vez el asombro en la pupila

del primer hombre asomándose en el río,

el aullido triunfal tras la primer lanzada,

la primera sangre a borbotones.

Digo que soy el arroyo mitigando la sed del caminante

y el fuego cobijando la primer pareja

que gime y se revuelca en la hojarasca.

Digo que soy, pero el Recuerdo se enfrenta a los recuerdos,

con una mueca escupe su ironía.

(Esta mañana fue una aguja pinchando a la esperanza;

ayer, llamarada consumiendo a la lujuria.

La tarde parece una tierra yerma, un paraje severo,

un terrón de arcilla desmoronándose.)

Digo que soy.

Y la impotencia desgarra la garganta.

Este hombre de ojos semi-rasgados fue Director de Publicaciones de CONECULTA-Chiapas (2010), organismo que se negó a publicarle. Colaborador de Alero, Árbol de Fuego, Arena, Arte Poético, Azor, Cauce, Cosmos, Diálogos, Diorama de la Cultura, El Gallo Ilustrado, El Heraldo Cultural, El Nacional, Espiral, Ovaciones, Poesía Hispánica, Poesía en Venezuela, Plural (nueva época), Revista Mexicana de Cultura, Sábado, y Siempre!. Becario del INBA/FONAPAS, en crítica literaria, 1978; y del CME, en ensayo, 1985. Por sus 30 años como escritor recibió la Medalla de Oro al Mérito Cultural Rubén Astudillo en Cuenca, Ecuador, durante el X Festival de Poesía Pablo Neruda-Rubén Astudillo, realizado en junio de 2004. Premio Sahuayo 1986. Premio Puerto Vallarta 1986 por Vocación de espuma. Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 1988 por Enardecida luz. Premio Nacional de Cuento Rosario Castellanos 1989 por La edad de las mariposas. Primer lugar en los XXXIX Juegos Florales Nacionales de Ciudad del Carmen, Campeche 2000 por Razones de la voz. Premio Nacional de Ensayo Magdalena Mondragón 2008. Premio Chiapas en Artes 2015, otorgado por el Gobierno del Estado de Chiapas.

La salvación y la ira (1986) es un ensayo en el que Óscar Wong analiza el panorama actual de la poesía mexicana, tratando de reflejar la realidad de nuestro país "a través de la voz más entera del hombre: la poesía".

Lean a Wong y aproxímense a lo próximo y lo lejano, a la luz y la oscuridad, a ser solitario en el concepto de la vida, a prescindir, en ocasiones, a la humanidad en el sentido tradicional de las palabras.

Fue un operador nato de la lengua que transforma la fantasía en algo real, de estilo inquieto que se aleja del vocabulario corriente y simplifica la sintaxis intencionalmente para darle movimiento autónomo para lograr curvas sonoras desgranado en un poema.

Léanlo. Son tiempos de vivir aunque Wong ya haya muerto.