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Ni abrazos ni balazos

Nuestro país atraviesa por una situación delicada debido a los crecientes niveles de violencia e inseguridad que se han registrado. | Agustín Castilla

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Escrito en OPINIÓN el

Nuestro país atraviesa por una situación sumamente delicada debido a los crecientes niveles de violencia e inseguridad que se han registrado a lo largo de este año, y lamentablemente no se trata de una mera percepción o de un discurso para descalificar la actuación del gobierno. Así lo acreditan los datos proporcionados por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública conforme a los cuales, durante los primeros 10 meses de 2019 se han contabilizado 28,741 homicidios dolosos por lo que seguramente se rebasarán los 30 mil muertos convirtiéndose en el año más violento de la historia.

A pesar de que uno de los principales compromisos de Andrés Manuel López Obrador era la pacificación del país, se han presentado alrededor de 13 masacres en los que aproximadamente 150 personas perdieron la vida siendo la más reciente la de la familia LeBarón, pero no debemos olvidar las ocurridas en Salamanca, Minatitlán, Uruapan, Coatzacoalcos, Tepalcatepec, Aguililla o la región de Tepochica en Guerrero.

Otro delito de alto impacto que también arroja un saldo negativo es el feminicidio pues hasta el momento se han registrado 833 casos contra 744 en el mismo periodo de 2018, lo que representa un incremento significativo. El riesgo para el ejercicio del periodismo y la defensa de los derechos humanos tampoco ha disminuido, durante el gobierno del presidente López Obrador han sido asesinados 13 periodistas y 27 activistas, en tanto que miles de mexicanos son víctimas de desplazamiento forzado interno.

A todo esto hay que sumarle la que se podría denominar como inseguridad cotidiana que enfrentamos todos los días en el transporte público, al caminar por la calle, en los negocios o en las casas y que representa un mayor peligro para las mujeres. Cada vez los casos son más cercanos y provocan una sensación de gran vulnerabilidad. Ante esta realidad, no se debe minimizar el problema, afirmar que vamos bien o seguir responsabilizando únicamente al pasado eludiendo la propia responsabilidad.

Es claro que los altos índices de inseguridad y violencia en México no surgieron con la llegada de esta administración, cuando menos la padecemos desde hace dos sexenios en los que se apostó por la militarización de las tareas de seguridad con los resultados ya conocidos, quedando plenamente demostrado que esa no es la vía para recuperar la tranquilidad de la sociedad.

Por ello no se entiende que, por un lado el presidente insista en ilustrar su política de seguridad con la recurrida frase de “abrazos no balazos”, mientras que en los hechos sigue la misma línea de sus antecesores con la creación de la Guardia Nacional -que son los mismos militares con uniforme de policía-, pero que en vez de enfrentar a la delincuencia organizada se dedican a perseguir migrantes. También causa sorpresa que ahora proponga una ley de amnistía siendo que hace unos meses se aprobó una reforma constitucional para imponer prisión preventiva oficiosa a un amplio catálogo de delitos, eliminando la presunción de inocencia que es uno de los pilares del sistema penal acusatorio y va en sentido contrario a la intención de modificar la visión persecutoria.

Si bien es de reconocer que este gobierno privilegie la atención de las causas que detonan la inseguridad y violencia -aunque difícilmente se logrará sin inversión y crecimiento o tan sólo con la transferencia directa de recursos- o que haya logrado reducir la letalidad en la actuación de las fuerzas armadas y policiacas, me parece que existe un falso dilema pues no se trata de optar entre el uso racional de la fuerza o basar la política de seguridad en la política social. Ambos deben ser complementarios teniendo claro que el Estado, en obligado respeto a los derechos humanos, no puede renunciar a perseguir y sancionar conductas delincuenciales que atentan contra la integridad y el patrimonio de la comunidad. Recuperar la paz y tranquilidad de las y los mexicanos debe ser la prioridad de este gobierno, y para ello es necesario superar el ánimo de confrontación prevaleciente y que se convoque a la participación colectiva en unidad y pleno respeto a la pluralidad de nuestra sociedad.