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Mi nombre es Casablanca

Mi nombre es Casablanca, novela cargada de pólvora, plomo, material hirviente e hiriente.

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Escrito en OPINIÓN el

La escalada de violencia que se suscita en este o en cualquier otro país, puede entenderse como el resultado de ausencia de responsabilidad y corresponsabilidad del individuo por su entorno, así como de la pérdida de valores de la base de la sociedad que es la familia, y por ende, una sinrazón de libertinaje que pone en jaque el tejido social que con tanto esfuerzo se construye por generaciones.

 

Cúpulas de poder carcomidas por el crimen organizado, una democracia tambaleante víctima de la embestida de la violencia repartida por todos lados, zonas hostiles, ejecuciones, secuestros, impunidad y corrupción, son los constantes boquetes por donde se cuela el miedo en la vida familiar.

 

En suma, la turbación se ha vuelto ya una forma de vida, siendo el narcotráfico un factor determinante en la estabilidad nacional, que no se doblega a pesar que cada descarga hiere a la sociedad, transformado el crimen en una nueva realidad, donde la muerte anda a caballo desbocado.

 

Dentro de este cuarto de pánico, el escritor mexicano, Juan José Rodríguez (1970), recrea una de las literaturas mejor logradas en lo referente a la cultura del narco, siendo un claro ejemplo de esto su novela Mi nombre es Casablanca.

 

Esta obra a la que me refiero, está construida a partir de la experiencia trepidante que se vive en Mazatlán en torno al narcotráfico, la corrupción de las más altas cúpulas gubernamentales y los intentos desesperados de un sector cada vez más reducido de los organismos policiacos que luchan en contra de estos cánceres sociales y públicos.

 

Una realidad que es imposible ignorar, siendo este libro una radiografía producto de la estela dejada por los hombres de la hierba, por los capos de la bala y el terror, por los señores que someten a las ciudades, zarandean las voluntades, arrinconan con la mirada en espacios abiertos con la violencia desconcertante que practican.

 

Novela escrita en primera persona, en la que el autor nos permite adentrarnos en los bajos fondos de una Mazatlán dibujada con plomo, pólvora y sangre caliente, olvidándonos por completo de la playa soleada, el mar y las diversiones acuáticas, porque la cultura del narco ha permeado el trabajo periodístico, intelectual y literario en los últimos veinte años de manera brutal.

 

Mi nombre es Casablanca, una obra literaria que se desdobla en múltiples caminos circundantes, tejiendo una maraña boscosa en la que cada paso dado, es una posibilidad de ciegos en dar con la verdad, situación que le agrega elementos de suspenso policiaco, novela negra o thriller detectivesco que busca resolver una serie de crímenes aparentemente aislados que exigen una explicación.

 

Juan José Rodríguez, un escritor que ha construido una prosa con base en la cultura del narco, que sin lugar a dudas, comparte con el también sinaloense Élmer Mendoza, Leobardo Sarabia, Arturo Pérez-Reverte o Jorge Franco, en un paralelo hirviente.

 

La lectura de esta u otras novelas con igual temática, nos permite concientizar hasta qué punto el cáncer carcome y destruye, interrogar y analizar el entorno, ya que finalmente, la literatura no es un acto de cobardía sino de salvación, que busca cambiar desde adentro, desde el pensamiento la realidad, permitiéndonos acercar a nuestra existencia a fin de percibir mejor lo que somos y lo que es el mundo.

 

Esta obra, logra de forma avasallante, ser un fiel espejo de los actuales sucesos de la sociedad, a fin de reconocer nuestras limitantes para definir mejor el futuro.