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Mujeres imprescindibles: Elena Garro

A Elena, como a Alejandra, Clarice, Marguerite y Virginia, regreso cada tanto, a veces conscientemente, a veces de forma imperceptible. | Fausta Gantús*

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Escrito en OPINIÓN el

Hablar de une autore no es lo mismo que hablar de su creación. Aunque acepto que, en principio, la persona y la obra resultan indisociables, también estoy convencida que existe un momento preciso en el cual esta última emprende un camino propio, ese momento es cuando encuentra una lectora, un lector. 

La obra habla de su autora, de su autor, sin duda, nos da pistas sobre la persona que la escribió, pero la obra no es su autore. La obra es mucho más, es la condensación de la experiencia y las obsesiones, de las carencias y las búsquedas, las perturbaciones, las reiteraciones, los anhelos, las sospechas y un interminable intento de ser, de definirse, de afirmarse, de liberarse… La obra es todes les autores posibles que el autore es, así como todes les imposibles, les que pudiera ser, les que nunca será, les que quizá...

Pero la obra, y esto aplica para cualquier expresión creativa, también somos nosotres, quienes nos asomamos a ella, les lectores, les espectadores. Cuando nuestras miradas se posan sobre la obra, nos la apropiamos, la hacemos parte de nosotres. A partir de ese instante quien la creó deja de ser relevante, se difumina, podría decir que casi desaparece porque lo que importa entonces es nuestra forma de leerla o mirarla, las posibilidades que descubrimos de decirnos en ella. Lo importante entonces es lo que nosotres somos en la obra.

Fue sólo después de haber descubierto un par de sus novelas que supe algunas cuestiones relativas a la vida de Elena Garro. Controversial, si tuviera que definirla en una palabra a partir de lo que sobre ella leía, sería con esa. Aunque de pronto me asalta la duda, porque también podría ser exiliada…, exiliada de su país –o autoexiliada–, exiliada quizá un poco de sí misma. Exiliada por el acoso del machismo de su época encarnado en la figura del que alguna vez fuera su esposo, Octavio Paz, y su círculo cercano, detentadores del poder en el ámbito de la política cultural; esta versión me convence, aunque haya otras que circularon al respecto. El machismo ha sido y continúa siendo un cáncer profundamente enraizado en el ser social mexicano. Pero, en realidad, la Elena de las columnas de las revistas de arte o la nota periodística, la del escándalo, no se condecía con la Garro extraordinaria que yo había descubierto en “La casa junto al río”, en esa búsqueda de los orígenes emprendida por Consuelo Veronda, atormentada por saber el pasado, movida por la necesidad de descubrir la verdad. La Garro fascinante del “Testimonios sobre Mariana”, esa cuyos contornos se difuminan y reconfiguran permanentemente, dependiendo de quien la nombre y que es todo lo que los demás quieran creer que es, pero que sólo ella sabe en verdad, o tal vez ni ella. Las mujeres de la Garro, para mí entrañables, que en “Recuerdos del porvenir” se multiplican, y que encuentran su cúspide en Julia Andrade y en Isabel Moncada.

El tiempo, los tiempos se mezclan en cada historia escrita por Garro hasta que los contornos se pierden y se habita un tiempo que es todos los tiempos. La tríada pasado-presente-futuro –cuyo orden nunca es necesariamente ese en sus obras– que marca y determina los destinos individuales, que jamás lo son del todo, porque siempre están en relación de dependencia con otros destinos: el de Consuelo con el pueblo todo; el de Mariana con esos hombres que la amaron o no, que ella amó o no; los de Julia e Isabel atados al de Francisco Rosas… Y el preponderante papel de los espacios en que habitan los personajes, en el que discurren las historias; en realidad algo más que eso, los lugares como protagonistas en sí mismos, porque las historias que se cuentan son sus historias.  

La fuerza, la energía, la vitalidad de la pluma de Elena Garro invita a leer sus obras casi de corrido, a seguirle página tras página, renglón tras renglón al ritmo que marque: a veces casi estático, detenido, a veces vertiginoso. Entramos en sus libros y ahí nos quedamos, enredándonos en las emociones que recorren toda la escala de las posibilidades, deseando saber de qué están hechas esas mujeres que van tomando forma ante nuestra mirada pero que, tal vez, al final se nos escapen, se nos escapan, porque pertenecen a todes pero, en realidad, no pertenecen a nadie. 

A Elena, como a Alejandra, Clarice, Marguerite y Virginia, regreso cada tanto, a veces conscientemente, a veces de forma imperceptible. Por supuesto, no son las únicas que me constituyen, ahí están también, entre las autoras mexicanas que integran mi repertorio de lecturas imprescindibles –aunque no lo agotan– Rosario Castellanos y su “Balún Canán”, Dolores Castro con su poesía, Luisa Josefina Hernández y “Los frutos caídos” y “El libro vacío” de Josefina Vicens. De las obras de todas ellas, de sus personajes y sus preocupaciones, descubro en ocasiones resonancias en la escritura propia.

*Fausta Gantús

Investigadora del Instituto Mora (CONACYT) y profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes. Es autora de una importante obra publicada en México y el extranjero, entre las que destaca su libro “Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la Ciudad de México, 1876-1888”. Ha coordinado varios libros sobre las elecciones en el México del siglo XIX.