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Mi vecino

No hay imagen más poderosa para este tiempo de pandemia, que la de nosotros mismos encerrados entre cuatro paredes, dizque para sobrevivir dicen. | Ulises Castellanos

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Escrito en OPINIÓN el

Un millón de contagios en el planeta. Decenas de miles de muertos a nivel global y contando. Así las cosas, mientras en Estados Unidos el Pentágono busca asegurar 100 mil bolsas para cadáveres, por lo que venga. No olvidemos, que ellos ya tienen más muertos que los que dejó el atentado del 11 de septiembre de 2001 en la Torres Gemelas.Y mientras en España e Italia lloran a sus muertos, Ecuador los quema en las calles. ¿Cuál será la imagen que sintetice el horror? ¿Cómo recordaremos esta temporada de incertidumbre? ¿Cuál será la foto que resuma el drama? ¿Se puede resumir? No lo sé.

Pero mientras la pandemia avanza, yo fotografío a mi nuevo vecino. Mientras se esfuman los empleos de nuestro país, yo observo a un hombre petrificado frente a su pantalla plana. ¿Qué dirán las próximas generaciones respecto de nuestra respuesta a la epidemia? La palabra de hoy es: coronavirus, imposible hablar de otra cosa. Por ello, comparto aquí algunas reflexiones sobre lo que creo de nuestra crisis sanitaria a partir del perfil de mi vecino. 

Obvio. Nada volverá a ser igual

Anoche, ya de madrugada, al tiempo que terminaba de mudarme de casa, descubrí a un nuevo vecino en la torre de enfrente, paralizado frente a la pantalla que antes servía para ver televisión; inamovible, clavado, imposible saber, si veía porno, Netflix o la conferencia de prensa del Doctor Hugo López-Gatell desde Palacio Nacional. Da igual.

Atrás quedaron todos los otros temas, nadie habla de la contaminación, ni de los feminicidios, o del crimen organizado; lejos muy lejos quedaron las disputas políticas de barrio o la vaquita marina y su posible extinción. Todo lo ocupa el virus. 

Mientras los animales regresan a zonas urbanas sin humanos. Ahora nos visitan los zorros, los osos y los mapaches que antes nos tenían miedo. Hoy somos presa de nuestra sensación de vulnerabilidad. De la posibilidad real frente a la muerte, pues.

¿Acaso serán los patos que regresan en España la imagen del fin del mundo? O ¿serán los jabalíes en Barcelona los que cuenten del fin de nuestra civilización? La competencia es fuerte, los coyotes vuelven en Estados Unidos, mientras los mapaches merodean el canal de Panamá y los leopardos se asoman en distintas ciudades de la India.

Se respira miedo, el aire sabe a muerte, por fin dejamos de lado nuestra arrogancia como especie, es tiempo encerrarnos con nuestros demonios, y volver a pensar en lo importante, en los nuestros; es tiempo de volver a tostar un pan, es tiempo de abandonar el Uber, el Starbucks, o pasear en el centro comercial para dejar pasar el rato; es tiempo de abandonar todo lo que nos hacía olvidar nuestra fragilidad.

Es tiempo de extrañar un beso, un abrazo, una mirada.

¿Cuántas cosas estamos entendiendo ahora que se apagó la música y prendieron la luz del antro? ¿Cuántos temas estamos re-valorando? ¿Cuántos?

Hoy, el que puede y quiere se quedará en casa, porque si no se muere. Ahí están las imágenes de Ecuador, España o Italia para recordarnos sobre lo quebradizo de nuestro modelo de coexistencia. Adiós a las vacaciones de verano a meses sin intereses. Adiós a tanta banalidad consumista. Volvemos a lo básico. Con un Oxxo nos basta y sobra.

Los millonarios ya están en su isla privada, la clase media conectada a Netflix, pero haciendo home oficce, sin embargo, la mayoría de los mexicanos que ganan menos de 9 mil pesos al mes, todavía andan en metro, aún caminan por las calles y lo seguirán haciendo, porque eso somos, más del 60% de nuestros compatriotas no son clase media, son gente trabajadora que vive al día y punto.

¿En qué estaría pensando mi vecino, mientras escuchaba el número de muertos en el país? ¿Tendrá el trabajo que soñó? ¿Habrá valido la pena la última ruptura amorosa que tuvo, o podía haberla perdonado? ¿Tiene sentido acumular gadgets, ropa, adornos o souvenirs del último viaje a Europa? 

No hay imagen más poderosa para este tiempo de pandemia, que la de nosotros mismos encerrados entre cuatro paredes, dizque para sobrevivir dicen. Pero y ¿luego? Ni mi vecino ni yo, nos salvaremos al final del contagio, tarde o temprano nos dará tos, nos dará fiebre, vomitaremos o sentiremos que nos ahogamos; es más, de hecho desearemos morir tirados en el piso de nuestro baño antes que caer hospitalizados para que nos entuben. Los más afortunados alcanzarán quizá a vomitar en un hospital, y si eventualmente sobrevivimos podremos contarlo, pero y si no, todo se apagará y se pondrá negro.

Entonces, pasada la pandemia, alguien entrará a nuestro cuarto y se repartirá los libros, la ropa, verán nuestra fotos, llorarán, quizá nos recuerden con nostalgia, se probarán nuestras chamarras, preguntarán por nuestras claves secretas para abrir el celular o la compu y lo sabrán todo, y mientras nos entierran, el virus se habrá llevado a miles de nosotros, incluso a mi vecino.