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México Lindo y Querido: una historia de migrantes

Yo también aprendí a amar a México a través de los ojos de un migrante. | Pamela Cerdeira

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Escrito en OPINIÓN el

Mientras se refugiaba de la lluvia bajo ese pequeño techo llamado hogar veía sus manos, que maltratadas por el campo parecían las de alguien del doble de su edad. Era demasiado joven para esas manos, quizá también demasiado joven para ser padre y demasiado joven para haberse quedado sin futuro.

El hoyo por donde se colaban las estrellas en las noches claras se había convertido en cascada y el banco que a veces era también mesa, en cubeta.

Migración

La blusita rosa de su hija era un poco grande para una niña de su edad, pero esas bermudas que parecían quedar a la medida habían nacido siendo pantalones.

Dicen que la lluvia trae cosas buenas, eso no era cierto. La lluvia había arrastrado con la cosecha y con ella se había llevado también las cuarenta lempiras (casi 32 pesos mexicanos) que cobraría al día por recogerla.

Los pocos ahorros que quedaban no serían suficientes para resistir hasta la próxima temporada y  tampoco para huir, pero escapar era quizá la única opción.

¿Qué te llevas cuando no tienes nada?

¿Qué tan terrible tiene que ser tu situación como para que la posibilidad de ser asaltado, reclutado por la delincuencia organizada, transformado en el pedazo de una playera en el catálogo de prendas encontradas en una fosa clandestina, valga el riesgo?

Los migrantes centroamericanos no buscan quedarse en México, somos camino de paso; el puente colgante al que le faltan piezas, tiene las cuerdas tan destruidas que lastiman si las tocas y amenazan con tronar. Bajo éste, la delincuencia organizada y las autoridades migratorias los observan como presas.

He leído este argumento antes, lo mismo de estadounidenses que de mexicanos desmemoriados: “Tenemos tantos pobres que atender aquí…”. Es cierto, pero les pregunto: cerrar las puertas, tratarlos peor de lo que ya los tratamos, negarles la oportunidad de cruzar o buscar aquí una nueva vida ¿mejorará la situación de nuestros pobres?

¿Cerrar las puertas?

En el recibidor de mi casa una bella máquina de coser da la bienvenida a las visitas. Ha sido restaurada, sus casi noventa años son parte de su belleza pero su historia la supera. Esa máquina era de Mary, quien a sus noventa y cuatro deja escapar unas lágrimas cada vez que la ve.

Mary regresaba del Monte de Piedad con las esperanzas rotas cuando los pocos pesos que cargaba no le habían alcanzado para comprar una máquina. La costura había sacado adelante la economía familiar. Su madre enferma, hermana menor y su padre que trabajaba como maestro podrían beneficiarse de lo que con ella haría. Se detuvo a comprar algo para cenar y ahí, como si se tratara de un acuerdo con la vida, el carnicero le ofreció lo mejor de la casa:

- ¿Ustedes cosen? Tengo unas máquinas que tengo que sacar de un local que voy a cerrar y las quiero vender.

- Estábamos buscando una pero no tenemos dinero.

- No importa, pueden pagarla a crédito.

México Lindo y Querido

Durante años el carnicero cobró puntual un peso al mes hasta que la deuda quedó liquidada. Era tan poco lo que cobraba, cuenta Mary, que hasta pena le daba pagar esa cantidad. La pena es un signo de recuperación, cuando uno no tiene nada tampoco tiene pena.

El carnicero ocupa un lugar especial en el corazón de esta migrante que llegó a México escapando de la guerra civil española. Pero no es nada en comparación con el lugar que ocupa quien fue su vecina. El cuarto de servicio en el que vivió con su familia los primeros años tras su llegada a México, le regaló una vecina que al conocer su historia y habilidades con la costura le dio las llaves de su casa: “toma todo lo que necesites”, le dijo. “Es un gesto de una generosidad tan grande que nunca olvidaré”, cuenta Mary.

Las lágrimas regresan cuando ve la máquina, cuando recuerda a su vecina y cada vez que el mariachi entona México Lindo y Querido porque ella quiere que la entierren aquí.

Mary es la abuela de mi esposo. Yo también aprendí a amar a México a través de los ojos de un migrante: mi padre. Él contaba la historia de cómo su única pertenencia, una pelota de trapo, no llegó a México, cayó al mar durante el trayecto. Contaba también sobre la taza en la que la que todos tomaban agua, era la única que tenían. Pero sobre todo, contaba la historia de ese hermoso país que lo recibió a él y a tantos otros con los brazos abiertos.

Una columna sin pene ni pena

@PamCerdeira | @OpinionLSR | @lasillarota