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México se cansó de esperar

Lo hemos dicho en otra ocasión, la transición sólo tocó a la élite política y únicamente por lo que hace a la titularidad del poder.

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Escrito en OPINIÓN el

Hagamos un alto en el camino. Intentemos poner las cosas en perspectiva.

 

Las reformas llevadas a cabo eran urgentes y atacan males que han lastrado nuestro avance por décadas en beneficio de unos cuantos que socializan los costos y concentran los beneficios.

 

Incluso la reforma energética, tan criticada, evitó las concesiones que siempre habían reclamado para sí.

 

México urge de una educación de calidad y de maestros que realmente lo sean, por vocación y conocimiento. La educación está secuestrada por un pseudomagisterio voraz y rapaz; por conquistas sindicales y feudos de sección; por un poder fáctico, político, corrupto y, en ciertas franjas, delincuencial. Nuestros educandos se ubican en los peores lugares mundiales de aprovechamiento. Obligar a los maestros a serlo, a acreditarlo y a superarse constantemente, no es un ataque a privilegios legítimos, es un reclamo de seguridad nacional y justicia social.

 

Ser maestro o prepararse para serlo, implica una grave y delicada responsabilidad para con México. A veces se pretende que lo olvidemos. Las verdaderas víctimas de la situación de la educación en México son nuestros niños y su futuro. Cualquier persona con vocación de magisterio lo entiende. Lo demás es mezquindad y hasta traición a la patria.

 

Abrir las telecomunicaciones tampoco era un asunto menor. No sólo era un tema de tarifas y servicios, de soberbias y monopolios, de controles y manipulaciones; era y es por definir quién manda en México, la soberanía popular o unos señores con concesiones que tienen secuestrado al Estado mexicano.

 

Lo hemos dicho en otra ocasión, la transición sólo tocó a la élite política y únicamente por lo que hace a la titularidad del poder; ni siquiera cimbró a las demás élites que en el poder se imbrican y que, intocadas, hicieron de la transición democrática befa, escarnio y cooptación; tampoco modificó los usos y abusos del poder.

 

Las reformas estructurales llevadas a cabo afectaron los intereses principalmente de las élites económicas y sindicales, pero no atacaron el soplo en el corazón del sistema político mexicano: la miseria, la inseguridad, la corrupción y la impunidad.

 

Además, el gobierno apostó todo a sacar las reformas. La miseria sería resuelta con el desarrollo que ellas trajeran, mientras tanto, habría que esperar, aunque la espera lanzara a millones a la desesperación y muerte. La inseguridad había que guardarla debajo de la alfombra para no incordiar el Mexican Moment, la corrupción no era momento de atacarla: las negociaciones requerían del concierto de todas las fuerzas, y éstas hicieron del concierto chantaje, colusión y tapadera; la consecuencia perpetuó la impunidad y alentó una nueva comalada sexenal de corruptos.

 

Había que tocar los intereses de las élites económicas y sindicales, pero no de las políticas en control de la aduana para procesar las reformas, el Congreso. Así, el Pacto por México terminó por hundir en el descrédito a sus artífices, partidos y gobierno; no sólo por sus chantajes y rabietas, sino por su medianía, oportunismo, complicidad, hipocresía y alejamiento del pueblo; pero, principalmente, por su corrupción e impunidad.

 

Lo demás es de todos conocido, la inseguridad se tragó la alfombra bajo la cual pretendían esconderla, la miseria explotó en rabia social, la corrupción derrumbó las carteleras del nuevo México y la impunidad hermanó nuevamente a las élites, con la diferencia que ahora ya no copulan en la cúpula, sino que desde ella mueven sus piezas incendiando al país. La partidocracia, de suyo desdorada, encontró en el basurero de Cocula su epitafio. El airado reclamo y repulsión a todos y cada uno de los partidos es un triunfo que se han ganado a pulso.

 

Ayotzinapa es el volcán doloroso por el que el México profundo hace telúrica presencia. Las élites, todas, sólo han podido responder con pasmo. Es el México bronco del que alertó Reyes Heroles; el México olvidado, hambriento, enfermo, sin justicia y sin esperanza.

 

Allí está. Existe. No porque grupos interesados en sus propias agendas abusen de su explosivo dolor carece de existencia y razón.

 

El gobierno sólo tuvo ojos y oídos para sus reformas, todas ellas necesarias, sin duda, pero la realidad es muy necia, citando nuevamente a Reyes Heroles, y México se cansó de esperar.

 

Faltan, sin embargo, cuatro años. ¿Vamos a vivirlos en guerra civil o en civilizada, ordenada, libre y pacífica convivencia? La guerra en la cúpula no debe terminar por refrendar y proteger privilegios de las élites, todas deben pagar el precio de las reformas y la política debe poner el ejemplo. Le va la vida en ello.

 

@LUISFARIASM