¡Vaya jornada! La #Eleccion2016 se convirtió en un laboratorio político y comunicacional que será de gran valor para todos los actores políticos en la próxima elección presidencial. Los temas a analizar son muchos, pero a las campañas negras se les debe prestar una especial atención.
La #GuerraSucia se arraigó en nuestra cultura.
Tanto así que en la pasada contienda las campañas fueron calificadas como las más despiadadas, agresivas, denostativas y mentirosas de la historia. Llegaron —se dijo— a límites inaceptables.
Sin embargo, hay quienes no las ven tan mal.
Unos las consideran necesarias y aseguran que subsistirán en la medida en que sean eficaces. Otros están convencidos de que pueden llegar a ser determinantes para el triunfo. En cualquier caso, la ética pasa a segundo plano.
Lo que importa es ganar, a costa de lo que sea.
Pero poco se puede hacer para revertir la tendencia. Está demostrado que cambiar las leyes sólo complica las cosas, tal y como ha sucedido con los spots o los topes en los gastos de campaña.
Por un lado, por los excesos absurdos.
¿En verdad los millones de impactos y la mala calidad que predomina en las producciones de los spots son funcionales a la democracia y al sistema de partidos?
Por el otro, porque se ha generado un modelo tramposo.
Son tantos los enredos normativos que la fiscalización de las autoridades electorales es incompleta y no hay manera de detectar, auditar o sancionar un sinnúmero de irregularidades. Además, aún no se sabe qué hacer con los nuevos medios.
Mucho menos con las #RedesSociales.
Muy pocos parecen entender que diseñar, operar, analizar y evaluar estrategias de #ComunicaciónPolitica es una labor cada día más compleja y multifactorial, por la infinidad de variables que en ellas intervienen.
De ahí que los errores tácticos abunden.
Y cuando la #Estrategia parte de un mal diagnóstico o es limitada en la selección y uso de medios, instrumentos y contenidos las equivocaciones cuestan caras. Ejemplo de ello es cuando se concentran los esfuerzos en la publicidad masiva o se recurre al camino fácil de las campañas sucias en los medios digitales y directos.
Acuden a ellos porque casi no hay límites.
Saben que apostar al escándalo les facilita escalar a los medios tradicionales. También tienen la seguridad de que el peso de la ley no los alcanzará porque estos medios operan con códigos de libertad, horizontalidad y apertura.
Pero les tiene sin cuidado las reacciones que provocan.
La falta de investigaciones a fondo nos ha impedido conocer los verdaderos efectos que tienen las campañas en los nuevos medios.
Sólo podemos plantear algunas hipótesis.
Las mentiras, difamaciones, injurias, calumnias, insultos, ataques injustificados o filtraciones de imágenes o grabaciones privadas provocan abstencionismo, pérdida de interés en la política o votos de castigo.
De igual forma merman la credibilidad.
El efecto que tienen en el #HumorSocial acentúa la crisis de liderazgo, confianza y reputación que padece la mayoría de gobiernos, partidos y actores políticos.
Las viejas prácticas las llevan al espacio digital.
Lo hacen con todos sus defectos y prácticamente sin ninguna de sus virtudes. Lo hacen de manera impensada y asumiendo enormes riesgos. Lo hacen en forma irresponsable y sin el menor sentido de profesionalismo.
A fin de cuentas, la ciudadanía es la que paga.
Con todo lo anterior no estoy diciendo que las campañas de propuestas sean la única o la mejor opción. A la ciudadanía tampoco le convencen estos modelos porque la fórmula es débil y poco atractiva.
La esencia de la contienda es la confrontación.
Y para eso se inventaron las “campañas negativas”, las cuales tienen como insumo el debate, el contraste inteligente de posiciones, el ataque argumentado o el que se basa en evidencias, así como la asertividad, firmeza y contundencia.
El problema es que hay confusión.
A las #CampañasSucias se les equipara con las #CampañasNegativas, cuando en teoría y práctica no son lo mismo. Está comprobado que si éstas últimas se realizan apegadas a los criterios y lineamientos que las caracterizan llegan a ser efectivas, pues activan las emociones y promueven una mayor participación de la gente gracias a sus lenguajes, códigos y elementos simbólicos.
Por eso la solución parece simple.
Lo deseable es que las campañas negativas profesionales sustituyan a la guerra sucia. Sin embargo, esto no lo veremos pronto. Mientras medios de comunicación, partidos, candidatos y consultores sigan entrando en este juego —por ignorancia o alevosía— seguirá habiendo resultados adversos o inciertos para quienes son atrapados por sus supuestos encantos.
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