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Morelos y la banalización de la violencia

De nueva cuenta en Morelos – como ocurriera en marzo de 2011 con el homicidio de Juan Francisco Sicilia Ortega- el cruento asesinato de Alejandro Chao y Sarah Rebolledo, destacados catedráticos y activos ciudadanos, sacude a esa entidad y conmociona a la sociedad mexicana entera. No sólo es deplorable por las pérdidas humanas que en sí mismo entraña, sino por la insensatez y la saña con que fueron realizados.

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Escrito en OPINIÓN el

Con una celeridad acicateada por la justa indignación ciudadana que ha salido a manifestarse públicamente en las calles de Cuernavaca, las autoridades locales han presentado a dos presuntos responsables: Marco Antonio y Juan Carlos, uno de ellos menor de edad, que realizaban reparaciones en el domicilio de los profesores y vieron la oportunidad de saquearles algunos bienes. Habían decidido de entrada asesinarlos para no correr el riesgo de ser identificados, porque eran “conocidos”. Al final los delincuentes parece que no se llevan nada y huyen despavoridos ante la constatación de su propia violencia: ¡¡¡Aplastaron la cabeza de ambos con grandes piedras y los remataron con un desarmador!!!

No sé si estos hombres sean los auténticos responsables de tan nefando crimen. El sospechosísimo mexicano – alimentado por la facilidad con que en México se construyen falsos responsables de delitos mediante el uso de la tortura- nos hace desconfiar de la veracidad de estos hechos.  Sin embargo la improvisación con la que aparentemente actuaron, sumada a la simpleza de su relato, me dice que es muy probable que sean los autores del crimen.

Destaco del escueto relato dado a la prensa los aspectos siguientes: 1)La oportunidad que vislumbraron para hacerse de algunos recursos adicionales, con el robo. Marco Antonio aseguró que su primo Juan Carlos, quien trabajaba de tiempo atrás con el matrimonio y conocía los bienes que poseían, le insistió que entraran al domicilio con la copia de una llave de la que podían disponer.  2)Al parecer no disponían de más armas que sus propias herramientas de trabajo. El mismo Marco Antonio apunta que “tenía miedo”, pero se le fue encima y derribó a Alejandro Chao y mientras éste permanecía en el suelo aturdido por el golpe, Juan Carlos su primo, que ya venía con una piedra, le dijo 'ábrete, ábrete' y la azotó sobre la cabeza de aquél. 

Nos faltan los detalles de cómo ultimaron a Sarah y las razones de por qué terminaron sin llevarse nada. Pero el cuadro descrito tan cruda y sucintamente contiene elementos que pudieran servir de hilo conductor para intentar desentrañar el tejido de que está hecha, la violencia criminal que nos agobia.

Primero lo que parece obvio. Se advierte entre víctimas y victimarios, la presencia de una brecha social que separa o cuando menos impide la construcción de un vínculo de identificación humana de los segundos con los primeros. A pesar de la existencia de un trato cotidiano, en el que medió de base una cierta confianza otorgada por los patrones a los victimarios, otrora trabajadores del matrimonio, (copia de llave o acceso a ellas) se mantuvo una distancia social que resultó irremontable. Distancia marcada tal vez por la propiedad, los bienes, la cultura, también la fisonomía (color de la piel, etc.) de la pareja de catedráticos, ante la carencia, la pobreza patrimonial, la miseria cultural y el sentimiento de exclusión o discriminación de sus trabajadores. Lo que está claro es que el trato previo entre ellos no alcanzó para generar un vinculo de reconocimiento mutuo, en tanto iguales y semejantes, ni para construir un puente de identificación entre el “nosotros” y “ellos”, que cerrara la posibilidad de la agresión.

Ese impedimento para reconocerse como iguales y semejantes a los propietarios, patrones, también pudo haber mediado en el uso de la crueldad por parte de los victimarios: los aplastaron como puede hacerse instintivamente ante una alimaña que amenaza la propia seguridad; como a algo que hay que eliminar para sobrevivir.

