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Los temblores

No es luz lo que necesitamos, sino fuego; no es el suave rocío de la lluvia, sino truenos: Necesitamos la tormenta, el torbellino y el temblor. - Frederick Douglas

Por
Escrito en OPINIÓN el

I

Humberto Vizcaínas era una hombre serio. Hacía todo como debía hacerlo. Entraba cuando debía entrar, salía cuando debía que salir. Vestía de trajes grises y azul marino; tenía 4 corbatas, 8 camisas  y 3 pares de zapatos negros. Por las noches lo acompañaba su perro, cenaban juntos y veían la tele. Leía una novela antes de dormir y el periódico al despertar.

Un día, camino al trabajo la vio. Tenía rizos cafés, piel apiñonada y portaba un vestido de verano. Tenía tres pecas en la nariz. Justo cuando Humberto le puso los ojos encima detrás de el pasó un camión de carga. Sintió como el piso tembló. Al finalizar el temblor, entró a la primera tienda que encontró y se compro una corbata nueva. Una muy diferente a todas la que tenía. Una corbata para cuando la invitara a cenar.

II

Carlota Tató era una mujer vil. Era obesa, peluda y tenía cachetes colgantes como un mastín napolitano. Olía a perro mojado. Ponchaba globos, pateaba gatitos y era capaz de hacer llorar a un bebé con sólo verla. Carlota era la prefecta de una primaria. Los niños y niñas le tenían pavor; a ella le encantaba esto.

Cuando la señora Tató se enojaba, arrojaba con vehemencia su tabla hacia el suelo. Ese trueno era una alerta para todos. Comúnmente era  seguido por el temblor que generaban sus pasos entaconados azotando el pasillo. Los jóvenes, como cucarachas,  vaciaban el andador  y entraban a sus salones.  Las clases siempre comenzaban a tiempo. Carlota era  feliz.

III

Cuando se emborrachaba la casa temblaba. Su furia dejaba las paredes agujeradas y los cuadros rotos. Él golpeaba a Fernanda. Fernanda sólo se preocupaba por cuidar a su hijita, Alejandra. Cuando Fernanda captaba aquel rancio olor a bourbon flotando por el pasillo, activaba su sistema de defensa: Tomaba a su hija de la mano y la llevaba a su cuarto, le colocaba audífonos que a su vez, conectaba a su ipad con juegos y canciones.

Cuarenta y cinco minutos es lo que Fernanda calculaba que tenia que aguantar. Cuarenta y cinco minutos de gritos y golpes antes de que su marido se desmayara de ebrio y ella podría regresar con su hija. Una noche, mientras la casa temblaba, la policía tocó la puerta. Les había llegado un tuit. Decía #help le pegan a mi mami. Se lo llevaron. Ellas estarían juntas por el resto de sus vidas.

IV

Los mexicanos respondemos bien cuando nos tiembla el mundo. Caso ejemplar fue todo lo que crecimos como sociedad después del temblor del 85. Todas esas lecciones, tanto técnicas como cívicas, siguen vigentes al día de hoy. El viernes pasado fue herencia de esto. La ciudad tembló pero salió ilesa. Esa tragedia nos dejó una mejor ciudad y nos dejó una mejor ciudadanía. Lo triste de todo esto es que, a falta de esas presiones, los mexicanos solemos ser bastante pasivos. Buscamos que alguien nos resuelva nuestros problemas. Aguantamos vara.

México está temblando. Las reformas que actualmente se debaten en el Senado de la República y la Cámara de Diputados tienen al país en movimiento. Sea cual sea tu postura en torno a estas, es de reconocer que ver la movilización de tantos sectores de la sociedad  a favor o en contra de estas reformas es muestra de una democracia que está madurando. Es una ventana que muestra un país en el cual se antoja vivir.

Los temblores (literales o metafóricos) propagan el cambio (Humberto), propician el movimiento (Carlota)  y  detonan la innovación (Alejandra). Aprovechemos el momento. Lo peor que podría pasar, es que no pase nada.

@RobertoMorris