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Mirreyes, acosadores, misóginos y homófobos

Esa nueva elite no es precisamente la que puede conducir un proyecto de integración social.

Por
Escrito en OPINIÓN el

Kathya Araujo, destacada psicoanalista y antropóloga chilena cuenta que un día de 2008  haciendo una larga cola en Santiago de Chile para pagar un servicio en una fría mañana, observó cómo una persona al parecer conocida de otra que hacía fila delante de ella, saluda, platican y de pronto se introduce a la fila, ante la mirada atónita, molesta, pero resignada de los otros que dejan pasar el asunto. Mientras Kathya se retorcía de la rabia contenida, mascullaba en sus adentros una serie de preguntas sobre lo que estaría sucediendo en el Chile contemporáneo con las otrora normas de civilidad y respeto a los otros, que habrían hecho una conducta como esa prácticamente imposible. A partir de las inquietudes surgidas por ese evento, inició la investigación que da origen a su libro “Habitar lo Social. Usos y abusos en la vida cotidiana en el Chile actual (LOM-Oxfam, 2009)   

Con todas las distancias del caso, acicateada por las notas de prensa que nos llegan a través de las redes  sociales, blogs y noticieros sobre los mexicanos en Brasil, aventuro y comparto estas notas.

De acuerdo a lo señalado por la Agencia Quadratín citando a O’Globo el día de ayer, el impresionante dispositivo de seguridad desplegado por las fuerzas policiales brasileñas para blindar la Copa Mundial ha sido exitoso: En lo que va del Mundial sólo han sido detenidos 11 extranjeros, un alemán, un griego y nueve mexicanos, casi todos estos últimos en Fortaleza.

Entre estos nueve hay cuatro jóvenes panistas, dos de ellos ex asambleístas y ahora ex funcionarios de la Delegación Benito Juárez (coto panista desde 1982 identificado como la “laguna azul” por el voto duro hacia ese partido) afines al grupo de Mariana Gómez. Están acusados de lesiones graves y agravio sexual en contra de la compañera de uno de los dos agredidos por los mexicanos, delito que de acuerdo a la nueva Ley de Maria Da Penna (2006) no admite fianza.

Si agregamos a éstos, el trágico caso del joven chiapaneco (hijo del procurador del estado) que después de tres días de juerga continua, puntualmente documentada por él mismo en las redes sociales, se arrojó al mar desde el lujoso quinceavo piso de un crucero, para que le tomaran fotos y subirlas al Facebook, seguro de que sería rescatado (avisó, aunque nadie le hizo caso); y el de otro mexicano que agredió a policías, saliendo del juego donde perdió la Selección Mexicana en Fortaleza, tenemos una buena muestra de la jungla urbana que estamos produciendo como para preguntarnos qué expresan esta muestra de lo que está ocurriéndonos en la sociedad mexicana.

Primero lo obvio, los jóvenes que se han hecho notar por estos tristes eventos, son de clase media alta, en virtud de los recursos de los que disponen, sea por cuenta propia o de sus padres. Uno para tomar un crucero en clase premier en toda la temporada futbolera; los cuatro panistas para viajar como solteritos durante dos largas semanas.   

Segundo, la calidad personal de estos ejemplares nacionales. Por un lado la frivolidad con que pasaba la vida el que la perdió alcoholizado, en un acto de heroísmo fútil. La bajísima calidad moral privada y pública de los ahora ex funcionarios blanquiazules, cuando se ven libres de censura por pasar desconocidos en Brasil (imaginemos cómo se comportan regularmente en privado) y aunque a decir de los registros de prensa, no se hicieron notar como representantes populares en su paso por la Asamblea del DF (2009-2012) si trataron de hacer valer su influencia política cuando los arrestaron. Estos personajes se atrevieron, seguramente también alcoholizados, no sólo a manosear abusivamente en sus partes íntimas a una mujer que pasó próxima a ellos, sino a arremeter con gala de violencia física tumultuaria y brutal, en contra de los acompañantes de la misma.

Tercero la violencia verbal y simbólica con la se conducen y manifiestan su gestualidad estos personajes, por lo demás ampliamente compartida por la exaltada porra homofóbica de los hinchas mexicanos. El léxico de estos mexicanos exhibida en la ventana mediática del mundial, en lo general como en lo particular (los mensajes en la red Albur Buró de Blackberry de los panistas) muestra al igual que en los llamados mirreyes  (nueva tribu urbana que goza de amplia popularidad y émulo entre las y los jóvenes mexicanos) un uso ofensivo, degradante pero cotidiano, de motes y expresiones homofóbicas, clasistas, racistas, misóginas. En el caso de los panistas destacan las expresiones: “jotos”, “putos”, “putito”, “putas”, “oaxaco”, “indio”, “indiorante”, “menonita”, “chalán”, “teiboleras”, “perras”, “lesbiana”;  junto a frases de extrema violencia sexual hacia las mujeres.

Este lenguaje cotidiano verbal o simbólicamente presente en segmentos de jóvenes con oportunidades – como se dice ahora- egresados de universidades privadas –en su mayoría- expresado en actitudes de prepotencia, ya sea conduciendo automóviles a toda velocidad en las calles, mientras insultan a los peatones por atravesarse en su camino[1]  o maltratando a las personas que prestan sus servicios (a los que tilden de “gatos”) en los bares, hoteles y antros donde pasan la vida; es el anverso complementario de otro segmento de jóvenes –mayoría en este caso- que en la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS,  2010) del CONAPRED señala que en México no se respetan los derechos de las personas pobres (67.6%) de la que tienen rasgos raciales o piel oscura (81.1%) de los que son mayores (75.3%) o que no “tienen una buena apariencia física (74.6%) pero que comparte la homofobia y lesbofobia (43 y 44%) y la misoginia que denuncia el 56.6% de las mujeres de todas las edades que aseguraron que sus derechos no se respetan en México.

En buena parte esta violencia lingüística, física, gestual, simbólica, pero también instrumental, en cuanto es una forma de ejercer la supremacía que les otorga su posición económica y su acceso a recursos, es otra de las evidencias de nuestras fracturas sociales, que en los sectores empobrecidos y excluidos de jóvenes se expresa en su reclutamiento a la criminalidad menuda o la organizada.

Evidencia también la indiferencia y desprecio con que los jóvenes herederos de los grupos de altos ingresos o acceso al poder político (que permite amasar riqueza gracias a la enorme corrupción) miran al resto de los mortales que la pellejean día a día con salarios auténticamente de miseria. A grado que lo era un timbre de decencia hace unas cuantas décadas: ser empleado y recibir un salario, se ha vuelto un mote ofensivo.

Hay muchas preguntas que responder ante estas muestras sociales de los que somos, pero una cuestión muy inquietante es si no sólo estaremos atravesados por la indiferencia y la impiedad, el extrañamiento mutuo, sino también por un desapego extremo a las normas de civilidad que atraviesa a toda la sociedad mexicana, de arriba hacia abajo y que tal vez se inició justamente en ese orden. Lo que queda claro es que esa nueva elite no es precisamente la que puede conducir un proyecto de integración social y democracia.

 

@terinro

 

[1] Ver nota de Tamy Palma en  página Mirreybook en Facebook