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Mundo dual

Hay que propugnar por un sistema de edición híbrido que ponga a disposición de las y los lectores las dos opciones: impresa y digital. | Fausta Gantús*

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Escrito en OPINIÓN el

Vivimos en un mundo dual. ¿O acaso vivimos una vida en dos mundos? Hoy más que nunca la definición de realidad y los límites de su concepción se han transformado. La era de la “virtualidad” empezó unas cuantas décadas atrás, pero los sucesos de los dos últimos años, a partir del inicio de la pandemia –hacia finales de 2019 en el mundo y más o menos a partir de marzo de 2020 en nuestro país–, aceleró nuestra incursión e incorporación a la vida digital. El confinamiento obligó a un amplio sector de la humanidad a trasladar una parte significativa de las actividades, tanto de la obligación como de la diversión, al espacio virtual: damos clases, tenemos juntas de trabajo, asistimos a conferencias y presentaciones de libros, tenemos reuniones con nuestras amistades y familiares, vemos obras de teatro o conciertos…, la lista es larga. Esto es, hacemos a través de una pantalla muchas de esas cosas para las que antes nos tomábamos el tiempo de prepararnos, desplazarnos y asistir y que implicaban la interacción humana.  

Para tratar de “normalizar” la vida, de recuperar nuestras formas de acción, empezamos a diseñar sistemas híbridos, con personas congregadas en un mismo espacio físicamente, presencial como gustamos decir, y otras más “presentes”, aunque en la distancia, conectadas a través de sus equipos. 

Siguiendo con el asunto de la dualidad, desde hace tiempo también, primero en simples pdfs y luego en formatos diseñados exclusivamente para su edición y lectura, muchos libros migraron al mundo digital, o se reprodujeron tanto en la versión impresa como en la digital. Se crearon dispositivos especiales para la lectura que permiten almacenar gran cantidad de información y son ligeros, pequeños y fáciles de transportar. Sin duda el libro digital tiene esas y algunas otras ventajas, como por ejemplo la solución a los problemas de distribución que supone el impreso, así como el de bajar los costos de producción y venta, y el de su consulta misma pues podemos acceder a bibliotecas virtuales desde nuestros dispositivos, entre otros. Estos libros virtuales conviven con los impresos en papel. Pero, si acabo de resaltar los méritos de las ediciones digitales y si estamos conscientes de que este mundo es cada vez más predominantemente digital/virtual, cabe cuestionarnos: ¿qué sentido tiene la publicación física, impresa de un libro?

Empecemos por decir que estudios de los últimos años señalan que la relación que establece el cerebro con el objeto es importante para el proceso de aprehensión y desarrollo del conocimiento, para el aprendizaje; esto es, no se lee igual un libro impreso que uno digital, “leer en pantalla disminuye la comprensión del texto e invita a la distracción”, apuntan algunas expertas y expertos como Pablo Delgado, Ladislao Salmerón y Cristina Vargas. Pero además está la cuestión estética y artística, considero que un libro digital difícilmente podrá tener la belleza, en términos de objeto, de uno impreso, o podrá ser una obra de arte en sí misma como logran serlo muchos libros. Y está también el tema del contacto con el libro-objeto, en el que entran en juego la mayoría de los sentidos: la vista, el tacto, pero también el olfato y hasta el oído; sí, los libros impresos tienen un olor particular que, además, cambia según el lugar y el tiempo y que llega a nosotres mientras lo leemos; y ni qué decir del sonido que emiten al pasar sus hojas y que dependen del tipo de papel y del tamaño del libro. 

Con todos esos sentidos reaccionamos ante el impreso de una forma particular que, en mi opinión, no podemos experimentar con un dispositivo electrónico. Como en el caso de los afectos a los seres vivos, a un libro impreso se le puede “querer”, a uno digital difícilmente. Y sí, por el placer del objeto y el placer de leer en ese objeto es fundamental que las instituciones dedicadas a la cultura, la ciencia, la educación y las artes sigan editando libros impresos. Esto es, hay que propugnar por un sistema de edición híbrido que ponga a disposición de las y los lectores las dos opciones y que cada cual pueda elegir libremente el formato de su preferencia o de sus posibilidades. 

Y sí, permítanme reconocer y destacar la labor de edición de libros, impresos y digitales, porque los libros dan sentido a una parte importante de la vida y posibilitan la difusión y transmisión del conocimiento. Porque son el espacio en el que se traducen y se plasman los resultados de las investigaciones que se desarrollan en los centros académicos y científicos. Los libros dan cabida en sus páginas a nuevos conocimientos generados por estudiosos y estudiosas que dedican años de trabajo y de esfuerzo a sus temas para avanzar, mejorar, profundizar y expandir nuestros conocimientos sobre las sociedades y sobre el mundo. Pero también permítanme señalar que es necesario el apoyo y el financiamiento institucional a las investigaciones que hacen posible esos libros y no únicamente dedicar presupuestos a la edición de libros. Es necesario dejar de subvalorar la labor intelectual, científica, creativa, investigativa y reconocer su importancia y estimular su desarrollo.


* Fausta Gantús

Escritora e historiadora. Profesora e Investigadora del Instituto Mora (CONACYT). Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes en Ciudad de México y en Campeche. Autora de una importante obra publicada en México y el extranjero, en las que destaca su libro Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la Ciudad de México, 1867-1888. Ha coordinado varias obras sobre las elecciones en el México del siglo XIX. Es cofundadora de Atarraya. Historia política y social iberoamericana (atarrayahistoria.com) y del Blog Atarraya (blogatarraya.com). Co-autora de La toma de las calles. Movilización social frente a la campaña presidencial. Ciudad de México, 1892 de reciente publicación.