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Mariposas amarillas, el farewell de Rodrigo García Barcha a sus padres

"Gabo y Mercedes: una despedida", un libro íntimo y entrañable. El conmovedor farewell del cineasta García Barcha para su madre y su padre. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

"Recobraba algo de tranquilidad y a veces decía: —Estoy perdiendo la memoria, pero por suerte se me olvida que la estoy perdiendo". Hace tres meses Random House publicó "Gabo y Mercedes: una despedida", el conmovedor farewell del cineasta Rodrigo García Barcha, para su madre Mercedes Barcha y para su padre Gabriel García Márquez. El hijo mayor escribe. Con dolor, con tristeza, con pudor. Partido por la necesidad de narrar y por el temor a que algún tipo de "vulgaridad" se cuele entre sus palabras. "El viaje desde Aracataca en 1927 hasta este día del 2014 en Ciudad de México es tan largo y extraordinario como se puede emprender, y esas fechas en una lápida ni siquiera podrían pretender abarcarlo. Desde mi punto de vista, es una de las vidas más venturosas y privilegiadas jamás vivida por un latinoamericano. Él sería el primero en estar de acuerdo".

¿Se puede escribir acerca de los últimos años de un padre tan célebre? ¿Se puede escribir acerca de una madre que intentó siempre proteger a su familia del ruido -que después fue estruendo- creado alrededor de un escritor tan amado por tantos? "Sé que no publicaré estas memorias mientras ella pueda leerlas", escribe. Tal vez a su madre no le hubiera gustado. Y, sin embargo... hay que decir. Es necesario. Cuentan que Mercedes colgó una sábana en la sala de la casa para salvaguardar la intimidad de su esposo que escribía "Cien años de soledad". Rodrigo con su escritura dibuja siluetas, como si las miráramos a través de esa sábana. La despedida al Premio Nobel de Literatura colombiano, su hijo la escribe en inglés. Así de complejo y doloroso. "Tengo que hablar con mi madre y confirmarle sus peores temores: quien ha sido su esposo por más de medio siglo es un enfermo terminal". La traducción a la versión en castellano es de Marta Mesa. Esos últimos días. Esos últimos años. El escritor murió a los 87 años. 

El padre y su pérdida paulatina de la memoria. Sí, quien lo padece lo sabe: su memoria se parte. Como una naranja cruel que se desgaja sin remedio. Esa memoria, la de quien creó una novela de generaciones que se suceden. La más privilegiada de las memorias. Rodrigo vive en Estados Unidos, su madre le llama y le dice que su padre está enfermo: "de esta no salimos". El hijo va y viene. Les dicen que la enfermedad de su padre puede aún durar meses. Puede durar semanas. De golpe: le quedan 24 horas de vida. "Le describo la situación y los síntomas al oncólogo y amigo de mi padre en Los Ángeles, y dice con mucha serenidad: 'Posiblemente es cáncer de pulmón'. Luego agrega: 'Si eso es lo que sospechan, llévenlo a casa y manténgalo cómodo y en ningún caso lo vuelvan a llevar al hospital. La hospitalización los devastará a todos'. Consulto a mi suegro en México, también médico, y en general su reacción es la misma: alejarnos del hospital, hacer que todo sea más fácil para mi padre y para todos nosotros". 

La inolvidable anécdota: eran vecinos, ella de diez años y él de catorce cuando Gabriel le pidió a Mercedes que se casaran. "El día de su boda, cincuenta y siete años y veintiocho días antes de este momento, pero a la misma hora, ella no se vistió hasta que supo que él estaba afuera de la iglesia, de modo que no había posibilidad de que la dejaran en el altar vestida de novia". El exilio en México. La casa de la calle de Fuego y sus buganvilias. "Cuando mi hermano y yo éramos niños mi padre nos hizo prometerle que pasaríamos con él la víspera del Año Nuevo del 2000. Nos recordó ese compromiso varias veces a lo largo de nuestra adolescencia y su insistencia me incomodaba. Con el tiempo llegué a interpretarla como su deseo de estar vivo para esa fecha. Él tendría setenta y dos años y yo cuarenta, el siglo XX llegaría a su fin". Cuando la memoria empieza a dar bandazos el padre intenta disimular. Comienza conversaciones, opina, pero "a veces se arriesga a un intercambio más ambicioso y se desorienta a mitad del camino, pierde el hilo de la idea o se queda sin palabras. La expresión de desconcierto en su rostro". 

Los nietos adoran a la abuela. Ella se acerca más a sus nietas, opina que los varones crecen y se alejan "hacia sus cosas", las mujeres se quedan. La hija de Gonzalo el hijo menor puede pasar más tiempo con ella. Rodrigo escucha que el padre indaga: "¿Quiénes son esas personas en la habitación de al lado? —le pregunta a la empleada del servicio. —Sus hijos. —¿De verdad? ¿Esos hombres? Carajo. Es increíble". Sí, es increíble. La urna. El homenaje en Bellas Artes. Unas flores amarillas sobre una tela blanca, como un sudario. Cuando el padre tenía 80 años el hijo pregunta: "¿Tienes miedo?' 'Me da una enorme tristeza'. Cuando recuerdo esos momentos, me conmueve de verdad su franqueza, sobre todo dada la crueldad de las preguntas". A lo 39 años había terminado de escribir "Cien años de soledad". A los apenas 55 -vistiendo su guayabera blanca- recibió el Premio Nobel de Literatura. 

