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Mujeres en la política

Violencias estructurales y sexismos en el marco de lo político

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Escrito en OPINIÓN el

Es cosa de todos los días escuchar a compañeros, amigos o familiares decir que las desigualdades de género ya se han superado desde hace siglos, que la mujer que está o se siente oprimida “es porque quiere”, porque “le gusta la mala vida”. La igualdad ya está entre nosotros, dicen nuestros compas, hablan de un mundo en el que, según su realidad, no existen esos entornos en los que ser mujer implica recibir un trato distinto, ni sociedades en las que nuestro comportamiento es juzgado con otros parámetros, en las que se está vulnerable a ciertas violencias y se vive constantemente una valoración desigual del trabajo que realizamos en los espacios públicos y privados. No sabemos exactamente en qué mundo vivan pero podemos poner un ejemplo: hablemos de política.

La arena política, como muchos otros territorios que se desenvuelven en la esfera pública, no está conformada en su mayoría, y mucho menos liderada por mujeres. El poder ha sido históricamente concebido como “cosa de hombres”. No estoy diciendo que todos los hombres nos explotan y oprimen, lo que digo es que existe un sistema estructurado en el que el poder desigual ha conformado las relaciones desde sus cimientos y que son estructuras que aún no podemos desconstruir.

Si bien es cada vez más evidente la presencia de las mujeres en la política, el sexismo cotidiano y estructural basado en los estereotipos de género se encuentra todavía presente.

De esta manera, abrirse camino en la política siendo mujer implica, en primer lugar, desafiar ideas profundamente arraigadas acerca de las funciones que las mujeres deberíamos cumplir en la sociedad. En segundo lugar, significa enfrentar asimetrías en las posibilidades de alcanzar determinados puestos en la política, esto sin dejar de tomar en cuenta un contexto general que se caracteriza por prácticas antidemocráticas y faltas de transparencia en los procesos internos de los partidos políticos.

Una vez que se han superado esos obstáculos, o mejor dicho, que se ha logrado avanzar pese a ellos, viene el siguiente reto: confrontar a una mayoría de contendientes cuya idea de liderazgo está totalmente alejada de la figura femenina, y por tanto, rechazan o minimizan las propuestas y el trabajo de las mujeres. Entre las concepciones más tradicionales que se tienen acerca de los rasgos de poder que debe tener una persona que puede liderar un puesto político, se contemplan la fuerza, la agresividad, la decisión, la competitividad, la resolución  y la independencia, entre otros. Y adivinen a qué género corresponden esas características…

En el polo opuesto, lo femenino es visto como sinónimo de pasividad, debilidad, indecisión, timidez y dependencia. Por ende, no son consideradas buenas contendientes para desempeñarse en la política, o bien, su trabajo, ideas o propuestas son desvalorizados y/o minimizadas. Recordemos que el sexismo no es más que la discriminación de una persona debido a que se le considera inferior en algún aspecto de la vida por alguna condición social particular, en este caso, por su género.

¿Qué sucede cuando una mujer no sólo no cumple con las características asignadas a su género, sino que además tiene “comportamiento de hombre”?

Por ejemplo, buscando el liderazgo y el poder como lo hace cualquier político. Cuando eso pasa, se le tacha de ambiciosa, mandona o arrogante. Y qué decir de los asuntos que se convierten en importantes cuando se habla de una mujer relacionada con la política: los medios de comunicación suelen organizar una agenda de temas relacionados con ellas como su vestimenta, sus relaciones amorosas, sus escándalos sexuales, su aspecto físico, sus asuntos familiares e incluso se ha llegado a hacer referencia a procesos naturales propios del género femenino como la menstruación. Es así como en las entrevistas son sorprendidas mayormente con preguntas sobre estos temas y no sobre asuntos de política, eso en el caso de que se les dé misma cobertura o atención en los medios que a otros candidatos o voceros.

Ni Margaret Thatcher o Hillary Clinton se libraron de esto. Aquí en México, Rosario Robles, diversas candidatas y todas las primeras damas han vivido también lo que se puede denominar violencia política, que puede ir desde la crítica mal intencionada a su vida privada, hasta la intimidación o amenaza por parte de sus “colegas” para retirarse de una contienda o puesto político. Incluso habiendo llegado a las altas esferas de la política, estas mujeres enfrentan el escarnio público y a los cuestionamientos o burlas por no cumplir con las ya mencionadas características femeninas, además de no ser desligadas jamás de sus papeles de madres y esposas, sin que sean tomadas en serio como mandatarias a cualquier nivel.

Los mismos políticos no se miden con declaraciones públicas sexistas, como la inolvidable de Vicente Fox con su expresión “lavadoras de dos patas”. Mismo caso de incontables gobernadores que normalizan vejaciones sexuales, y que refieren que las mujeres nacieron para parir, estar en casa, lavar los trastes, cuidar a los hijos y no para mandar, o del “uso” que dan candidatos como Gabriel Quadri en sus campañas. En general, cualquier pretexto es bueno cuando se trata de descalificar el trabajo o la función de una mujer en la política, mucho más si se trata de aspectos banales como su peinado, sus zapatos, su forma de hablar y lo caro de su vestimenta.

En resumen,

el género de las personas que se postulan para candidaturas o que se encuentran de alguna manera vinculadas al ámbito de la política, sí importa.

Si bien las cuotas de género han servido para disminuir poco a poco las brechas de género en la política, el desafío sigue siendo que esa participación sea realmente sustantiva, pero para ello es necesario garantizar la erradicación de la violencia política y de los discursos sexistas en la política que proliferan en la gran mayoría de comunicaciones que se hacen desde dicho ámbito.

Por otro lado, la despótica costumbre que se tiene en la política mexicana, y de muchos otros países, de heredar puestos, de padrinazgos y mafias, hace posible que algunas de las pocas mujeres que incursionan en la política sobresalgan por su corrupción, su cinismo y sus nexos heredados de la cuna política que les privilegia.

Las propuestas de leyes, de políticas públicas, y la construcción de una agenda nacional con perspectivas que incluyan al género, son posibles en la medida en la que las mujeres podamos ser representadas en candidaturas, diputaciones y campañas políticas sin violencias estructurales y sexismos en el marco de lo político.

@AleCaligari