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Más allá de usar el agua

El agua es, por mucho, un elemento transformador de las interacciones sociales que determina una cultura y los lenguajes de un pueblo. | Miguel Ángel Martínez Ríos*

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Escrito en OPINIÓN el

Probablemente para la mayoría de las personas resulta sencillo abrir el grifo y ver salir agua en abundancia. Para otros es más una lucha diaria obtener el agua necesaria para sus actividades cotidianas. Sin embargo, no se podría afirmar con ninguna certeza que el agua es únicamente un recurso que se usa. El líquido es, por mucho, un elemento transformador de las interacciones sociales que determina una cultura y los lenguajes de un pueblo. 

Precisamente la forma en como percibimos al agua hace que este elemento genere divergencias y conflictos. Pensemos en la reciente conflictividad en México, las percepciones entre el agua como un bien común identitario se contraponen con las que la perciben como un recurso para el crecimiento económico por su extracción y venta. Un claro ejemplo de ello son las plantas cerveceras o embotelladoras que se instalan en territorios donde su apropiación previa al agua por parte de los pueblos no necesariamente es para extraerla, sino de convivencia y cuidado. 

Quizá el ejemplo presentado es la mayor contradicción que podría encontrarse en cuanto al agua, pero que ilustra muy bien la intención del presente artículo. El agua no sólo es para usarse, el líquido vital, como comúnmente se llama es necesario para la vida, también lo es para la interacción social. Es innegable la necesidad de convivencia y de creación de comunidades para los humanos, donde el agua siempre está presente no sólo en su uso. No es ninguna casualidad que una fuente, un lago, un río o cualquier cuerpo de agua sea un sitio de recreación, de formación de memoria y de identidad colectiva. ¿Nos podríamos imaginar un Xochimilco sin canales o un Chapultepec sin lago?

Las narrativas construidas entre las comunidades que defienden el agua entonces toman mayor sentido. Sobretodo en los ambientes urbanos que son mucho más artificiales donde la percepción del agua mayoritariamente es de uso. Ello no significa que el agua no deba usarse o que dicha percepción sea mutuamente excluyente con la identitaria y la apreciación distinta del líquido. Lo que debe verdaderamente generar preocupación son los discursos impuestos y las que bloquean un paralelismo o que irrespeten la determinación de un pueblo sobre sus experiencias con el agua y que desean mantenerlas. En este escenario de conflicto latente la institucionalidad juega un rol muy importante. 

El Estado mexicano es el propietario original de las aguas nacionales, lo que conlleva serios problemas. La política hidráulica en turno puede decidir qué tipo de percepción es mayoritaria hacia el agua en todo un país. Es decir, un gobierno determina por medio de política y negociaciones si el recurso hídrico se priorizará en su conservación, explotación y aprovechamiento. También hay que mencionar que no es tan simple, pero en los terrenos de la arena política, las negociaciones con actores poderosos pueden cambiar la intención sobre las aguas. Observar el territorio como un plano homogéneo que contiene, más allá de la totalidad social que converge y su heterogeneidad es una dinámica peligrosa. Sobre todo, con la capacidad gubernamental y de intereses particulares, cuya habilidad de imposición de un proyecto bajo un discurso de beneficio se prolifera como infección dados los recursos que están de por medio. 

La reflexión a la que debemos llegar es hacia la formación de criterio y olvidar el pensamiento binario. Por una parte, comprender que el agua juega un papel fundamental en la creación de experiencia, identidad y memorias. La vida con el agua ya sea un lago, un manantial o un río, debe defenderse, porque caracteriza una forma de vivir en un territorio específico. Por el contrario, si llegase a imponerse una visión y una concepción sobre esa agua que es contraria a la dinámica de vida, es completamente legítima la protesta y el rechazo. Pensemos en la Ciudad de México, con varios ríos entubados donde hoy yacen grandes avenidas ¿Por qué no haber convivido simbióticamente con un cuerpo de agua? ¿Serían hoy en día un espacio de encuentro, de disfrute como bien común? ¿Los problemas actuales de acceso y disponibilidad serían menores?

Entonces con toda seguridad debemos afirmar que el agua es un bien común y que las decisiones en torno al líquido deben ser consensuadas. Que la modificación y transformación de su ciclo son una constante pues los humanos la hemos apropiado. La manera en cómo nos apropiamos de ella es la clave, no es lo mismo el aprovechamiento y uso para fines colectivos que para fines extractivistas meramente económicos. La seguridad hídrica no debe excluir su percepción como un elemento de vida y de experiencia, no basta con abrir el grifo y verla caer, el agua está culturalmente enraizada y su papel social es simplemente innegable. 

*Miguel Ángel Martínez Ríos

Es licenciado en Ciencia Política y Administración Pública con una especialización en Negociación y Gestión de Conflictos Políticos y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México. Cuenta con una Maestría en Estudios Regionales por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora y su labor investigativa se basa principalmente en la gestión del agua en México. Adicionalmente es columnista en otros medios de comunicación.