Ya solo a veces reconoce a sus hijos. Sabe bien que vive -desde siempre- con Mercedes, pero puede suceder que pregunte dónde está, mientras señala a la Mercedes de la realidad como a "una impostora". "De vez en cuando mi padre se despierta y causa revuelo a su alrededor. La familia, los cuidadores, y no pocas veces un médico domiciliario, estamos felices de interactuar con él. Le hacemos preguntas, escuchamos cuidadosamente sus respuestas y fomentamos la conversación. Nos encanta que esté despierto y los médicos y enfermeras se emocionan de conversar con el legendario maestro. Habla con una propiedad que hace olvidar, en la ?alegría del momento, que lleva años sumido en la demencia, y que el hombre con el que hablamos casi no está presente ni entiende nada, y apenas es él".

Rodrigo dedica el libro a su hermano Gonzalo: "Cuando mi hermano y yo éramos niños y nos criábamos en México y España, el resto de la familia de ambos lados estaba en Colombia, de modo que teníamos la clara sensación de que los cuatro éramos una unidad, un club de cuatro". Las fotos que elige para su libro: su padre muy trajeado a los 14 años. Mercedes, preciosa en medio de un jardín colombiano también a los 14 años. Los cabellos cortos de Mercedes y sus labios sensuales a los 17. El día de la boda: 21 de marzo de 1959 en Barranquilla. 

La foto que recorrió el mundo: 12 de octubre de 1982, "Gabo" y su "Gaba" en pijamas y bata en la mañana de la celebración por el Premio Nobel, junto a un arbolito en su casa en el Pedregal. "A veces cuando cerraba un libro se sorprendía al encontrar su retrato en la contraportada, de modo que lo volvía a abrir e intentaba volverlo a leer". El 21 de abril de 2014, con su padre recién muerto, Rodrigo toma la foto de un "arco iris mañanero en la silla de Gabo". La irrupción de un guiño de ojo. Un mensaje. "?Daría cualquier cosa por pasar una hora con mi padre cuando era un malandrín de nueve años, o con mi madre cuando era una niña vivaracha de once, ambos incapaces de sospechar la extraordinaria vida que los esperaba. Y por eso, en el fondo de mi mente tengo la inquietud de que tal vez no los conocí lo suficientemente bien, y sin duda lamento no haberles preguntado más por los detalles de sus vidas, sus pensamientos más íntimos, sus mayores esperanzas y temores".

El niño de los ojotes que creció en la casa de los abuelos en Aracataca. El que de tan longevo se fue convirtiendo en olvidadizo. El que adoró a su abuelo e inspirado en él creó a su coronel Aureliano Buendía: "Una tarde en Ciudad de México en 1966, subió a la habitación donde mi madre leía en la cama y le anunció que acababa de escribir la muerte del coronel Aureliano Buendía. —Maté al coronel— le dijo, desconsolado. Ella sabía lo que eso significaba para él y permanecieron juntos en silencio con la triste noticia". 

García Márquez planeó escribir sus memorias y al final decidió dejarlas en un solo volumen: "Vivir para contarla". Mientras escribía, nos cuenta su hijo Rodrigo, buscó a antiguos compañeros de clases, amigos, para compartir memorias y detalles. Algunos ya no estaban: "Hombres que habían vivido vidas plenas, vidas más o menos felices y productivas y que habían muerto a los setenta, la esperanza de vida promedio en el mundo. Así que las muertes de estos hombres de su misma edad no habían sido trágicas, tan solo el final del ciclo natural de la vida. Después de este periodo, le dio por decir que 'se está muriendo mucha gente que antes no se moría'". 

La última vez que Rodrigo vio a Mercedes, su madre, fue en una pantalla. Vivió, como su esposo, 87 años. Murió en el mes de agosto, hace justo un año. "¿Cuándo crees que terminará esta pandemia?', me preguntaba a menudo. Ya estamos a finales del 2020 y todavía no le tendría una respuesta. Como la pandemia no me permitió viajar, la vi con vida por última vez en la pantalla resquebrajada". Rodrigo recuerda la fuerza de su madre. Su "aquí nadie llora·". La manera en que organizó sus vidas y protegió los vínculos familiares para que la fama, cuando llegó como un tsunami, no los destruyera. Su pasión por su padre. Por su escritura. Por sus amigas/os y por escuchar las noticias del mundo. Su pasión también por el cigarro que no pudo dejar. Parece que alguna vez lo intentó. Parece que no demasiado. 

"En el caso de mi ?madre, en vista de la época y lugar en que nació, me asombra cómo se convirtió en la persona que llegó a ser, siempre sólida y firme e incluso dirigiendo el mundo que el éxito de mi padre les proporcionó. Fue una mujer de su época, sin estudios universitarios, madre, esposa y ama de casa, pero muchas jóvenes con vidas prominentes y carreras exitosas la admiraban sin reserva y le envidiaban su determinación, resiliencia y su conciencia de sí misma. Era conocida por sus amigos como 'La Gaba', un apodo derivado del 'Gabo' de mi padre y por tanto patriarcal, pero, a pesar de eso, todos los que la conocieron sabían que ella se había convertido en una magnífica versión de sí misma".

Un libro íntimo y entrañable: "Gabo y Mercedes: una despedida". Queda mucho por venir, me imagino, de la pluma y de la cámara de Rodrigo García Barcha. Mucho por venir específicamente en los territorios de las memorias de sus padres. Restaurar la pantalla resquebrajada.