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No hay diferencias, sólo personas

Quien discrimina teme a los demás, hiere, lastima dignidades, violenta y divide exaltando presuntas diferencias. | Julio César Bonilla

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Escrito en OPINIÓN el

A principios de febrero de este año, es decir, antes de comenzar el confinamiento por la pandemia que atravesamos, se publicó en la Gaceta Oficial de la capital del país, un acuerdo por el que se decretó el 18 de octubre de cada año, como Día de la Cultura de por la No Discriminación. 

En relación con ello, aunque en circunstancias muy diferentes, en el mes de octubre anterior, se implementó por parte del Gobierno de la Ciudad de México la estrategia pública denominada Octubre, Mes por la Cultura de la No Discriminación. Esta estrategia en cuyo marco se realizaron más de cuarenta actividades artísticas y culturales a distancia, se inserta en la lógica del Programa de Gobierno 2019-2024, como una acción transversal en toda la administración pública de la ciudad con la coordinación del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación y con la participación de diversos sectores de la sociedad, con el fin de promover precisamente, una cultura de no discriminación con base en la igualdad, la inclusión y la diversidad.

La Constitución de la Ciudad de México reconoce en su contenido la naturaleza pluricultural de la capital, las desigualdades estructurales que afectan a diversos grupos poblacionales que históricamente han sido discriminados y refleja el compromiso de garantizar igualdad sustantiva a todas las personas. En esa línea, son encomiables los esfuerzos realizados por las autoridades de la ciudad para visibilizar un tema que en muchas ocasiones no se reconoce pero que claramente, existe.

La primera labor de un estado democrático constitucional es sin duda, garantizar las libertades y derechos humanos a toda persona en condiciones de igualdad. La cultura de la no discriminación pasa así por la acción pública coordinada por las instituciones pero también, por los fondos y las formas con las que nos conducimos todas y todos con los demás en nuestro fuero personal, por el lenguaje adquirido pero más allá de todo eso, pasa por nuestra consideración de igualdad respecto de todas y cada una de las personas, con independencia de cualquier circunstancia.

¿Ideales? Sin duda. Pero también son principios y valores que con lenguaje inusual entre los textos de su clase, recoge la constitución de nuestra capital. El punto es que el respeto irrestricto de los derechos humanos de las personas, su promoción, protección, su garantía y progresiva e interdependiente expansión, son condiciones sin las cuales, pensar en democracia, con todo lo que ello implica, es imposible.

Quien discrimina teme a los demás, hiere, lastima dignidades, violenta y divide exaltando presuntas diferencias que en realidad, sólo existen en su mente y su lenguaje. Nadie nace discriminando, hacerlo es producto de un aprendizaje social, de un entorno discriminatorio y del lenguaje como elemento formador y transformador de la cultura.

La reversión de la discriminación no es algo que vaya a ocurrir si no intervenimos todas y todos cuando la detectemos, aún potencialmente. El diálogo abierto e incluyente respecto de estos temas a través de los cauces institucionales, puede rendir grandes frutos en materia de promoción de una cultura que paulatinamente, se haga cargo de la riqueza que existe en la diversidad y la pluralidad, como condiciones de toda sociedad contemporánea.

La no discriminación como cultura, parte de que interioricemos en cada una y uno de nosotros, la creencia profunda y fundamental de que no hay diferencias, sólo existimos personas.