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Miramar

Hace 150 años, el 10 de abril de 1864 se firmó en el Castillo de Miramar, el tratado por el cual Maximiliano de Habsburgo aceptó la corona del segundo Imperio mexicano. Un mes después, ya convertido en Maximiliano I de México, desembarcó en Veracruz en medio de una cálida recepción de un reducido grupo de conservadores, que no del pueblo mexicano

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Escrito en OPINIÓN el

Para comprender el Segundo Imperio mexicano, se deben de analizar los acontecimientos que le precedieron. La guerra de Reforma en México de 1857 a 1861 que recién había terminado, dejó un país devastado por el enfrentamiento fratricida entre liberales y conservadores, con las finanzas públicas en la miseria y con la industria nacional por los suelos.

Como medida de recuperación, Benito Juárez decretó en julio de 1861 la Ley  de suspensión del pago de la deuda externa. Esa medida no fue tomada con buenos ojos por los gobiernos de Inglaterra, España y Francia, hecho que ocasionó que los reyes Isabel II, Victoria y Napoleón III celebraran la Convención de Londres del 31 de octubre de ese mismo año.

Esa Convención, entre otras cosas, estableció que debido a “la conducta arbitraria de las autoridades de la República de México”, se consideraban obligados a enviar tropas a las costas mexicanas, con la finalidad de defender sus intereses. Sin embargo, en el artículo 2 de la Convención de Londres, se estableció que las partes se comprometían a no pretender adquirir territorio mexicano, ni ejercer influencia “que pueda afectar el derecho de la Nación Mexicana de elegir y constituir libremente la forma de su Gobierno”.

De esa forma, llegaron a las costas de Veracruz fuerzas militares de las tres potencias europeas. El entonces secretario de Relaciones Exteriores de Juárez, Manuel Doblado, logró convencer al General Juan Prim de crear una comisión de negociación entre el gobierno mexicano y las tres potencias.

Se celebraron entonces en febrero de 1862, los Acuerdos Preliminares de la Soledad, en donde se daba pie al eventual arreglo y negociación entre las partes y se permitía a las potencias aliadas, permanecer en Orizaba, Córdoba y Tehuacán, con la precisión de que no pretenderían llevar a cabo ningún acto de invasión.

Sin embargo, el General francés Dubois de Saligny avanzó hasta Puebla, rompiendo los acuerdos Preliminares de la Soledad y dando inicio a la Segunda Intervención Francesa. Después de la famosa batalla del 5 de mayo de 1862 en donde Ignacio Zaragoza contuvo a las tropas francesas, el General Forey logró tomar la Ciudad de México en junio de 1863.

Para ese entonces, el presidente Juárez ya se encontraba con su gobierno en San Luis Potosí y comenzó así, el segundo peregrinar de su gobierno. La intervención francesa de Napoleón III y, sobre todo la imposición de Maximiliano de Habsburgo como emperador de México, debe de ser analizada junto con los acontecimientos que ocurrían en Estados Unidos en esa época.

La Guerra de Secesión entre los Estados del norte y sur de Estados Unidos, ocurrió de 1861 a 1865. Situación que implicó que Estados Unidos no podría intervenir en defensa de su doctrina Monroe “América para los americanos” e impedir que una potencia extranjera, invadiera a su vecino del sur.

En tanto que se estaba librando la Guerra de Secesión, Napoleón III aprovechó la incapacidad de Estados Unidos para intervenir en el conflicto y, de ahí, que haya incumplido los compromisos establecidos en la Convención de Londres y en los Preliminares de la Soledad, al invadir México.

Más aún, Napoleón III aprovechó el manifiesto interés de un grupo de mexicanos radicados en Europa, como Juan Nepomuceno Almonte (hijo de Morelos), para traer a México a un príncipe sin corona a reinar nuestro país.

Todo tuvo sentido para Napoleón: un país en ruinas, un vecino en guerra, un interés redundante de llevar a México a un príncipe europeo y una simple justificación que encendió la mecha, la suspensión de la deuda, que canalizó los intereses no solo de franceses, sino de españoles e ingleses también, hecho que, cuando menos de manera inicial, dio legitimidad a Napoleón.

Tras la firma del Tratado de Miramar, Napoleón le ofreció a Maximiliano las tropas suficientes durante 6 años para establecerse en su nuevo imperio. Es así que Maximiliano I de México se estableció en su Castillo de Chapultepec y construyó el Paseo del Emperador. Mientras tanto, el incansable Benito Juárez seguía itinerante en el territorio nacional.

Sin embargo, tras el fin de la Guerra de Secesión y la inminencia de la Guerra Franco-Prusiana, Napoleón decidió retirar todas sus tropas de México, dejando a Maximiliano sólo y sin ayuda militar, salvo por algunos aliados mexicanos.

Sólo y ante la embestida de las fuerzas liberales de Juárez, Maximiliano huyó a Querétaro donde fue capturado junto con Miguel Miramón y Tomás Mejía. Los tres fueron fusilados en el Cerro de las Campanas el 19 de junio de 1867.  Así acabó la aventura de Napoleón III en México. Lo que comenzó con una Ley de suspensión de la deuda extranjera, acabó con el fusilamiento de quien fuera el segundo emperador de México.

Caminos insospechados de la historia y del hombre. El afán expansionista y sentido de la oportunidad de Napoleón III, lo condujo a convencer e imponer a un príncipe europeo a la cabeza de un país republicano, por medio de la ambición, el engaño y el incumplimiento de compromisos. Ante una nueva circunstancia, Napoleón abandonó su creatura a su suerte, para hacer frente al conflicto con los prusianos.

A nosotros nos dejó un capítulo más en nuestra historia nacional, en donde la bandera liberal supo imponerse a las adversidades y sobreponerse a una invasión y a un imperio.

@gstagle