Estimo igualmente que esa distancia, sumada a la presencia de una violencia interna, soterrada, que parecer brotar en cada acto criminal de los que tenemos noticia cotidianamente, actúa como un inhibidor de la piedad. Esa virtud cívica que para los romanos vinculaba a los hombres entre sí, que los arraigaba como sujetos de derechos y deberes, como ciudadanos dignos y portadores de valores, que Aristóteles (Ética a Nicómaco) consideraba una virtud filial y Cicerón (Retórica II) veía como fuente del respeto a los orígenes de la sociedad, del propio individuo y del honor a lo que esta´ por encima del poder del hombre.

Pero carentes los presuntos delincuentes del reconocimiento como ciudadanos dignos, con derechos y obligaciones cívicas, sociales, políticos, económicos; negados en consecuencia, como tantos otros parias urbanos de nuestro México en su condición de sujetos y ciudadanos existentes para el Estado, invisibilizados en el mainstream de la comunidad social, no tienen vínculos fuertes que los arraiguen y por tanto, tampoco deben lealtad a la comunidad, a sus normas y a sus leyes.

Las reflexiones anteriores me llevan a proponer una hipótesis interpretativa que es la siguiente: vivimos en México actualmente, en una sociedad fracturada por la desigualdad, el racismo, la discriminación, los abusos, la impunidad y el autoritarismo, a todo lo largo y ancho del tejido social.

Somos en esa medida, una sociedad marcada por relaciones intersubjetivas violentas. En el plano político, somos despojados de la capacidad de auto representarnos y decidir (la soberanía del ciudadano) tanto por la violencia que imponen la defraudación y el mercadeo de votos, como la asociada a la imposición de decisiones acordadas entre un grupito de dirigentes políticos, a espaldas de las propias reglas de los procedimientos legislativos democráticos y de lo que aspira la mayoría del país.

Estamos también prácticamente despojados de nuestra capacidad para exigir la rendición de cuentas y la responsabilidad social de quienes nos gobiernan, ante la corrupción y la complicidad que son el verdadero cemento de la élite política (De la Madrid dixit). Esto se agrega al silencio cómplice de aliados y corifeos en los medios de comunicación, cuya voz pública ahoga nuestros reclamos. La violencia política se expresa también en esa rampante impunidad del 92% de los delitos que es un indicador de la insensibilidad e incapacidad del Estado para hacer valer las derechos de todos en el orden social.

En el plano económico no son mejores las cosas. Somos una sociedad violentada por la expoliación que como consumidores vivimos cotidianamente; presa de monopolios públicos y privados que nos esclavizan con malos servicios y altas tarifas (telefonía, televisión, electricidad, bancos) Mientras como trabajadores estamos mal pagados, sin derechos sociales y exigidos a rendir en jornadas extenuantes. [1]

En lo social somos una sociedad que no se habla, no se saluda, no se mira ni se reconoce entre  sí, por las barreras sociales y racistas invisibles, pero presentes y activas. Somos autómatas gruñones en calles sucias, vialidades congestionadas, ciudades desordenadas, banquetas ocupadas y obstruidas por puestos y lonas de ambulantes, donde los que van a pie no tienen ni espacio ni tiempo.

Somos zombis en autobuses que levantan y arrojan a los viajeros a medio arroyo; habitantes agobiados por largas horas de trayectos accidentados en transportes hacinados e inseguros.

Somos también una sociedad con muchísimas familias deshechas, de habitantes en 60 o 40 metros cuadrados donde explota la violencia cotidiana entre parejas, hermanos, parientes, cuñados, vecinos, y donde se desgarra la intimidad de niñas y adolescentes.[2]

Nuestros niños asisten a escuelas sin baños, sin agua, y a veces hasta sin techo y sin pupitres. Nuestros jóvenes (ese cacareado bono demográfico que estamos dilapidando) carecen de oportunidades educativas y de empleo (7 millones de Ninis, más de 500 mil rechazados de prepas y universidades públicas). Y nuestros viejos tienen muy poco lugar y servicios.[3]

Más allá del desahogo alcohólico y la fiesta, en su gran mayoría las y los mexicanos carecemos también de espacios y recursos culturales para elaborar los cambios y tensiones que nos atraviesan, interna y externamente como individuos, familias y grupos. Tenemos así muy pocas oportunidades para procesar asertivamente nuestras tensiones y conflictos.

