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“Mis soldados”

Opacidad e impunidad en la que se han movido en los últimos años las fuerzas armadas, tiene, como se ve, costos inevitables.

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Escrito en OPINIÓN el

El sistema se endurece, se cierra sobre sí mismo, se niega a la fiscalización, a la transparencia, a la rendición de cuentas; se rehúsa a cumplir con uno de los requisitos y premisas fundamentales de una democracia sana: La apertura real, que engendra credibilidad.

 

Y a partir de esta circunstancia, de la cerrazón, del endurecimiento, todo es posible. Para mal y para peor.

 

La cerrazón y la falta de credibilidad van minando, irremediablemente, los cimientos sobre los que está construida la frágil relación del poder, en todas sus formas, con el pueblo. Los saldos de una caída en picada en la tan deseada percepción social, llegan tarde o temprano. En este caso, a mitad de sexenio.

 

La economía no alzó el vuelo prometido por el priísmo pródigo; el combate al desempleo es maquillado o en el mejor de los casos, es presentado como lo que en realidad es: una suma de activación de plazas laborales de ínfima calidad y sueldos peor concebidos.

 

La educación se desplomó como un grotesco zeppelín, envuelto en las llamas de sus propias contradicciones y desencuentros; la reforma energética y sus anunciadas subastas pro exploratorias ha sido un rotundo fracaso… para algunos.

 

La Marina y el Ejército, otrora sólidos aunque inexplicables indicadores de la confianza ciudadana en sus instituciones, siguen retrocediendo en este rango de la percepción social a fuerza de hierros, de abusos y vejaciones que no encuentran respuestas satisfactorias y mucho menos castigos, en caso de merecerlos.

 

La opacidad e impunidad en la que se han movido en los últimos años las fuerzas armadas, tiene, como se ve, costos inevitables.

 

Y la seguridad -esa promesa bastarda que no osa decir su nombre- terminó por fugarse de las manos el Estado mexicano, acabó por colocarse como la agenda más importante de un gobierno que se acerca a pasos acelerados al perfil de un Estado fallido que no sólo se ha negado a aceptar y a castigar sus excesos, sino que ahora se endurece y permite la amenaza como intimidación mediática para detener en seco las críticas y la intromisión de quienes exigen respuestas y buen gobierno.

 

El endurecimiento se viste de verde olivo. Los militares parecen moverse por su cuenta o al menos de manera paralela a la sombra de Los Pinos. Desde esa dinámica, quieren dejar en claro para desde ahí dejar en claro que la verdad histórica es y será una sola: La de ellos.

 

Con una palabra, con una frase que valió los cincuenta minutos de entrevista pactada con Televisa, el general secretario Salvador Cienfuegos Zepeda, mostró la percepción militar de un México desordenado y rebasado, sin guía, en el que el jefe de las tropas llevó el discurso reivindicador más allá de lo esperado, quizá de lo permitido.

 

Cienfuegos defendió a sus muchachos, a sus soldados, de cualquier posible acción o escrutinio de la ley, local o foránea, en torno a su actuación en los casos de Ayotzinapa y Tlatlaya.

 

A mis soldados, dijo, no los va a interrogar nadie, y con esas palabras envió a la oscuridad el cumplimiento del Estado de Derecho al que se deben en cualquier tiempo y circunstancia los militares mexicanos.

 

Exceso, desgaste y cerrazón que sólo pueden causarle más daño del ya sufrido a un país mal entendido y mal gobernado como éste.

 

@JorgeMedelllin95