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Minimalismo vs hiperconsumismo

¿En qué momento empezamos a buscar diferenciarnos a través de lo que vestimos o compramos? | Alejandro Basave

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Escrito en OPINIÓN el

Hace unas semanas vi el documental Minimalism: A Documentary About The Important Things (Dirigido por Matt D’Avella, 2016). El largometraje se centra en el movimiento The Minimalists creado por Joshua Fields y Ryan Nicodemus. Este binomio millennial alerta al mundo de los riesgos de la sobreacumulación de cosas y propone como camino a la felicidad el desprendimiento casi total de nuestras posesiones.

El documental me pareció mediano tirándole a malo, principalmente por su burdo sesgo (como el de mis artículos), su nulo hilo conductor (como el de mis artículos) y su insustancial análisis de un tema tan importante (como el de mis artículos). No obstante, me pareció que tiene algunas partes valiosas y, sobre todo, tiene un gran mensaje; dejemos de basar nuestra felicidad en la compra de cosas. Bien decía Zygmunt Bauman que uno de los efectos fundamentales de equiparar la felicidad con la compra de bienes que se espera que generen felicidad, consiste en eliminar la posibilidad de que este tipo de búsqueda de la felicidad llegue algún día a su fin.

Los creadores del documental no descubrieron ningún hilo negro. A lo largo de la historia muchos personajes como Buda, Séneca, San Francisco de Asís, H.D. Thoreau, Anthony de Mello y otros tantos, nos han alertado de los riesgos de asumir al consumismo como un vehículo para llenar nuestros vacíos existenciales. Sin entrar mucho en las cuestiones espirituales que envuelven al tema, estos personajes acentuaron que la auténtica ascensión solo se alcanza cuando se logra lo opuesto. Es decir, un auténtico desapego a lo corpóreo y mundano.

El romance entre el consumismo y la sociedad


Lo que me pareció un tanto novedoso del documental es que la propuesta de sus creadores no radica en convertirnos al ermitañismo (algo con lo que, confieso, coqueteo constantemente), sino en aprender a vivir dentro de la sociedad, pero de una forma mucho menos materialista. Además, y a diferencia de los personajes históricos antes citados, sus creadores analizan el problema del hiperconsumismo que vivimos en la actualidad. En tiempos salvajes en los que nos hemos convertido en conejillos de indias de marcas (ya le he tirado a los abogados anteriormente, ahora que se aguanten los mercadólogos) cuyo trabajo consiste en vendernos lujos como necesidades y crearnos la obligación de comprar para pertenecer. Y no es que esto sea nuevo, pero es innegable que se ha exacerbado notoriamente en los últimos años a causa de la llamada sociedad de la información. Por ello es que se dice que vivimos en el punto más álgido del romance entre el consumismo y la sociedad.

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El documental me pegó cual cachetada de judicial (escribo con conocimiento de causa, pero esa es otra historia). Me sacudió porque, aunque no comparto al cien por ciento su ruta de acción, sí comparto su diagnóstico. Además, me recordó todos mis privilegios. Y es que es muy probable que si estás leyendo este artículo, formes parte (al igual que yo) de una minoría muy afortunada de personas en el mundo. Una minoría que a veces olvida sus privilegios y que aunque tiene suficiente, siempre quiere más. Y peor aún, una minoría cuyas preocupaciones muchas veces son reveladoras de su fortuna.

Diferencias comercializables


Hace unos días leí una entrevista en El País con el filósofo Byung-Chul Han sobre el hiperconsumismo y lo que él llama “diferencias comercializables”. Han dice que todos queremos ser distintos de los demás pero que es imposible lograrlo porque a esa voluntad de ser distinto prosigue lo igual. Algo fuerte de asimilar pero que creo cierto. Además, eso me hizo reflexionar sobre otro tema; ¿en qué momento empezamos a  buscar diferenciarnos de los demás no solo por nuestros actos o pensamientos sino también a través de lo que vestimos o compramos?

Ahora bien, dudo que para acabar con el hiperconsumismo la única solución sea el desposeimiento total o casi total de nuestras pertenencias. El desapego puede realizarse aun conservando el artículo. Es decir, no necesariamente hay que mudarse al Tíbet y donar todas nuestras posesiones, pero sí evitar conscientemente el consumir algo por imposiciones sociales que esconden falsas promesas de felicidad o de pertenencia.

Aunado a lo anterior, es innegable que como sociedad debemos empezar por reducir drásticamente nuestro consumo de bienes. Después de todo, razones sobran: (i) sanidad mental (vale la pena leer esto: http://www.apa.org/monitor/jun04/discontents.aspx); (ii) prevención del daño al medio ambiente (la industria de moda emite el mismo gas de efecto invernadero que toda Rusia y solo EUA genera 11 millones de toneladas de desperdicios textiles por año); y (iii) una mejor inversión de nuestro dinero (ayudar a alguien, ahorrar para una vivienda, salir más…).

Como seguramente se podrá notar en mis artículos, nado siempre, o casi siempre, alejado de los extremos, es decir, tiendo a ser tibio moderado. Y por ello, no pienso deshacerme de mis colecciones de libros, discos de música y películas ni tirar todo mi guardarropa. Sin embargo, debo evitar dotar a lo mundano de una importancia que no merece y consumir mucho menos. Y aunque sostengo que el problema del hiperconsumismo no se resolverá únicamente así, creo que es un muy lógico y buen primer paso.

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