Main logo

Memento mori

La locución latina debe servirle a López Obrador para replantear sus métodos, si acaso quiere trascender en la historia. | Adolfo Gómez Vives

Por
Escrito en OPINIÓN el

El periodista León García Soler publicó en el año de 1982 un libro intitulado Mito y método en la sucesión presidencial. Como parte de la obra, consigna una entrevista realizada al ex presidente Adolfo López Mateos, en la que éste narra, grosso modo, la forma alucinante en que el poder pervierte a quienes lo ostentan.

López Mateos confiesa al periodista que durante el primer año de su gobierno llegó un hombre y le dijo: “Adolfo, tú eres Dios”. Y el gobernante, nacido en Atizapán de Zaragoza, Estado de México, pensó para sí mismo: “¿cómo puede haber un hombre tan abyecto, tan ruin y tan canalla?”

Al siguiente año de su gobierno llegaron diez hombres y le dijeron: “Adolfo tú eres Dios”. Y el mandatario pensó: “¿cómo puede haber diez hombres tan abyectos, tan ruines y tan canallas?”

Al tercer año de su gobierno llegaron cien hombres y le dijeron lo mismo. Y entonces López Mateos —que gobernara entre 1958 y 1964— pensó: “Adolfo, no eres Dios, pero estás obligado a cumplir ese designio”.

Tiempo después de haber concluido el mandato, que iniciara el 1o de diciembre de 1958, el ex presidente concluiría: “sólo me arrepiento de no haber renunciado seis años antes”.

El actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha manifestado en muchas ocasiones su aspiración a trascender en la historia. No en balde considera a su movimiento como la “Cuarta Transformación”.

Sin embargo, su estilo particular de gobernar —caracterizado por imponer sus ideas por encima de análisis y argumentos y pisoteando la Constitución y la legalidad— conllevan el enorme riesgo de que su administración termine por desbocarse, con las implicaciones económicas, de desarrollo y de derechos humanos que pueden suponer.

Por eso, de quienes más debe desconfiar el presidente es de sus aduladores. No de quienes le acercan información verificable sobre los riesgos del manejo irresponsable y populista de las finanzas públicas.

Su señalamiento, relativo a que no intervino en la ominosa modificación constitucional por la cual el congreso local de Baja California amplió de dos a cinco años el periodo del gobernador electo Jaime Bonilla Valdez, retrata de nueva cuenta su menosprecio por la legalidad.

Su “prudencia” ante la violación del principio de irretroactividad de la ley no puede ser leída como un acto de respeto a la soberanía de ese estado, sino como su intención de pulsar las probabilidades para su reelección.

Alguien en su gobierno debe recordarle siempre, con insistencia —como el sirviente romano que sostenía la corona de laurel sobre la cabeza de algún general victorioso— que está de paso y que la trascendencia de su obra sólo será posible si adquiere la suficiente sensibilidad como para leer con precisión y eficacia el contexto, el momento histórico y las múltiples variables que debe tomar en consideración para llevar a buen puerto la encomienda popular que se le ha conferido. De otro modo, la nación y la historia se lo demandarán.