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¿Más escuelas para líderes?

Los buenos líderes (o lideresas) nacen y se hacen, pero no tenemos programas académicos suficientes y de calidad para formarlos. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

Las #Elecciones2021 están confirmando, con inusitada crudeza, la crisis de liderazgos que enfrenta nuestro sistema político desde hace varios años. Son miles de candidatos y candidatas quienes están participando en las elecciones más grandes de la historia, pero muy poc@s tienen la imagen, fuerza y carisma que hoy requiere la democracia y el escenario multicrisis que provocó la pandemia por la covid-19.

Una de las consecuencias más significativas que está provocando la falta de liderazgos está en la alteración de los equilibrios y contrapesos que deben tener los poderes a nivel federal, estatal y municipal. Si bien es cierto que es legal que una coalición de partidos domine el Congreso de la Unión, por ejemplo, también lo es que existen grandes riesgos cuando los liderazgos dominantes son tan pocos y están concentrados en pequeños grupos de poder.

El problema no es nacional; es global. En mayor o menor medida se está viviendo en casi todos los países democráticos. Hoy, muchos de los problemas de la humanidad no están siendo enfrentados por líderes, sino por gestores. Aún más. Son pocos los lugares en donde se están buscando las soluciones de fondo que hacen falta y que deben partir de un cambio de paradigma en la formación de cuadros, empezando por la que realizan los partidos, y/o adaptando los programas académicos en los sistemas educativos.

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Se ha dicho que el buen líder no nace; se hace. La experiencia me ha demostrado que esta afirmación no es del todo cierta. Para que un liderazgo sea fuerte y efectivo, se necesita mucho más que las ventajas surgidas de nuestro DNA. Para lograr el éxito también es indispensable la preparación constante y la destreza para manejar un enorme número de técnicas de diversas disciplinas profesionales.

El buen líder —o lideresa— nace con ciertos atributos para cumplir con algunas misiones que nos pone la vida. Pero de poco o nada le sirven si no van acompañados de una formación sólida y de tener la disciplina para estudiar y actualizarse siempre. Pero como el liderazgo no es en sí mismo una profesión reconocida como la que tienen un médico, ingeniero, abogado o astronauta, pues no se la ha concedido en la mayoría de los espacios académicos el espacio ni la importancia que en verdad tiene para el desarrollo de una nación.

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Un país es tan grande como la grandeza que tienen sus líderes o lideresas. A mayor número de ellas y ellos, mayor será su capacidad para crecer económica, política y socialmente. Por el poder que pueden acumular, y debido a la diversidad de intereses que pueden representar, en un país en el que hay más líderes no solo reduce la concentración del poder, sino que se puede lograr mayor justicia, equidad y seguridad.

Tener un cargo o una posición de dirigente no transfiere en forma automática el liderazgo. Tampoco alcanza cuando se tiene solo el deseo para ejercer el poder. En el espacio público vemos todos los días a muchas personas con responsabilidades de gran importancia, pero que no les reconocemos ningún liderazgo. En contraste, también hemos visto a líderes o lideresas con gran arraigo que no ostentan cargos oficiales sobresalientes. 

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El poder del buen líder —o lideresa— no radica necesariamente en los recursos o respaldos institucionales que tiene a su disposición. Al interior de una organización, debe ser de manera inequívoca el motor y guía de la organización. Hacia el exterior, tiene que ser el faro que marca la visión y la ruta hacia la que se dirigen sus seguidores.

Cuando en un Estado se tienen que reciclar los viejos liderazgos; cuando son tan pocas las voces que se enfrentan a los grandes personajes de poder político y económico; cuando a las mujeres se las sigue tratando de marginar en el ejercicio del liderazgo; y cuando a un gobierno no le interesa o pone obstáculos para el impulso de nuevos liderazgos, no se puede concluir que la democracia avanza y el país se transforma.

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Por todo lo anterior, para que se acabe la crisis de liderazgos es preciso insistir en el cambio de paradigma. La formación de cuadros en instituciones públicas, partidos políticos o empresas no se puede limitar a unas cuantas conferencias, cursos o talleres esporádicos, coyunturales y motivacionales, que duran unas cuantas horas y en donde los niveles de exigencia no existen o son muy bajos. 

Tampoco se pueden plantear proyectos o programas académicos independientes, separados de las distintas actividades técnicas y profesionales en donde se requieren buenos líderes y lideresas. El replanteamiento tiene que ser integral y transversal, abarcando todas las áreas académicas, y empezando desde la educación media superior. En la actualidad, las tecnologías y las herramientas virtuales hoy facilitan la labor. Por fortuna, en México si se han impulsado algunos proyectos ambiciosos y con esta visión.

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En 1967 surgió, por ejemplo, el IPADE. El enfoque que dio desde su origen al liderazgo empresarial es hasta ahora único en su género. Otro modelo muy distinto —pero no por ello menos interesante— es el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir, que surgió hace más de 20 años, cuyo público objetivo son las mujeres. 

Uno más: en febrero de 2017 inició actividades el Instituto de Liderazgo del Tecnológico de Monterrey, éste sí con una perspectiva multidisciplinaria. Hay más espacios educativos, ciertamente, pero aún no son suficientes para cubrir las necesidades de liderazgo de un país tan grande como el nuestro.

Consulta: Eduardo Soto Pineda y José Antonio Cárdenas. Ética en las organizaciones. México, McGraw Hill, 2007.

En el fortalecimiento del liderazgo institucional y político está la base para acabar con la crisis de liderazgos. La imagen y cuidado de la reputación de las y los personajes son importantes, pero las habilidades para dirigir, conducir y concretar visiones están más relacionadas con las capacidades para comunicar y persuadir, pero sobre todo, para tomar las mejores decisiones no solo en tiempos de paz, sino en los de conflicto y crisis.

Los líderes y lideresas que no ajustan sus palabras, acciones y proyectos a un código sólido de valores puede mantenerse con altos niveles de aprobación y reconocimiento, pero solo durante un período corto de tiempo. La ética y el ejercicio liderazgo deben estar siempre vinculados, como un engranaje sólido, porque en ésto radica la confianza de las y los seguidores. 

Los modelos académicos, propuestas integrales y experiencias políticas y profesionales para formar a los líderes —y lideresas— que nos hacen falta sí existen. Los ejemplos no sobran, pero hay algunos que son importantes y  significativos. Lo que no se ha conseguido aún es la visión o voluntad política para impulsar los nuevos liderazgos que el mundo y nuestro país necesita con tanta urgencia. 

Recomendación editorial: Oren Harari. Colin Powell: Los secretos para ser un líder. Madrid, España, McGraw Hill, 2002.