Hemos naturalizado la violencia hacia los niños y niñas, hacia las mujeres y ancian@s; la violencia entre varones; entre débiles y poderosos; entre desposeídos y propietarios; entre gobernantes y gobernados. Y hoy, por desgracia, para muchos de nosotros, estas formas de violencia son casi un asunto banal en nuestras prácticas de convivencia diaria. En suma somos ajenos de nosotros mismos y en ese ambiente de tensiones cruzadas,  la violencia estructural y criminal son ecos que se repiten y desdoblan en la violencia cotidiana de nuestra interrelaciones.

Revertir esta situación requiere visiones más amplias que la securitización policial que se ha adoptado las autoridades para contenerla y que ha dado muy pobres frutos. Son necesarias políticas sociales innovadoras e incluyentes, más allá del asistencialismo monetarista, que sólo alcanza para un pequeño grupo de los que tienen menos de tres hijos (Rosario Robles dixit). Estas visiones por desgracia están muy lejos aún del radar de quienes nos gobiernan. Pero quizá lo más importante sea que para pacificar nuestras pasiones y restablecer el tabú de la sangre homicida, se requiere cuestionar y remontar el autoritarismo nuestro de cada día y adoptar la democratización en serio; desde las relaciones interpersonales entre iguales y diferentes en las familias, organizaciones, clases y grupos, hasta en las esferas de nuestras relaciones económicas y políticas.

 

@terinro

 

[1] De acuerdo al informe “Como va la Vida” de la OCDE  en 2013, los mexicanos estamos en las sociedades más desiguales de la OCDE y trabajamos más de 2 mil 250 horas al año, casi 30% más horas más que el resto de ciudadanos de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que laboran mil 776 horas por año en promedio.  La desigualdad salarial entre un directivo y un empleado en la posición inicial de ingreso a una empresa es 11.3  veces mas para el primero (Hay Group, publicado en El Universal, el 26 de julio de 2013). El salario mínimo general para 2014 es de 67 pesos con 29 centavos y acumula una caída en términos de poder adquisitivo respecto a 1987 equivalente a 77.79 % Mientras en términos de horas trabajadas en 2014 se requieren 22 horas, para obtener los recursos necesarios para adquirir una Canasta Básica mientras en 1987 solo se requerían 4 horas.

[2] De acuerdo a INEGI (ENDIREH , 2011) 6.3 de cada 10 mujeres sufren en México violencia y 47% de las mujeres de 15 años y más que han tenido al menos una pareja, han sido agredidas por la actual o última pareja en algún momento durante su relación, matrimonio o noviazgo. De acuerdo a la SSA  en 2010, 75% de las personas lesionadas atendidas por eventos de violencia familiar, fueron mujeres agredidas por sus parejas masculinas. Estos registros indican también que en mujeres embarazadas, casi se triplican las lesiones atendidas por violencia (9.1 contra 3.9).  Los datos muestran que las víctimas son multiagredidas por el mismo agresor en 94.5% de los casos. Según la ENEVINOV  (INEGI 2007) entre 38 y 45% de las parejas de novios viven relaciones violentas.La violencia contra niñas y adolecentes adquirió en las últimas décadas, dimensión de problema social (UNICEF, OMS) Esta violencia va desde el maltrato a las agresiones físicas, la violencia sexual, la compra-venta, los matrimonios forzados y la trata con fines de explotación sexual.La Encuesta Nacional sobre Violencia contra la Mujeres (ENVIM, SSA) levantada entre usuarias de los servicios de salud en 2006, reveló que 13.3% de las mujeres padeció alguna forma de abuso sexual antes de los 15 años. La mayor parte de los casos (63.6%%) por parte de algún familiar del sexo masculino; 10% se refirió a algún vecino y 12.3% fue víctima de parte de un desconocido.

[3] Según datos de la SSA (estadísticas vitales) las ancianas de más de 70 años constituyen el 7.2% de las mujeres presuntamente asesinadas. Ver Violencia Feminicida en México. Disponible en http://bit.ly/1oecxh1