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No me acuerdo ni de tu nombre

Todos los dias, la maquinaria que mueve a la CDMX opera gracias a sus trabajadores, independientemente de los políticos que estén a cargo. | Manuel Fuentes

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Escrito en OPINIÓN el

¿Es posible incidir positivamente en las precarias condiciones en las que se desarrolla el trabajo del hogar en México? ¿Qué acciones concretas podrían emprenderse desde el ámbito público y privado? ¿Qué oportunidades trae consigo la firma de un contrato entre las personas empleadoras y trabajadoras? ¿Cuáles son sus elementos básicos?

Tales interrogantes forman parte de una investigación que la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe, organismo regional de la ONU) está a punto de hacer pública, como parte de una serie de acciones encaminadas a incidir en la cultura del privilegio tan arraigada en la región y en México.

El texto -que ahora es un borrador para discusión- propone cuatro principios a partir de los cuales se plantean los elementos que deben contener los contratos relacionados con esta importante actividad, probando que desde los ámbitos más cercanos podemos ir cambiando la realidad en la que viven y se desempeñan casi dos y medio millones de personas trabajadoras en nuestro país.

Los cuatro principios que se proponen en la investigación, tienen relación con:

1.    Mirarse y reconocerse como partes contratantes con derechos y obligaciones;

2.    Una relación laboral basada en la claridad, confianza y respeto;

3.    Un espacio de trabajo obligatoriamiente digno, seguro y libre de violencia; y

4.    Un horizonte laboral que concilie la vida profesional, personal y familiar de las partes firmantes.

Los acuerdos sobre trabajo doméstico

A través de un lenguaje accesible y un análsis con enfoque de derechos, el texto que comento sugiere los elementos mínimos que habrían de contener (a partir de los 4 principios antes enumerados) los acuerdos sobre trabajo doméstico, tanto en la modalidad de planta, como de entrada por salida. Así, la investigación presenta medidas concretas para contribuir a cambiar la situación de éstas personas trabajadoras, sumándose a otras acciones que en la actualidad y desde varios frentes, intentan combatir su precariedad en el empleo y el colapso de sus expectativas vitales y de sus familias.

En efecto, la grave situación de los y las trabajadoras del hogar exige una clara intervención gubernamental, pues en la raíz de su problemática están las condiciones estructurales que les impiden gozar de sus derechos y acceder a bienes y recursos, así como una legislación con contenido discriminatorio que se agrava con la negativa del Estado Mexicano para ratificar el Convenio 189 sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos de la Organización Internacional del Trabajo, cuya observacia podría generar cambios significativos en el país.

Pero también nosotros y nosotras, ciudadanos de a pie, tenemos a nuestro alcance el poner un alto a la injusticia cultural y simbólica con la que tratamos diariamente a estas personas trabajadoras, al negarnos a reconocer la relevancia del trabajo de limpieza y de cuidados y en consecuencia, pagarlo justamente, en gran medida debido a nuestra conveniencia y nuestros arraigados patrones discriminatorios que siguen reproduciendo y normalizando su exclusión social.

La investigación también contiene algunos testimonios de integrantes del Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar (SINACTRAHO), los que intentan sensibilizarnos sobre temas concretos que en la cotidianidad lastiman su dignidad y que muestran vínculos laborales cargados de superioridad, racismo y violencia. Estos testimonios ejemplifican lo que ellas y ellos frecuentemente padecen, empleadores que no se interesan en saber su nombre o situación familiar (cuando ocurrieron los sismos, los patrones ni siquiera sabían los nombres completos o dónde vivían las familias de las trabajadoras del hogar fallecidas).

Les dicen con un aire de cínica superioridad:

“No me acuerdo ni de tu nombre…”

Un trato irrespetuoso o violento

Su jornada de trabajo que se extiende sin consideración a sus tiempos de descanso; un trato irrespetuoso o violento; chantajes al exigir sus derechos; un lugar indigno o sin privacidad para dormir; alimentos en cantidades insuficientes o de mala calidad; o la falta de reconocimiento a su trabajo; entre otros.

La investigación de la CEPAL concluye reconociendo que en todos los involucrados en el trabajo del hogar, iniciando por el gobierno y continuando con la sociedad, la iniciativa privada y los actores protagónicos, reside la posibilidad de crear instrumentos, programas, políticas públicas, acuerdos e infraestructura para hacer posible la realización plena y digna del trabajo doméstico y con él, la de sus trabajadores y trabajadoras, hasta ahora proscritos de sus derechos y beneficios.

Un paso fundamental en este proceso de transformación, es la formalización de los acuerdos o contratos que suelen hacerse verbalmente, para abordarlos con una nueva mirada: el de un trabajo en forma. Para ello es importante tener claros sus elementos mínimos y principios, y esa es la contribución del texto de la CEPAL.

Un contrato, bajo la óptica de los derechos de las personas involucradas como el que se propone, da claridad en temas fundamentales como las responsabilidades y obligaciones, prestaciones y contraprestaciones de cada parte, así como los mecanismos para solucionar situaciones emergentes. También podría aportar datos relevantes para futuros registros oficiales con fines de regulación, supervisión y toma de decisiones gubernamentales.

Todas y todos podemos contribuir, a través de pequeñas acciones, a crear una nueva realidad para estas personas trabajadoras, pues si somos conscientes de nuestra participación en la problemática que les afecta, también podemos convertirnos en los agentes del cambio que ellas con toda la razón exigen, a través de un movimimiento que recorre Latinoamérica, pero que tiene su punto de origen en nuestros territorios más cercanos: nuestras mentes, nuestros hogares y tal vez, nuestro corazón.

De otros avatares…

Todos los dias, la gigantesca maquinaria que mueve a la Ciudad de México opera gracias a sus trabajadores, operativos y administrativos, independientemente de los políticos que estén a cargo. Son 140 mil trabajadores tan solo del sector central. Allí operan los empleados más modestos responsables de la limpieza de las coladeras: los desasolvadores, quienes recogen y clasifican la basura, los balizadores, encargados de pintar las señalizaciones viales, los asfaltadores y de bacheo, el buzo de aguas negras, enfermeras, médicos, trabajadores penitenciarios, trabajadores sociales, psicólogos, los trabajadores administrativos (que sostienen la operación gubernamental del día a día), los archivistas, trabajadores de ventanillas, profesionistas de abogados, ingenieros, arquitectos, urbanistas, sociólogos, antropólogos sociales, ingenieros civiles, ambientales, eléctricos, en cómputo, nutriólogos, zooctecnistas y cocineros, entre muchos otros.

Ellos están agrupados y representados en sus derechos laborales por el Sindicato Único de Trabajadores del Gobierno de la Ciudad de México conformado por 42 secciones y cuya cabeza de función reside en el maestro Juan Ayala Rivero, quien ahora pelea por un espacio en el nuevo Congreso de la Ciudad de México para dar voz a los operadores de los servicios de la Ciudad, pues actualmente:

¿Quién se acuerda de ellos?

Insumisa Tepoztlán

@Manuel_FuentesM | @OpinionLSR | @lasillarota