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Mezquindad y medianía

La acción gubernamental es bombardeada por impericia y abulia desde dentro, y mezquino medro político desde fuera.

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Escrito en OPINIÓN el

Mezquino es un término que concita, además de falta de generosidad y nobleza, pequeñez, medianía y desdicha.

 

Pues bien, el signo de la política en nuestros días es la mezquindad.

 

Los sedicentes políticos se llenan el buche alegando que sus actos responden a elaborados cálculos políticos y a geniales estrategias de estadista. Pero la realidad es muy necia y en política lo único que cuentan son los resultados y estos, no se ven por ningún lado.

 

Las leyes son instrumentos convencionales para regir y orientar la realidad, pero sin vigencia efectiva sobre ella son letra muerta. Alguien le vendió a Peña Nieto que sacando adelante sus reformas estructurales, de suyo encomiables, el paraíso sería un jardincito de casa del INFONAVIT y el mana de Moisés migajas. Apostó todo a ellas, sacrificó ejercicio de gobierno, decisiones necesarias y oportunidades únicas; todo se paró con miras a no incomodar las reformas y sus negociaciones (forma políticamente correcta de llamar a los chantajes partidistas). Las reformas salieron y nadie en su sano juicio les puede negar mérito, pero fueron demasiados hilos los que se soltaron para lograrlas, hilos que ahora resultan indispensables para su inserción en la realidad y en la sociedad. Léase, para romper los intereses a ellas antagónicos, los de aquellos que de todo quieren medrar y los de quienes se sienten dueños del País y su futuro.

 

Y aquí es donde la clase política brilla por su mezquindad sin distinción de colores. Su compromiso con México no llega más allá de aprobar reformas constitucionales y cobrar por ello. Su expresión en legislaciones secundarias e implantación en políticas públicas y acciones de gobierno no forman parte del pacto mezquino.

 

En su escala de valores México no está incluido. Peor aún, mientras peor le vaya a México mejor para sus intereses cicateros.

 

Las reformas secundarias pendientes no salen porque todos calculan sacar raja electorera de la esterilidad legislativa. Nada hay en el Congreso de la Unión que no se procese bajo conjura electorera.

 

La acción gubernamental es bombardeada por impericia y abulia desde dentro, y mezquino medro político desde fuera. Al juego de cangrejos nacional se suman ahora grupos de expertos cuyos hilos se mueven allende nuestras fronteras.

 

Todos miran por tener algo que propagar con ventilador, algo con que señalar al contrario, sea ajeno a la casa o no. Algo de que culpar ante la opinión pública nacional e internacional, algo que imputar frente al electorado al partido antagonista, algo con que descarrilar carreras y aspiraciones en el partido propio y en el ajeno. Quien en el Senado y en San Lázaro piense que posponer la discusión y aprobación de los pendientes legislativos para después de las elecciones no tendrá costos para el PRI en las urnas, se engaña y engaña trabajando más en socavar a Beltrones que en cumplir su responsabilidad política legislativa.

 

Ah, pero para lavarse la cara ante tamañas desvergüenzas, en lugar de leyes y seriedad, nos obsequian un código de ética para diputados en aderezo de la carrera, también electorera, de la Secretaría General del PRI. No creo, por cierto, que la existencia del susodicho código mengüe un ápice los costos por diferir la discusión y aprobación de reformas sustantivas hasta después de las elecciones.

 

Pero en fin, lo mezquino, decíamos en un principio, siempre va hermanado con la medianía y lo miserable. Signos todos de nuestros tiempos.

 

Emilio Gamboa argumenta que discutir ahora las reformas pendientes sería contaminar su debate con el clima electoral. Afirmación que llevaría al mismísimo Perogrullo a cortarse las venas. Cualquier legislador que se precie de serlo, sabe que uno de los factores más importantes en todo parlamento es el manejo de la agenda legislativa; si se llegó a que ésta fuese electoralmente inoportuna, no pudo ser más que por incapacidad, negligencia o acción deliberada. Y puede que las tres juntas: acción deliberadamente incapaz y negligente, imputable a todas las fracciones parlamentarias y en ambas cámaras.

 

Lo del clima electoral me recuerda al error de diciembre, donde la responsabilidad de nuestro infortunio fue del mes, no de los hombres. Hoy como ayer, la culpa de la parálisis nacional no es tanto de los actores políticos cuanto de la meteorología electoral. ¡Vive Dios!

 

@LUISFARIASM

@OpinionLSR