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Mujeres imprescindibles: Clarice Lispector

Deslumbrante y perturbadora, diría de la obra de Clarice, vital y necesaria. | Fausta Gantús*

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Escrito en OPINIÓN el

Los encuentros entre los seres humanos son, mayoritariamente, fortuitos. Con los libros pasa algo similar. Así fue el mío con Clarice Lispector y su obra. A ella la descubrí en el contexto de las sesiones de algo que ya no recuerdo si era un curso o un taller de creación que se impartía en la Casa de la Cultura –en coordinación con el INBA (que me parece formaba parte o alguna relación tenía con el CNCA)–; y no lo recuerdo bien porque en aquellos tiempos uno asistía a esos espacios por el gusto de aprender, no por la constancia para engrosar la carpeta curricular. La llevó a Campeche la poeta Gloria Gervitz, quien impartió algunas de las sesiones y generosamente cargó libros que nos hizo favor de comprar en la ciudad de México (entonces todavía con minúscula). Era el año 1990 y por primera vez tuve entre mis manos La pasión según G.H., con una traducción genial (que me cautivó) y cuyo ejemplar presté a uno de mis hermanos y desafortunadamente naufragó en uno de los muchos huracanes que pegan en las costas campechanas y cuyas aguas, en ocasiones devoran parte de los hogares. Como no recordaba la editorial, menos la autoría de la traducción, jamás pude conseguir de nuevo esa versión. Tuve que recurrir a otras, pero lo que no podía hacer de ninguna forma era no tener un ejemplar de esa novela cerca. Descubro ahora, en verdad que no me había dado cuenta, que tengo ese título en mis libreros de Campeche y de Ciudad de México.

La pasión según G.H., es una obra apasionante, seductora. Tiene un poder hipnótico que obliga a seguir a su protagonista en cada giro, en cada disquisición, ser cómplice de todas sus obsesiones, sumarnos a sus angustias. Es una historia intensa, no podía ser de otra forma si salió de la pluma de Lispector, de búsqueda y de encuentros, pero quizá, sobre todo, es una obra que parte de las dudas, de los cuestionamientos más profundos y obliga a circular en ellos: “Pues Él sabía que yo no sabría ver lo que viese: la explicación de un enigma es la repetición del enigma. ¿Qué Eres?, y la respuesta es: Eres. ¿Existes? Y la respuesta es: existes. Yo tenía la capacidad de preguntar, pero no la de escuchar la respuesta”.

Que el nombre de la protagonista esté abreviado en sus iniciales, G.H., no es causal, pero eso lo vamos descubriendo en el transcurrir del relato. No lo sabemos –el nombre–, ni lo sabremos, porque es una metáfora magistral sobre la imposibilidad de definirse en una identidad única. Y los nombre que nos “definen” suelen ser origen de esa ficción: creemos ser porque nos nombramos. En este libro la protagonista es en su estar, en su discurrir, en lo que la atormenta tanto como en lo que le place, en ella, no es/en su nombre. “Mi pregunta, si la tenía, no era: <<quién soy>>, sino <<entre quiénes soy>>”.

Esa obra, para mí la más importante de las escritas por Lispector, no es, sin embargo, la única. El conjunto de sus textos es, en verdad, extraordinario. En La hora de la estrella, Clarice juega con los límites, las fronteras, pero también los acercamientos y las relaciones que se establecen entre el autor y el personaje, y el personaje que es el autor y por tanto es ella misma. En el conjunto de su obra –particularmente cuentos y novelas, que son lo que he leído de ella–, la autora se desliza en un constante ir y venir entre lo poético y lo filosófico; no le interesa la anécdota, ella bucea en la conciencia de sus personajes que son ella misma y no lo son al mismo tiempo, porque son sus propios seres... Deslumbrante y perturbadora, diría de la obra de Clarice, vital y necesaria.

De la vida de Clarice, como de la de Elena y de otras escritoras imprescindibles para mí, la verdad es que sé muy poco. Aunque resulta inevitable conocer el dramático accidente que marcó sus últimos años haciendo de ellos una etapa compleja, aunque de gran vitalidad escritural, como queda evidenciado si pensamos en obras como Aprendizaje o el libro de los placeres, La hora de la estrella y, particularmente, Un soplo de vida. Cuando pienso en ella, en Clarice, me vienen a la cabeza dos lugares: Ucrania y Río de Janeiro. Y si bien Ucrania es apenas una referencia de nacimiento, porque creció en Brasil, me parece que tan contrastante, tan intensos como esos espacios, es su escritura. Con Clarice descubrimos/constatamos que “toda comprensión intensa es finalmente la revelación de una profunda incomprensión. Todo momento de hallar es un perderse a uno mismo”. La suya es una obra que se define en su nombre porque resulta imposible de encasillar bajo alguna etiqueta.

*Fausta Gantús. Investigadora del Instituto Mora (CONACYT) y profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes. Es autora de una importante obra publicada en México y el extranjero, entre las que destaca su libro Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la Ciudad de México, 1876-1888. Ha coordinado varios libros sobre las elecciones en el México del siglo XIX.