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Nuevo aeropuerto, aterrizaje forzoso

El nuevo aeropuerto de la Ciudad de México fue presentado con todo el bombo y platillo de las obras públicas faraónicas que marca la etiqueta política.

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Escrito en OPINIÓN el

Unos impresionantes “renders” –de mal gusto, podría decirse, pero impresionantes– acompañaron el mensaje presidencial. Otra vez, México ingresará al primer mundo, nos dicen. Esta vez, quienes lleguen a esa tierra prometida lo harán por la puerta grande. Nuestro aeropuerto competirá con los mejores del mundo, al igual que el país, transformado por la magia de las reformas estructurales, lo hará con otras naciones.

 

En tiempos del panismo sin oficio (ni beneficio, también podría decirse), un anuncio similar provocó un gran alboroto, pero los priístas saben de política. Y, sobre todo, los atenquenses ya saben lo que los mexiquenses pueden hacerles cuando se oponen al Estado. Además, la cultura política ha cambiado rápidamente. Ahora es la era del aplauso. En el aplauso no cabe la oposición. Ahí estaban –por ejemplo– el jefe de gobierno de la Ciudad de México y los noveles presidentes de la Cámaras del Congreso, aplaudiendo y sonriendo.

 

Si no cabe la oposición, quizás podría haber lugar para el cuestionamiento. Pero esto no es así. Para la cúpula política, al proyecto presidencial hay que alabarlo por completo, no debe haber medias tintas. Qué importa si el nuevo aeropuerto está planeado sobre una zona de mitigación y rescate ambiental (la Zona Federal del Lago de Texcoco, delimitada por el “Plan Lago de Texcoco” decretado en 1971). Qué importa si va a construirse encima de lagos que sirven como vasos reguladores para los inmensos caudales de lluvia que recibe año con año la Zona Metropolitana del Valle de México.

 

Para el PRI lo más importante es cuidar el discurso, las imágenes, la logística de los eventos y, lo más importante, escoger a los personajes que habrán de aderezar la fiesta. No es necesario esclarecer las dudas sobre el proyecto. Por eso poco importó que “la mayor obra de infraestructura de los últimos años en México” no formara parte del Plan Nacional de Infraestructura. La secrecía y el factor sorpresa eran condición sin qua non para el gran anuncio del sexenio.

 

Tampoco importó que los criterios de selección del proyecto de diseño arquitectónico ganador del “concurso” organizado por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes no sean del conocimiento público, como tampoco los son los aquellos que se usaron para la selección de la ubicación en que se construirá. Como el PAN pecó de ingenuidad, sometiendo a una especie de certamen la ubicación de su proyecto, el PRI mejor evita todo contacto con lo público.

 

Además, surgen otras dudas verdaderamente graves para la Ciudad de México. El actual Aeropuerto Internacional “Benito Juárez” será desmantelado. Esto quiere decir que la inversión que se hizo para la Línea 4 del Metrobus quedará en gran medida inservible, al igual que las dos terminales del Metro que llegan al AICM. Peor aún, hasta el momento, no se ha anunciado la construcción de algún medio de transporte masivo hasta el nuevo puerto aéreo, ni se han explicado las obras de mitigación en esta materia que se llevarán a cabo.

 

Aumentar la capacidad del aeropuerto, sin opciones de transporte adecuado, tendrá consecuencias graves para la movilidad en el oriente del Valle de México. Como también las tendrá continuar con la expansión de la mancha urbana hacia el oriente de la ciudad, ya de por sí saturada, y con insuficientes infraestructura y servicios públicos, sobre todo en materia hídrica. Ya no digamos el impacto que tendrá en las finanzas públicas y la economía local el fin de operaciones del AICM y su traslado al Estado de México.

 

Naturalmente que estos cuestionamientos no quieren decir que las cosas debían quedarse como estaban. Era, sí, evidentemente impostergable la construcción de un nuevo aeropuerto. El problema, como siempre, es la opacidad, con todas sus consecuencias. Una opacidad que ahora tiene además el agravante de ser engalanada por una mayoría de actores políticos (siempre hay honrosas excepciones, ahora en los partidos emergentes) cuyo entendimiento de la construcción de acuerdos es el otorgamiento de cheques en blanco, y que confunden el diálogo, con silencio.

 

@r_velascoa